Lo veo en cuanto entro al salón. No es difícil encontrarlo, Yun nunca pasa desapercibido, no importa cuánto intente disimularlo. Está ahí, rodeado de empresarios, políticos y gente que tiene más dinero del que podría gastar en diez vidas. Su sonrisa es impecable, su postura perfecta, su mano apoyada con ligereza en el brazo de Hans, como si perteneciera a ese mundo hecho de cristal y mentiras.
Pero yo sé la verdad. Sé que detrás de esa mirada serena hay alguien que se muerde la lengua para no soltar una ironía. Sé que no pertenece a este lugar y también sé que me ha visto.
Lo noto en la forma sutil en que sus pestañas tiemblan, en cómo su mano se aferra apenas un poco más al brazo de Hans. Pequeñas fracturas en su máscara perfecta.
Sonrío con satisfacción mientras tomo una copa de champagne de una bandeja que pasa flotando entre la multitud. El burbujeo del alcohol no me interesa, sólo quiero algo para ocupar las manos mientras atravieso el salón como un depredador.
No dejo de mirarlo. No podría hacerlo, aunque quisiera.
Hans me ve antes que Yun. Lo sé por cómo su mandíbula se tensa, por el modo en que su brazo se ciñe alrededor de la cintura de Yun, posesivo, casi territorial.
¿De verdad cree que eso va a detenerme?
Me abro paso entre los asistentes, intercambiando saludos vacíos con algunos ejecutivos que apenas reconozco. Ni siquiera quería venir esta noche. Detesto este tipo de eventos. La música sosa, las sonrisas hipócritas, el aire cargado de perfumes caros y falsas promesas.
Si fuera por mí, estaría en casa, ignorando todo esto como siempre, pero Bertram insistió.
"Es importante que hagas acto de presencia", dijo en esa llamada, como si yo no supiera que la verdadera razón era otra. Como si no supiera que Bertram debe tener sus sospechas sobre lo que escucho que hay entre Yun y yo, eso que intento desesperadamente no poner en palabras.
Así que aquí estoy, maldiciendo mi debilidad, arrastrado a este circo para ver cómo Yun se luce al lado de otro hombre. De su prometido. Del mejor amigo de mi ex jefe, Hans.
Respiro hondo mientras llego hasta ellos. No me permito flaquear. Mi máscara es tan perfecta como la suya.
—Señor Warner —saludo con una sonrisa afilada como una navaja—. Veo que su prometido luce radiante esta noche.
Hans me mira con esa expresión de superioridad cansada que tan bien cultiva. Me dan ganas de reír o de golpearlo. No estoy seguro de cuál opción prefiero.
—Así es —responde con voz baja, controlada—. Yun siempre sabe cómo encajar en cualquier entorno.
Mentira. Yun no encaja. Él se adapta, porque no le queda de otra. Porque está atrapado en una jaula de oro de la que nadie parece capaz de salvarlo. Nadie excepto yo y tal vez ni siquiera yo.
Hans intenta ahogar el ambiente con sus feromonas de alfa, esa típica técnica de manual. Abruma el aire con su olor, tratando de dejar claro a todo el salón que su secretario le pertenece.
Qué patético.
No entiende que su fuerza no puede eclipsar la mía. Que yo también soy un depredador, uno más sutil, más peligroso.
Cuando miro a Yun me quedo petrificado, Dios, es hermoso. Su traje cae perfectamente sobre su figura, y su aroma, a pesar del perfume de Hans, llega hasta mí como un susurro cargado de electricidad.
El me mira con esa calma superficial que usa para protegerse, esa indiferencia dulce que sólo consigue encender más mi necesidad de desgarrarle la máscara.
—No esperaba verte aquí, Jasper —dice con voz ligera, como si mi presencia no le afectara en absoluto. Pero puedo ver cómo sus pupilas se dilatan apenas. Cómo su respiración se agita un poco, casi imperceptible.
—Digamos que me gusta estar donde pasan cosas interesantes —contesto, enseñándole casi todos los dientes en una sonrisa que sé que irrita a Hans.
El alfa exhala lentamente, conteniéndose.
Pobrecito. Yo no tengo intención de contenerme.
Doy un paso más cerca. Las feromonas en el aire se vuelven más densas, más cargadas. Hans aprieta a Yun contra su costado, como si quisiera fundirlo con su cuerpo.
Es ridículo.
Sé que Hans es fuerte, un alfa sólido, pero yo soy otra liga. No soy un omega que baja la cabeza, soy la amenaza que no puede controlar y eso lo vuelve loco.
—Espero que no se sienta incómodo con mi presencia, señor Warner —digo en tono suave, con esa dulzura venenosa que sé manejar tan bien. El me mira como si quisiera arrancarme la garganta.
—Por supuesto que no —responde, su voz teñida de veneno—. Después de todo, tú solo eres mi empleado.
Touché.
Si supiera cuánto deseo arrancarle ese lugar, no sólo quiero a Yun. Quiero todo lo que Hans tiene. Quiero tomar su sitio a su lado. Quiero ser yo quien le ofrezca un maldito anillo, quien lo lleve de la mano a través de estos eventos insoportables, quien tenga el derecho de protegerlo, de sostenerlo, de pelear a su lado. Y, más que nada, quiero ser el hombre al que Yun mire con amor, no con resignación.
Me giro hacia Yun, ignorando a Hans como si ni siquiera existiera. Levanto mi copa y se la ofrezco con un movimiento provocador, envolviéndolo en mi aroma.
—¿Quieres un poco? Tal vez así podrías relajarte.
Yun parpadea, sorprendido por mi descaro. Sus labios se curvan apenas, y sé que lucha contra una sonrisa real.
Oh, lo conozco demasiado bien.
Hans endurece su postura, su expresión, sus feromonas. Un auténtico alfa rabioso, pero no hace nada. No puede. No aquí, no ahora.
Su lindo omega acepta mi copa y sus dedos rozan los míos en un contacto fugaz que me quema. Mi corazón late con fuerza contra mis costillas, violento, furioso. Un latido por cada fantasía que reprimo. Un latido por cada vez que imagino tomarlo, arrancarlo de este lugar, llevármelo lejos de todo esto.
Él bebe un sorbo de champagne, sus labios dejan un rastro húmedo en el cristal y yo quiero ser ese cristal. Quiero ser todo lo que toque su boca, su piel, su maldito corazón.
No sé cuánto tiempo me quedo mirándolo. Quizá un segundo. Quizá toda una vida. Hans dice algo, pero no escucho. Estoy demasiado ocupado observando cómo Yun aparta la copa, cómo me lanza una mirada cargada de advertencia y deseo.
Sé que me odia, me desea y en este momento, eso es suficiente para mantenerme en pie. Sonrío y retrocedo un paso, dándole a Hans la ilusión de que ha ganado, pero la verdad es que esta guerra apenas comienza y nunca pierdo cuando deseo algo de verdad.
El evento sigue su curso con la elegancia esperada, conversaciones triviales, sonrisas ensayadas y copas que nunca terminan de vaciarse. Me muevo entre grupos de personas que apenas noto, asintiendo en los momentos oportunos, ofreciendo alguna que otra sonrisa cortés.
Hans está ocupado con un grupo de empresarios, discutiendo algún contrato que no me interesa en absoluto. Me deja solo por unos minutos, confiado, como siempre. Debería disfrutar de la pausa, aprovechar la ausencia de su presencia controladora, pero sé que no estoy solo.
—Vaya, qué conveniente —susurra Jasper justo en mi oído, su voz ronca, demasiado cerca, demasiado tentadora.
Cierro los ojos un instante, exhalando con paciencia antes de voltear para enfrentarlo.
—¿Y eso qué tiene que ver contigo? —pregunto, sonriendo con dulzura, esa que uso cuando quiero esconder algo más filoso debajo.
Jasper ladea la cabeza con su sonrisa descarada brillando con esa arrogancia innata que debería odiar... pero que sólo consigue enredarme más.
—Significa que ahora puedo pedirte un baile sin que un alfa celoso me parta en dos —dice, como si fuera la cosa más natural del mundo.
Antes de que pueda negarme, ya está tomando mi muñeca, su agarre cálido y seguro, me arrastra a la pista de baile sin darme oportunidad de inventar una excusa.
—Jasper —susurro, en advertencia.
—¿Qué? Solo es un baile —me guiña un ojo, como si eso fuera suficiente para absolverlo de cualquier pecado—. ¿O acaso tu prometido te tiene prohibido divertirte?
Le lanzo una mirada afilada, una amenaza silenciosa, pero no me alejo. No porque no pueda. No porque no deba. Sino porque no quiero.
Su mano se posa en mi cintura, demasiado firme para ser inocente, y su otra mano envuelve la mía con una facilidad irritante. Nos movemos al compás de la música lenta, íntima y peligrosa.
—Relájate, Yun —murmura, su aliento rozándome la mejilla, enviando un escalofrío por mi columna—. No me digas que te pongo nervioso.
—¿Tú? —me río, ligera y despectivamente—. No me hagas reír.
—Oh, pero lo estoy haciendo —replica, su voz cargada de satisfacción.
Por supuesto que tiene razón. Me río no porque me divierta, sino porque es lo único que me impide caer en su juego. Porque, aunque finja indiferencia, su cercanía me afecta. Aunque me haga el duro, me derrito bajo su mirada hambrienta.
Jasper me conduce por la pista con una habilidad que irrita y seduce a partes iguales. Cada giro, cada roce, cada pequeño contacto parece pensado para provocarme, para recordarme que, por más que pertenezca a otro, mi cuerpo todavía responde a él.
Siento su aroma, ese toque especiado, cálido, envolviéndome en cada paso. Sus feromonas acarician mi piel de manera imperceptible para otros, pero devastadoramente obvia para mí. Se cuela bajo mi piel, avivando algo que intento mantener bajo llave y él lo sabe. Lo siente. Se alimenta de ello.
Me tensa contra él en un movimiento sutil, una mano descendiendo apenas un poco más de lo permitido en mi espalda baja, sus labios rozando casi por accidente la línea de mi mandíbula mientras susurra…
—Eres un pésimo mentiroso, Yun.
El corazón me late con fuerza. Me maldigo internamente por dejar que me afecte de esta manera. Intento recuperar el control, pero su proximidad es un fuego que amenaza con consumir todo lo que soy.
Nuestros ojos se encuentran. Su sonrisa se suaviza, volviéndose algo más peligroso, más sincero. Hay deseo, sí, pero también una promesa velada, algo que no debería ver allí, algo que no debería querer. Me muerdo el labio inferior, apenas, y sé que él lo nota. Lo disfruta.
Y justo cuando estoy a punto de decir algo, el aire cambia. Un aroma familiar, denso y opresivo, llena mis sentidos como una ola de náusea. El olor de Hans. Su ira. Su posesividad.
Antes de que pueda reaccionar, su mano se cierra alrededor de mi brazo, arrancándome de Jasper con una brusquedad que apenas disimula detrás de una sonrisa socialmente aceptable.
Me hierve la sangre, pero no hago un escándalo. Me limito a recomponerme, permitiendo que Hans me lleve unos pasos más allá, dejándome en un círculo de conocidos que no dejan de sonreír, ignorantes de la batalla silenciosa que se libra entre los dos hombres.
Desde la pista, observo como Jasper y Hans, sin necesidad de palabras dejan salir sus feromonas que llenan el aire, chocando como dos tormentas listas para arrasar todo a su paso. Hans, marcando territorio de manera descarada. Jasper, riéndose en su cara, desafiando sin pestañear.
Hans cree que tiene el control, Jasper se niega a dárselo y yo…Yo disfruto cada segundo. Porque no es solo un juego para Jasper. No es solo una provocación vacía. En cada paso que da hacia Hans, en cada sonrisa radiante que le dedica, hay algo más. Algo primitivo. Algo tan crudo y auténtico que me enciende de formas que debería censurar.
Me paso la lengua por los labios, saboreando el veneno dulce de esta guerra absurda.
—Yun —la voz de Hans me saca de mis pensamientos.
Ha vuelto a mi lado, su brazo rodea mi cintura con una firmeza que raya en la violencia contenida. Jasper frunce el ceño, sus ojos fijos en nosotros, su expresión endurecida en algo que casi parece... celos.
—Es tarde —dice con ese tono que no acepta discusión—. Vámonos.
No protesto. No porque quiera irme. Sino porque sé exactamente lo que estoy haciendo.
Antes de girarme, busco a Jasper con la mirada y le sonrío. Una sonrisa suave, casi triste, pero cargada de significado. No importa cuánto insistas. No importa cuánto me tientes. Al final, siempre me iré con él o al menos, eso quiero hacerle creer.
Y mientras me alejo, una parte de mí ya empieza a preguntarse… cuánto más podré seguir resistiéndome.
⋆ ˚。⋆୨୧˚ ˚୨୧⋆。˚ ⋆
El auto avanza en medio del tráfico espeso, envuelto en un silencio que se siente más denso que el humo que estoy a punto de exhalar.
Saco un cigarrillo del bolsillo interior de mi chaqueta, lo coloco entre mis labios y busco el encendedor. Lo hago despacio, sin mirar a Hans, consciente de cada uno de mis movimientos. El chasquido del encendedor rompe la quietud, seguido del destello breve de la llama. Inhalo profundamente, dejando que el humo me llene los pulmones, cálido, familiar e irritante.
—Deberías dejar eso —dice, sin apartar la vista del camino.
Su voz es baja, controlada, pero lo suficientemente cortante para hacerme sonreír con desdén. Soplo una nube de humo hacia la ventana cerrada.
—¿Por qué? ¿Afecta mi "imagen"? —pregunto, remarcando la última palabra como si fuera un chiste privado.
Él no responde de inmediato, pero puedo ver cómo sus dedos aprietan el volante con más fuerza.
—La manera en que te comportaste con Jasper no ayuda. —Su tono sube apenas, todavía disfrazado de corrección, aunque la irritación burbujea debajo. Giro la cabeza hacia él, apoyando el codo en la puerta con la mano colgando con el cigarrillo encendido entre los dedos.
—¿Comportarme cómo, Hans? ¿Aceptando un baile? ¿Sonriendo demasiado? —le lanzo cada palabra como un dardo, pausado, casi divertido. Él me dedica una mirada rápida, cargada de reproche.
—No es solo eso —gruñe—. Sabes lo que quiero decir. No puedes darle razones a los demás para hablar. Tienes que ser más... prudente.
Prudente.
Me río en voz baja, sin humor, sintiendo cómo la amargura me llena la boca más que el humo. Apoyo la frente contra el vidrio frío y observo las luces distorsionadas de la ciudad pasando fugaces.
Qué absurdo. Qué agotador.
Como si este compromiso fuera algo más que un acuerdo. Como si me debiera a él de alguna manera más profunda que la formalidad que ambos fingimos sostener.
—No te preocupes, Hans —murmuro, sin apartar la vista de la ventana—. No voy a arruinar tu reputación. Seré el adorno perfecto que esperas.
La confesión no es un grito, ni un ataque. Es apenas un susurro resignado, pero la rigidez que noto en su postura me dice que ha entendido perfectamente.
Fumo otra vez, dejando
que el humo se arremoline en el aire viciado del auto. Él no baja la ventana. No
dice nada más y eso me cansa todavía más. Todo entre nosotros es así, silencios
prolongados, recriminaciones veladas y expectativas ridículas que ninguno de
los dos tiene el valor de romper. Es más fácil seguir adelante que admitir que
estamos podridos desde el principio.

Comments (0)
See all