La sala queda sumida en un silencio extraño cuando sus pisadas desaparecen por el pasillo. Algo sigue latiendo en el ambiente.
Noto el pulso acelerado, la respiración que intento mantener bajo control. Me aferro a la camilla. Enfocado en la médica, que sigue inmóvil junto a la entrada.
—¿Te encuentras bien? —Me obligo a hablar, a romper este momento de parálisis que nos dejó a los dos anclados al suelo.
Tarda unos segundos en reaccionar, como si su cuerpo no se hubiese dado cuenta aún de que el peligro ha pasado. Sus ojos fijos en algo que ya no está.
—Sí… —responde, apenas un susurro que no coincide con la imagen que proyecta. Se aclara la garganta—. Sí, estoy bien.
Se gira hacia mí, todavía asimilando lo que acaba de pasar. Pero entonces su mirada baja y su expresión se endurece al instante.
Sigo la dirección de sus ojos hasta mi mano. La sangre gotea al suelo con lentitud. La palma me arde. No me había dado cuenta de cuánto hasta ahora.
—Estás sangrando mucho. Siéntate —dice. Su tono cambia por completo.
Obedezco. Me siento en la camilla y dejo caer mi peso sobre ella. Apenas empiezo a soltar la tensión, un guardia de seguridad entra con paso decidido. Su mirada recorre la sala.
—¿Qué ha pasado? —pregunta, alternando entre nosotros.
Otro guardia, hablando por radio junto a la entrada, se aparta para dejar pasar a un enfermero.
—Seol-hwa, ¿estás bien? —pregunta, posando una mano en su hombro.
Ella retrocede al instante, como si su piel todavía recordara la presión de antes. El enfermero se detiene y le da espacio, pero su preocupación no disminuye.
—Estoy bien —responde, mirándole con más seguridad.
Respira hondo, se gira hacia los guardias y habla:
—Ho-sik estuvo aquí. Este chico intervino para ayudarme y lo atacó.
Los guardias intercambian miradas; noto cómo sus expresiones se endurecen al escuchar ese nombre. La atmósfera se carga con una gravedad que no comprendo del todo, aunque intuyo que no es la primera vez que ocurre algo así.
El guardia que está en la entrada, aún con la radio en la mano, interviene:
—Nuestros compañeros siguen tras él. Lo vieron corriendo hacia la salida de emergencias cuando venían hacia aquí.
Mientras habla, ella ya se está acercando a mí, abriendo un envoltorio que había cogido antes de que llegasen.
El enfermero se fija en mi herida y da un paso adelante.
—Déjame hacerlo —dice, con intención de ayudar.
—No hace falta. —responde, serena, sin apartar la vista de las gasas—. Yo lo haré.
Duda, pero no insiste. Solo se aparta con resignación.
El guarda, que sigue observando, se adelanta lo justo para hacerse notar:
—En cuanto terminéis aquí, pasad por la sala de seguridad —dice, dirigiéndose directamente a la médica—. Necesitamos que nos contéis cómo ocurrió todo.
Entonces los tres se retiran. La puerta se cierra y, por fin, el silencio vuelve.

Comments (0)
See all