Cuando llegamos a la zona de seguridad, uno de los guardias nos recibe y explica que han contactado a la policía. No han dado con Ho-sik, y como hay una denuncia previa contra él por acoso, el protocolo exige notificar a las autoridades.
Algo dentro de mí se tensa al oír la palabra ‘policía’, al pensar en lo que se podría desencadenar si doy mi apellido... basta con que alguien lo reconozca. Intentarían utilizar lo que ha pasado para hacerme volver. Dirían que es por mi bien. Por mi seguridad.
Seol-hwa relata lo que pasó. Yo intervengo cuando es necesario, pero mi cabeza está en otra parte.
Alguien llama a la puerta. Una mujer con una carpeta en la mano y la expresión visiblemente preocupada. Debe ser del hospital, quizá una superior o alguien de recursos humanos. Las dos se apartan un poco para hablar, mientras yo termino de contar lo sucedido.
—Antes de que te vayas, déjame tu contacto —dice él, tendiéndome un bolígrafo—. Por si necesitan tu testimonio.
Escribo mi nombre de pila y el número de móvil, nada más.
Mientras me despido del guarda, veo que Seol-hwa sigue hablando. Se me hace raro irme sin decir nada, pero no parece un buen momento para interrumpir. Lo que ha pasado es serio, y aunque da la impresión de llevarlo con calma, algo en su mirada me dice que no es sin esfuerzo.
Estoy a punto de salir cuando una voz me detiene.
—Tae-han.
Me giro, es la médica.
—Cuídate y… gracias.
Su voz es sincera. No lo dice por educación. Lo veo en su mirada, en la forma en que sostiene el contacto.
—Cuídate tú también. Espero que lo encuentren pronto.
Me despido con un gesto y salgo al pasillo. En el hospital todo sigue igual, pero yo noto la diferencia.
Una vez fuera, el aire fresco de la tarde me acompaña. Siento el cansancio asentándose, pero no quiero pensarlo demasiado, solo llegar a casa.
De camino, paso por delante de un pequeño supermercado. Entro de forma casi automática. Me muevo entre los estantes sin prestar demasiada atención y selecciono lo primero que puedo comer directamente, sin complicaciones.
En la caja, la dependienta lo escanea con la misma cadencia monótona con la que repite su saludo. Su voz se funde con el sonido de la impresora soltando el recibo y el intercambio rápido de monedas en la bandeja.
Al poco tiempo llego al edificio y subo al ascensor. Solo cuando las puertas se cierran, mi cuerpo se permite relajarse del todo. Dejo salir un suspiro largo, pesado, apoyando la espalda contra el espejo.
Me enderezo al llegar a mi planta y meto la llave en la cerradura con cierta impaciencia. Al encender la luz, a pesar de que todo está como lo dejé, el vacío me pilla por sorpresa.
Hay tanto por hacer aquí…
Pero no es momento de pensar en eso.
Mañana habrá tiempo. Ahora solo quiero cenar algo y descansar.
Voy a la cocina para calentar lo que compré y enseguida noto la incomodidad. Usar la izquierda es frustrante, torpe. Pero intentar usar la otra mano es peor.
Enciendo el móvil para distraerme un poco mientras como. La pantalla parpadea y las notificaciones empiezan a llegar. No tarda en llenarse de mensajes de amigos que hice durante mis viajes, preguntándome por el vuelo, por cómo fue el regreso. Me arrancan una leve sonrisa, aunque ahora mismo no tengo ánimos para contestar.
Entonces veo su nombre apareciendo entre llamadas perdidas.
Seo Ji-yeon.

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