Yun sonríe, pero no es la sonrisa que suele usar conmigo. No es esa sonrisa afilada, endulzada con veneno y orgullo, la que lanza cuando quiere provocarme o mantenerme a raya. Esta… esta apenas toca sus labios, no alcanza sus ojos y me jode.
Me jode más de lo que debería.
—Eso no importa —dice con una calma tan bien entrenada que me dan ganas de romperla.
La tensión me sube por la garganta como una ola amarga. Bebo el whisky de un solo trago, esperando que el ardor me distraiga del impulso de gritar.
—¿Siempre haces eso? —pregunto, dejando el vaso en la barra con más fuerza de la necesaria.
—¿Hacer qué? —parpadea, fingiendo inocencia.
—Poner esa sonrisa de mierda cuando no quieres decir lo que piensas.
No parpadea esta vez. No retrocede. Pero lo sé, lo toqué en algún sitio, y algo se movió.
—No sé de qué hablas —responde con esa suavidad que corta más que grita.
—Claro que lo sabes —digo, riendo con una amargura que me raspa por dentro. Paso la lengua por los labios, tratando de contener el veneno que me nace fácil, pero que ahora se siente hueco. No quiero lastimarlo. No de verdad. Solo quiero… alcanzarlo.
Nos quedamos en silencio.
Afuera, el mundo sigue girando con su caos habitual. Ruidos, risas, luces. Pero aquí, en esta esquina oscura del bar, estamos atrapados. Una burbuja a punto de estallar con todo lo que no se dice.
—Te lo han dado todo, ¿verdad? —susurro, sin dejar de mirarlo—. Dinero. Educación. Viajes. Un futuro limpio, bonito, con moño dorado. Pero también te han quitado todo, tu voz, tu voluntad, tu jodido derecho a elegir.
Él no dice nada, pero lo veo en sus ojos. En el leve endurecimiento de su mandíbula. En cómo sostiene el vaso como si fuera lo único que aún puede controlar.
Me inclino un poco, bajando la voz, como si pudiera entrar en su espacio sin invadirlo.
—¿Por qué sigues dejándolos ganar?
Y ahí está, una grieta que, por un segundo, juro que lo vi abrirse. Como si fuera a decirlo. Como si fuera a confiarme algo que le pesa desde hace años. Pero en lugar de eso, se echa el trago de un golpe y deja el vaso sobre la barra con un clic seco.
—Es tarde —dice, recogiendo su abrigo.
Y entonces se va. No me mira. No duda. Camina como siempre, con esa maldita elegancia que usa como armadura. Pero yo sé. Yo sé que algo se rompió. Y el problema, el verdadero problema, es que no puedo quedarme quieto. No puedo seguir tratando esto como un juego.
Porque esta vez no se trata de querer acostarme con él. Ni me interesa su hermosa cintura delgada y su boca afilada. Ni siquiera quiero ganar una conquista más para mi lista.
Esta vez, quiero más. Quiero sacarlo de esa jaula donde se encierra y sonríe como si no estuviera ahogándose. Quiero ser el que lo escuche cuando se rompa a la mitad. Quiero ser el que lo proteja, aunque no quiera ser protegido.
Y me duele admitirlo, pero quizás quiero ser su jodido héroe y eso… eso me da más miedo que cualquier deseo que haya sentido por él antes. Porque tal vez él no quiera que lo salven. Tal vez él ni siquiera crea que se puede salir de ese lugar.
Y, aun así, aquí estoy.
Queriendo ser su salida.
Queriendo ser algo más.
(Todos los créditos de estas hermosas ilustraciones a @liten.moon que la pueden encontrar en Instagram)

Comments (0)
See all