Yun sigue lanzándome esas sonrisas envenenadas, suaves como seda, pero afiladas como agujas. Responde con dulzura fingida, con la misma ironía calculada de siempre, como si todo siguiera igual. Pero no, nada está igual. Quizá ahora que sé la verdad, puedo ver más allá de sus gestos.
Cada día lo veo más apagado, más mecánico. Como si alguien estuviera drenando la luz que solía habitar en su mirada y sé quién es.
Tiene que ser Hans. Ese bastardo está apagándolo poco a poco.
Lo noto en la manera en que Yun desvía la mirada cuando cree que nadie lo observa. En cómo tarda más en sonreír, en cómo se le tensa la mandíbula cuando alguien menciona el matrimonio y lo odio. Lo odio con una intensidad que me quema el pecho.
Lo odio porque quisiera ser yo quien le devuelva la chispa. Quien lo haga sentir libre.
Así que cuando lo encuentro solo en la azotea de la oficina, con la ciudad extendida bajo nosotros como un tapiz brillante, sé que no puedo callarme más. Desde aquella noche en el bar, ha fingido que nada ocurrió. Ha enterrado nuestras palabras bajo capas de indiferencia, pero yo no puedo. No cuando lo tengo frente a mí, tan hermoso incluso en su tristeza, tan frágil y tan fuerte a la vez.
Mi hermosa flor del invierno se está marchitando, y no puedo permitirlo.
Está apoyado contra la baranda, con un cigarro sin encender entre los dedos. Lo sostiene como si bastara con imaginar el humo para calmarse.
—Esa cosa te matará —comento al acercarme.
—Hay cosas peores que un cigarro —responde, sin mirarme.
Me coloco junto a él. El viento agita su cabello, y en ese instante, parece irreal. Como un ángel encadenado que ha olvidado cómo se sentía volar.
—Como un matrimonio sin amor.
Esta vez sí me mira. Sus ojos reflejan las luces de la ciudad, pero no las llevan dentro.
—Sigues con eso.
—Porque no tiene sentido. —Cruzo los brazos, reprimiendo la urgencia de tocarlo—. Tú no eres alguien que se deja atar sin luchar.
Él suelta una risa vacía y vuelve a mirar hacia el horizonte con una resignación que me parte en dos.
—Tal vez no me conoces tanto como crees.
—Tal vez tú tampoco.
El silencio se instala entre nosotros como una niebla espesa. El viento nocturno nos envuelve. Todo parece lejano, menos él. No puedo seguir viéndolo así.
Me muevo, colocándome frente a él, bloqueando su escapatoria visual.
—Si te casas con él, te vas a marchitar. Lo sabes.
Sus labios se entreabren, como si fuera a discutirlo, pero no dice nada. Solo me observa y esta vez no hay burla, ni juego, ni esa capa de ironía. Solo queda Yun, expuesto e inquietante.
Me acerco un poco más, con el corazón golpeando torpe en mi pecho.
—¿Vas a decirme que estoy equivocado?
Parpadea con lentitud y entonces, con esa voz suya tan suave, tan dulce, tan venenosa… pero rota de una forma que casi no se nota, susurra:
—¿Y qué harás al respecto, Jasper?
Su pregunta queda suspendida en el aire, flotando entre nosotros como una trampa elegante. Podría reírme, soltar alguna frase sarcástica y convertir esta tensión en otro de nuestros juegos peligrosos. Pero ya no puedo. Ya no quiero.
Me está mirando de frente, con los labios entreabiertos y esa expresión temblorosa que lo delata más que cualquier palabra. El viento nocturno le revuelve el cabello, y mi corazón amenaza con salirse del pecho solo de pensar que quizás… quizás él también quiere que derribe esta maldita barrera entre nosotros.
Así que lo hago.
Me acerco, lo tomo por la nuca, dejando que mis dedos se hundan en su cabello suave. No hay espacio para dudas ni advertencias. Solo nuestros cuerpos, el abismo y ese deseo que me consume. Posé mis labios sobre los suyos. Un beso crudo, hambriento e inevitable. Uno que reclama todo lo que me ha estado negando.
Siento su respiración quebrarse en mi boca, su cuerpo tensarse por un segundo que dura una eternidad… y luego, responde.
Y ahí lo entiendo… estoy jodido.
Porque Yun no besa como alguien que duda. Besa como alguien que ha estado conteniéndose demasiado tiempo. Sus manos me agarran de la camisa, me acercan, y me besa con una furia cargada de deseo, con una rabia dulce que me enloquece. No hay espacio para el aire ni para el mundo. Solo él, su boca, sus labios hambrientos.
Lo arrincono contra la baranda sin pensar, como si pudiera fundirme con él, como si ese contacto pudiera borrar todo lo demás, su compromiso, su miedo, Hans.
La dulzura se desvanece. Solo queda el fuego.
Pero Yun es el primero en separarse. Jadea con sus labios enrojecidos, sus pupilas dilatadas y lo miro, sabiendo que mi pecho sube y baja igual que el suyo. Ambos estamos empapados en feromonas, respirando el aroma del otro como si fuera el último oxígeno del planeta.
Entonces lo veo recomponerse. Acomoda su ropa, se sacude como si pudiera borrar lo que pasó. Como si pudiera fingir que no nos derretimos uno en el otro.
—No debimos hacer eso —susurra, y su voz no tiene fuerza.
—¿De verdad? Porque parecías bastante involucrado —respondo, alzando una ceja, la respiración todavía agitada.
Él aprieta sus labios y suelta la estupidez más grande de la noche:
—Fue un error.
—Claro. Un error que casi te hace gemir mi nombre.
Sus mejillas se encienden. Lo desarma. Lo sé. Porque aún tiembla, aún me desea, y su cuerpo lo grita, aunque su boca intente negar todo.
—No volverá a pasar —murmura, pero esta vez no hay firmeza, solo miedo.
Da media vuelta para irse. No lo detengo. Lo dejo ir, observando su espalda alejarse, sabiendo que está huyendo de lo inevitable y me río, apenas, porque los dos sabemos la verdad.
Después de esto, nada volverá a ser igual.
⋆ ˚。⋆୨୧˚ ˚୨୧⋆。˚ ⋆
Él está evitando mirarme. Eso ya es prueba suficiente.
No es que antes me dedicara demasiadas miradas, pero ahora es distinto. Hay algo forzado en su indiferencia, actúa torpe, como si cada uno de sus gestos estuviera pensado con antelación para no cruzarse conmigo.
En las reuniones mantiene la vista fija en la pantalla o en sus papeles, como si de pronto cada gráfico de ventas fuera fascinante. Si por casualidad nuestras miradas se cruzan, la suya rebota enseguida, como si quemara.
En la oficina, si entramos en la misma habitación, inventa una excusa absurda para salir. "Olvidé un informe", "me llamaron de contabilidad", "necesito fumar". A veces ni lo intenta. Simplemente se gira y se va, como si el aire fuera irrespirable conmigo cerca.
Incluso cuando Hannah nos arrastra a almuerzos grupales, porque es incapaz de soportar el ambiente tenso entre nosotros sin intentar suavizarlo, él se sienta al extremo opuesto de la mesa. Mira su plato como si fuera lo más interesante del mundo. Nunca me dirige la palabra, ni siquiera cuando bromeo con Hannah o con los demás.
Es casi divertido. Si no fuera porque me estoy volviendo loco porque ahora lo sé. Ese beso no fue un simple desliz, ni una locura pasajera nacida de una noche de feromonas y tensión acumulada. No fue un juego que se salió de control.
El sintió lo mismo que yo. Lo noté en la forma en que sus dedos se aferraron a mi camisa con desesperación, como si necesitara algo a lo que sujetarse para no romperse. En cómo su cuerpo tembló contra el mío, en el sonido entrecortado de su respiración mientras se rendía a lo que tanto tiempo contuvo.
Por eso se aleja, porque si no sintiera nada, no tendría que hacerlo.
Me recargo en mi silla, girando el bolígrafo entre los dedos. La sala de juntas está llena, pero para mí solo existen dos personas: él y yo. El resto son ruido de fondo. Lo observo de reojo desde el otro extremo de la mesa. Está anotando algo en su libreta, la tapa negra abierta sobre la página como una pequeña barrera entre su mundo y el mío.
Puedo ver cómo sus hombros están tensos. Cómo frunce el ceño cada vez que alguien menciona mi nombre. Sabe que lo estoy mirando, lo siente. Lo percibo en la forma en que cambia de postura, como si el aire alrededor de su cuerpo se hubiera vuelto más denso y eso solo confirma lo que ya sospechaba. Está huyendo. Está evitando que lo toque otra vez. Que lo bese. Que lo desarme.
Ahora la pregunta es… ¿cuánto tiempo piensa seguir haciéndolo?
—Jasper —dice Hans desde la cabecera de la mesa, sacándome de mis pensamientos—. ¿Podrías encargarte de revisar la propuesta antes de enviarla a dirección?
Me toma medio segundo procesar que me están hablando.
—Claro —respondo, devolviéndole una sonrisa impecable—. Me encargaré hoy mismo.
Hans asiente en silencio sin hacer ninguna mueca, como siempre. Es curioso, si alguien en esta mesa supiera que estuve besando a su prometido en una azotea hace apenas una semana, no creo que esta reunión estaría yendo tan bien. Pero nadie lo sabe, nadie sospecha nada.
Excepto Hannah.
Sus ojos me observan como rayos X, perspicaces y peligrosos. Me está escaneando desde que entré, y aunque no ha dicho nada, puedo notar que está al tanto de algo. Su intuición siempre fue demasiado aguda para su propio bien.
Yun, por su parte, ni siquiera levanta la cabeza.
Cuando la reunión termina, todos se levantan, algunos intercambian comentarios, otros salen rápido. Me muevo despacio, fingiendo revisar unos papeles. Espero. Y, como esperaba, Yun es de los últimos en levantarse. Agarra su libreta y se dirige a la puerta sin mirar atrás.
Decido no dejarlo escapar esta vez.
—Yun —lo llamo, con voz baja, lo suficientemente firme como para obligarlo a detenerse.
Él se tensa, y gira apenas el rostro, sin mirarme del todo. No parece el mismo. Se ve… un ligero rubor adornando sus mejillas. Mierda… él... es tan tierno.
—¿Qué quieres?
—Hablar —digo simplemente.
Él duda. Muerde el interior de su mejilla como hace cuando está nervioso, aunque intenta mantener la compostura.
—No creo que sea una buena idea.
—No pregunté si era una buena idea. Solo te pedí cinco minutos.
Finalmente se gira del todo y sus ojos se clavan en los míos. Está a la defensiva, como un animal acorralado, pero también hay algo más en su mirada. Una chispa, un rastro de fuego mal apagado.
—Cinco minutos —murmura—. Nada más.
Lo sigo hasta una sala vacía al fondo del pasillo, donde solemos guardar material de oficina. Es pequeña, con estanterías a los costados y una lámpara que parpadea levemente. Cuando cierra la puerta, se queda de espaldas a mí. No habla.
El silencio es un campo minado.
—No puedes seguir evitándome —digo al fin—. No después de lo que pasó.
—¿Y qué se supone que haga? —responde sin girarse—. ¿Pretender que no significa nada? ¿Que no afecta nada?
—No, al contrario. Quiero que dejes de fingir que fue un error.
Se vuelve para mirarme de frente. Está pálido, pero sus ojos arden.
—Fue un error —repite, casi como un mantra. Pero no suena convencido—. No debería haber pasado.
—¿Entonces por qué sigues temblando cuando me acerco? ¿Por qué tus feromonas se disparan cada vez que entras a una sala donde estoy yo?
El aprieta los puños, sus labios tiemblan, pero no responde. Doy un paso hacia él. Luego otro hasta quedar a centímetros de su cuerpo, de su cabello, de sus labios.
—No puedes seguir huyendo de esto, Yun. Porque por más que intentes borrar ese beso, está ahí. En tu boca. En tus manos. En cómo no puedes dormir bien desde esa noche.
Su mirada se enturbia, como si estuviera a punto de romperse. Pero entonces, retrocede. Un paso. Luego otro. Choca contra la pared de estantes sin darse cuenta.
—No deberíamos —dice—. Esto no puede pasar, Jasper. No importa lo que sienta. No importa lo que tú sientas. Ya tengo una vida. Un compromiso. Un futuro.
—¿Y qué clase de futuro es ese si tienes que vivirlo mintiéndote a ti mismo?
Sus labios se abren, pero no dice nada. Solo me mira y se lo que veo, un Yun sin máscaras, asustado, confundido y tan herido como yo. Me acerco un poco más, pero no lo toco. No esta vez.
—No te estoy pidiendo que tomes una decisión ahora —susurro—. Solo quiero que dejes de esconderte. Que no me mires como si hubiera hecho algo malo por desearte. Porque tú también lo hiciste.
Él cierra los ojos y frunce sus labios. Su respiración tiembla como si estuviera a punto de llorar como un niño que hizo algo malo.
—No sé qué hacer —confiesa—. Me da miedo lo que puedas hacerme sentir.
—A mí también me asusta lo que siento por ti. Pero me asustaría más que esto… tú y yo… terminara sin haberlo intentado —sonrío con tristeza.
El silencio vuelve a
caer entre nosotros, pero esta vez es diferente. Más blando. Más humano. El no
responde. Solo me mira y no huye.

Comments (0)
See all