El sonido del café sirviéndose en la taza es lo único que rompe el silencio espeso entre Hannah y yo. Ella no ha dicho ni una palabra desde que nos sentamos, lo cual es extraño. Hannah siempre tiene algo para decir, siempre llena el espacio con su energía cálida.
Pero esta vez solo me observa, como si pesara cada opción antes de hablar, como si temiera que una palabra equivocada rompiera algo que ninguno de los dos sabría cómo arreglar.
Sé qué pregunta se está conteniendo. La he visto armar el mismo gesto de labios apretados y cejas tensas mil veces antes. Así que, con la impaciencia de los viejos amigos que se conocen demasiado bien, le doy el empujón.
—Dilo ya —murmuro, revolviendo mi café con movimientos lentos—. Sé que te mueres por preguntarlo.
Ella suspira, largamente, y apoya el codo en la mesa, sosteniendo su taza a medio camino. Me mira de esa forma que solo alguien que te ha visto en tus peores momentos sabe mirar, con ternura y dureza al mismo tiempo.
Esos malditos ojos. No hay duda de que es hermana de Jasper.
—¿Realmente quieres casarte con Hans?
El sonido de la cucharilla chocando contra la taza resuena como un disparo en el aire espeso. Me detengo y mis dedos se crispan alrededor del asa de la taza, pero no respondo de inmediato. Porque no sé qué decir, aunque quisiera soltar una mentira elegante, no sé si tengo fuerza para hacerlo.
Esa no es una pregunta simple. No cuando me la he hecho a mí mismo tantas noches, sin llegar a una respuesta que me deje dormir.
—Hans es un buen partido —respondo finalmente, sin alzar la vista—. Es estable. Tiene un futuro asegurado. Es lo que cualquier omega querría.
No necesito verla para saber que frunce el ceño. La conozco demasiado.
—No te pregunté si es un buen partido —me interrumpe, con voz firme, casi cortante—. Te pregunté si lo quieres.
Levanto la mirada, y me encuentro con ella inclinada hacia adelante, apoyando el mentón en la mano, con esa paciencia terca que siempre ha tenido conmigo. Aprieto los labios, formándolos en una línea rígida como si pudiera sellar dentro de mí la respuesta que no quiero admitir en voz alta.
Ella no se aparta.
No parpadea.
Solo espera.
—Porque —añade, bajando aún más la voz—, desde donde yo lo veo… te brillan más los ojos cuando peleas con mi hermano que cuando Hans te besa.
No puedo evitarlo. Una chispa ridícula me prende en el pecho, como una risa contenida, como un recuerdo estúpido que me arranca una mueca. La imagen de Jasper, con esa sonrisa arrogante y esos malditos ojos traviesos, cruza por mi mente como un relámpago.
Mierda.
Me obligo a bajar la mirada, cubriéndome con la taza como un escudo.
—No digas tonterías —murmuro, sintiendo el calor subir a mis mejillas.
Hannah ríe, esa risa melodiosa que siempre ha tenido, ligera y franca. Por un momento, por un instante fugaz, quiero reír también. Quiero fingir que todo esto no pesa, que no duele, pero no puedo.
—¿Tonterías? —repite, inclinándose un poco más—. Yun, te conozco. Sé que no eres de los que se conforman con lo que debería ser. Siempre has querido algo real.
Levanto los ojos, y esta vez no los aparto. Ella sostiene mi mirada, desafiante, como empujándome a decirlo, a admitirlo. A aceptar que no sé si quiero esta vida que estoy a punto de firmar. Que hay algo dentro de mí, cada vez más grande, que grita que no y en ese instante lo sé.
Hannah no está preguntando.
Ella ya sabe la respuesta.
Siempre la supo.
El problema es que yo todavía no sé qué hacer con ella.
Bajo la vista a mi café, ya frío, y aprieto los labios.
—No siempre podemos tener lo que queremos —susurro.
Ella no dice nada. Solo extiende la mano y la deja caer sobre la mía, dándome un apretón silencioso. El tipo de gesto que entiende más de lo que las palabras podrían decir. Y ahí, en ese pequeño gesto, sé que el tiempo que me queda para mentirme a mí mismo se está acabando.
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La oficina de Hans siempre ha sido impecable. Ningún papel fuera de lugar, ni un cable asomando, ni una planta que crezca más de lo debido. Antes me parecía admirable, ahora me resulta opresivo.
Demasiado orden.
Demasiado control.
Demasiado Hans.
Cada objeto parece gritar su nombre. Cada centímetro del espacio está tan perfectamente curado que siento que yo mismo desentono por estar aquí respirando.
No puedo dejar de escuchar la voz de Hannah en mi cabeza, sus preguntan resuenan y me incomodan. El recuerdo de nuestra conversación me taladra desde que salí del café. No quiero que me afecte, pero ya no puedo fingir.
—Tu madre me ha preguntado sobre la boda —dice él sin levantar la vista de los documentos que revisa—. Quieren que fijemos una fecha pronto.
Me siento pequeño, como un niño en la oficina del director. Trago saliva lentamente mientras me enderezo intentando aparentar. Como siempre.
—No sabía que habías estado hablando con ella.
Finalmente, el levanta la vista, imperturbable, siempre igual. Hans tiene esa mirada que no se inmuta, como si ya hubiera calculado mi respuesta antes de hacer la pregunta.
—Por supuesto. Es importante que tu familia esté tranquila. No hay motivo para retrasar el compromiso.
Ahí está, esa seguridad con la que habla de nuestra vida como si ya le perteneciera. Como si mis decisiones fueran solo una formalidad para que todo encaje. Porque tiene la bendición de mis padres. Porque encaja en el molde perfecto. Porque yo, en su mente, soy un anillo asegurado en su dedo.
Sonrío más por reflejo que por defensa. No puedo soportarlo.
—Claro —respondo, usando el tono más neutro que puedo, como si no me sintiera atrapado en una pecera—. No entiendo la prisa.
El frunce los labios apenas un segundo, como si midiera si vale la pena discutirlo. Luego se levanta, rodea el escritorio con pasos firmes, casi silenciosos, y se detiene frente a mí.
—No quiero que Jasper sea un problema.
Mi pecho se tensa, pero no dejo que mi expresión cambie. ¿Qué sabe? ¿Qué intuye?, pienso.
—¿Por qué lo sería? —pregunto, con una calma que no siento—. No entiendo por qué sigues molestando con eso.
Me observa en silencio, esa clase de silencio que aplasta, como si buscara una grieta por donde entrar. Luego posa su mano en mi cintura. El contacto es firme, posesivo, sé que es una advertencia más que un gesto de afecto.
—Porque lo he visto mirarte y sé lo que los omegas como tú pueden provocar.
Mi estómago se revuelve. No puede ser tan desagradable. Pero aun cuando mi ceño quiere fruncirse, le sonrío con el mismo encanto de siempre.
Como yo.
Los omegas como yo.
Esa frase, dicha con tanta naturalidad, con tanto desprecio contenido, me deja sin palabras.
—No tiene importancia —respondo al fin, desviando la mirada—. Jasper es solo… un omega.
—Exacto —dice, y sonríe, pero está lejos de ser una sonrisa amable.—. Solo omega… dominante.
Ese adjetivo flota entre nosotros como una amenaza y su tono, bajo y medido, me hiela. Él sabe o cree saber, y lo que más miedo me da es que no importa si lo sabe del todo. En su mente, Jasper ya es un enemigo.
Mis dedos tiemblan a los costados de mi cuerpo y de pronto, todo en esta habitación se siente asfixiante. La pulcritud. La luz blanca. La alfombra sin una sola arruga. Todo está diseñado para que nadie desobedezca.
Estoy perdiendo el aire. Necesito un cigarro.
—Necesito… tomar algo de aire —digo, antes de que mi propia garganta me cierre por completo.
Me doy la vuelta sin esperar su aprobación. Siento su mirada en mi nuca, helada, calculadora y camino hasta la puerta con pasos apretados, sin mirar atrás. Cuando salgo, no respiro mejor, pero al menos estoy fuera de su alcance. Por ahora.
⋆ ˚。⋆୨୧˚ ˚୨୧⋆。˚ ⋆
El vaso en mi mano está a medio vacío. El hielo ya se ha derretido. No debería estar aquí. No debería haber aceptado esta salida, pero lo hice. Porque cuando Jasper me encontró encendiendo un cigarro fuera del edificio, temblando como si el frío viniera desde dentro de mi pecho, no supe cómo negarme.
Necesitaba salir.
Necesitaba aire.
Necesitaba que alguien me mirara sin juicio.
Mis manos aún tiemblan. No como un gesto aislado, sino como un eco constante. El tipo de temblor que sube por los brazos, que nace en el estómago y se engancha en la garganta. Probablemente estaba a segundos de colapsar, de caer al suelo por falta de oxígeno. Sentía el pecho apretado, como si una cuerda invisible me estuviera estrangulando desde adentro.
Jasper tomó mi mano, no dijo nada, no se asustó, solo la sostuvo y de alguna forma, el mundo volvió a entrar en mi cuerpo. El aire regresó a mis pulmones como si le hubieran quitado un peso al universo. No sé si fue su calor, su calma, o el hecho de que no intentara arreglarme. Solo… me sostuvo.
Ahora está recostado contra la barra, su camisa desabotonada en el cuello, el cabello un poco revuelto, como si esta noche no tuviera que cumplir con nada. Me mira como si estuviera esperando que yo me desarme por completo, sin presionar, pero sin mirar hacia otro lado.
—Así que… —empieza, girando su vaso entre los dedos con una lentitud casi burlona—. ¿Huyes de Corea y terminas con un matrimonio arreglado en Alemania? Suena como una broma cruel.
—Lo es — suelto una risa baja.
Él bebe un sorbo sin apartar la vista. Me está leyendo, lo sé y aunque debería cerrar mis puertas, me doy cuenta de que ya están abiertas de par en par.
—¿Por qué aceptaste?
No quiero responder. Todo en mí grita que lo evite. Que me guarde las palabras, que no me exponga. Pero él tiene esa forma de mirar que no se rompe y quizás es por culpa del alcohol o quizás es porque mi corazón ya está demasiado cansado de fingir que todo está bien.
—Porque así ha sido siempre. —mi voz es más baja de lo que pensaba. Miro mi vaso, donde los últimos cubos de hielo se deshacen como si también se rindieran—. Mis padres han decidido todo por mí desde que tengo memoria. Qué estudiar, a dónde mudarme, con quién hablar. No importaba si era otro país, otro idioma, otra vida… Al final, siempre encontraba el mismo final escrito por ellos.
Cierro los ojos un segundo, sintiendo cómo el pánico todavía ronda en las esquinas de mi mente, como un animal que no se ha ido del todo.
—Hans es el tipo de alfa que ellos aprueban. Fuerte. Correcto. Con un apellido que suena bien en reuniones familiares. No importa lo que yo quiera. Nunca ha importado.
El silencio que deja Jasper no es incómodo. Es cuidadoso. Está dándome espacio para seguir, pero lo que dice a continuación corta más profundo que todo lo anterior.
—¿Y qué es lo que tú quieres?
La pregunta flota como humo espeso y me ahoga. Porque no lo sé o tal vez sí lo sé, pero no me atrevo a decirlo. No me atrevo a decir que no quiero casarme con un hombre que me hace sentir propiedad. No me atrevo a admitir que hay algo en la forma en que Jasper me mira que me hace dudar de todo lo que pensé que era mi destino. No puedo decir que quiero algo más, algo diferente. Que quiero a alguien que me vea como un hombre, no como un trofeo bien educado.
La presión vuelve al pecho. La cuerda invisible tira otra vez. Mis dedos aprietan el vaso. Mis costillas no se expanden del todo. Así que hago lo que mejor sé hacer. Levanto la vista, le sonrío y miento.
—Eso no importa.
Jasper me observa con esos ojos oscuros, llenos de algo que no logro descifrar. Esta vez no sonríe. No juega y esa falta de respuesta es más honesta que cualquier palabra.

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