—Déjame ver si entendí, Leo. ¿Al parecer todo este tiempo tuviste Trastorno del Espectro Autista?
—Sí, al parecer sí…
—Bueno, supongo que eso explica algunas cosas, creo yo.
—Bastantes cosas, diría yo.
—Sí… pero eso quiere decir que aún eres el mismo, ¿no?
Dejo de hablar y hago unos segundos de silencio.
—Creo… creo que sí. No sé, no estoy seguro. La verdad no sé por qué tardaron tanto tiempo en darse cuenta de que nunca fui normal.
—No digas eso. Siempre lo fuiste.
—Claro que no. ¿Acaso crees que todos mis apodos de “bicho raro” o “retrasado” fueron por mera casualidad? Es más que obvio que ellos se dieron cuenta de que algo raro andaba en mí.
—No te cargues tanto, Leo. Además, ¿cuáles son las posibilidades de que ellos siquiera supieran qué es el autismo?
Y es ahí donde me doy cuenta de que Jonathan tenía razón. Conociendo a Sasha y su grupo, lo más probable es que no supieran qué era el autismo.
Pero luego, navegando en internet y viendo sus perfiles de Instagram y Twitter, noto su doble moral: se ve cómo siguen causas que nada tienen que ver, como las causas LGBT o feministas, pero en el colegio son los primeros en juzgarte por ello.
Es como si solo las siguieran para excusarse y justificar sus barbaridades como si nada.
Y la razón por la que traigo este recuerdo a la mesa es porque, si ellos son conscientes de estas causas, obviamente sabrán qué es el autismo. Ahora hay mucha gente alzando la voz por ello, y eso quiere decir que ellos saben lo que es… y lo usan en redes para excusarse, pero en la escuela, para humillar.
—Oye, Leo, perdón por cambiar de tema… ¿te acuerdas cuando estábamos caminando por la playa y me caí al agua?
—Sí, me acuerdo. Tuve que llevarte ropa desde mi casa —«ya que vivo en frente de ella»—.
—¿Y te acuerdas cuando era el último día de clases, que todos lanzaron sus exámenes y al final nos mandaron a recoger todo?
—Sí, y también que hicieron una fiesta en casa de un amigo tuyo.
—Sí, pero nosotros la pasamos en tu casa, comiendo, cocinando y viendo videos.
Suelto una carcajada y noto que Jonathan también lo hace.
Hablamos al menos una hora más, y sin percatarnos, ya eran las 9 p.m., hora de cenar.
Leo es un león de 17 años en su último año de cecundaria, con una vida muy simple y para nada preocupante. Pero una tarde, en una consulta psicológica, descubre que padece del trastorno del espectro autista, lo que lo hace cuestionar desde el minuto uno que nació, y cambiará su manera de ver el mundo para siempre.
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