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El Espectro Negro [BL]

III.I. La llegada de un médico nuevo.

III.I. La llegada de un médico nuevo.

Jun 06, 2025

Al transcurrir los días, Nil siguió ignorando al alguacil, pero Giovanni no se lo tomó personal. Se decía a sí mismo que solo estaba cumpliendo con su trabajo y que, aunque al boticario no le gustaran sus métodos, nada era más importante que la seguridad del pueblo.

Mientras tanto, Nil tenía ciertas dificultades para integrarse en Arcelia. Todos en el pueblo conocían al doctor Salvador y, por supuesto, a su hija María, su pequeña enfermera de veintitrés años. El doctor había traído al mundo a la mayoría de los habitantes, y con el paso del tiempo, su hija siguió sus pasos, asistiendo en los partos de los hijos de aquellos a quienes su padre había ayudado a nacer.

Envejecer era parte de la vida. Era natural que en algún momento el Doctor Salvador dejará sus responsabilidades sobre el esposo de María, pero, ¿Un desconocido?

Nadie sabía de dónde venía ni a donde iba, había rumores de que el alguacil no confiaba en él y que, incluso, había una investigación en curso sobre el sujeto, otros hablaban, sobre que no era un médico propiamente dicho, más bien un joven con algo de conocimiento. Siendo el caso, era razonable que los pueblerinos, no confiaran fácilmente en sus capacidades.

La mayoría del tiempo, cuando la gente de Arcelia iba al consultorio y Nil se encontraba ahí, pedían encarecidamente que el Doctor Salvador fuera quien los revisará, pues él conocía su historial médico, al fin y al cabo, él los diagnosticó toda su vida. En otras ocasiones, Nil podía atender a los pacientes, siempre y cuando, el Doctor Salvador se encontrara supervisando la situación.

Pero había momentos donde el señor Salvador debía descansar, en esos instantes, María y Nil se quedaban atendiendo el consultorio y ocurría una de dos cosas. Al ver que el Doctor Salvador no estaba, anunciaban que regresaban más tarde o mañana, cuando el Doctor Salvador estuviera disponible o si era algo muy leve, pedían que María los atendiera.

Nil no lo demostraba, pero la situación le parecía bastante dolorosa, ahora recordaba porque no se había asentado en un lugar antes. Y era porque en todos los pueblos ocurría lo mismo, nadie estaba abierto a confiar en desconocidos.

No era lo mismo ser un familiar lejano, a un reverendo extraño, salido de quién sabe donde, si eras un familiar, tu familia servía de referencia, pero como siempre, Nil no tenía eso. No era lo mismo ser un boticario nómada, la gente lo necesitaba, no siempre se podía encontrar la medicina que la gente necesitaba en su pueblo, la mayoría de veces debían viajar a otros pueblos y en casos más extremos ir a la capital de México, allá al distrito federal.

No cualquiera podía permitirse un viaje de ida, mucho menos de vuelta, junto con el dinero para el medicamento, es por eso que Nil había sido tan apreciado, a la gente de bajos recursos le venía de maravilla que una medicina que solo se podía encontrar en la capital, hubiera venido en la carreta de un boticario, y mejor aún, que el boticario la haya preparado.

Lo que se hubieran gastado en una botella de medicina, pasajes, comida y alojamiento, lo podían gastar en por lo menos cinco o siete botellas de medicina y aun así les sobraría dinero. Esa era la diferencia, con Nil tenían la opción de comprar la medicina con él o en su propio pueblo, al fin y al cabo, si no funcionaba, nunca más volverían a comprarle, e incluso llamarían a los oficiales de la comisaría para que lo aprendieran.

Pero aquí era diferente, aquí no bastaba el hecho de que María y el señor Salvador le dieran su voto de confianza, aquí debías demostrarlo, pero Nil no quería, no, más bien, no sabía cómo.

— ¡Anímate! —Pidió María mientras le servía un jarro de barro con café de olla recién hervido.

— No estoy desanimado. — Respondió Nil mientras agradece el gesto del café. <<Igual, me voy a ir, apenas me recupere. >> pensó el joven de ojos azules.

María sopló al café y después sonrió con osadía. — Chismoso — Nil la miro con sorpresa, y como si María leyera su mente, se apresuró a explicar. — Puede que no lo sepas, pero tus ojos lo demuestran, conozco muy bien la mirada de la gente. En estos años, he visto cuando las personas dicen la verdad y otras cuando mienten, ya sea por vergüenza o miedo, he visto cuando las personas están asustadas de morir, pero aun así, de su boca salen palabras tranquilizadoras para su familia.

La joven miró con pena el café de su jarrón — He visto, como en sus ojos hay irá por la impotencia de no poder curarse, he visto el dolor, la decepción y más emociones de las que podría nombrar. — María miró directamente a los ojos de Nil. — Puede que seas muy bueno fingiendo, pero, hay momentos donde no se puede ocultar lo obvio.

Nil se mantuvo mudo unos segundos, cuando iba a responder, un estruendo bastante feo se escuchó de la calle, María y Nil se miraron entre ellos para confirmar que lo que habían escuchado no fue un error, y al instante salieron corriendo a la calle.

Lo que encontraron fue a dos ancianas peleando a todo pulmón en la calle, mientras que la gente comenzaba a rodearlas con curiosidad. María suspiró de alivio y después comento divertida. — Ah, nada más son Doña Claudia y Doña Eufemia. — Nil, la miró sin entender.

— ¿Nada más? — Repitió Nil, intentando obtener una explicación.

María lo miró incrédula, no podía entender cómo Nil, no sabía lo que significaba que ambas señoras se encontraran, pero a los pocos segundos reaccionó, claro que no sabía, él no era de aquí. Entonces, eso la hizo sonreír de oreja a oreja.

María sujetó la muñeca de Nil y lo arrastró hasta la calle, más cerca del bullicio. — Ven, esto no te lo puedes perder.

El boticario no entendía, pero, no había nada mejor que hacer, entonces no protesto, el cielo ya estaba coloreándose de tonos morados y anaranjados, la mayoría estaba regresando a sus casas, pero en cuanto veían que Doña Claudia y Eufemia estaban discutiendo, ¡Corrían a ver qué pasaba!

Pero, algo le decía a Nil que no lo hacían porque les preocupara la seguridad de las señoras de la tercera edad. No, más bien parecían las reacciones de unas personas, que no querían perderse de lo que sea que estuviera a punto de suceder.

Nil apenas había dado un paso más cuando un guarache voló a toda velocidad, pasando tan cerca de su cara que pudo sentir el viento del impacto.

—¡SANTÍSIMA VIRGEN! —exclamó sin poder evitarlo, mientras giraba sobre sus talones hasta ver que el calzado impactó a un pobre hombre que estaba pasando y cayó al suelo.

Frente a él, las dos ancianas se gritaban con la furia de quienes llevaban años acumulando rencores.

Doña Claudia, una señora de por lo menos sesenta y cinco años, cabello largo y trenzado, tenía una escoba en mano como si estuviera lista para pelear contra el mismo diablo, mientras que Doña Eufemia, una señora de aproximadamente sesenta, con cabello cano corto y rizado, giraba su rebozo entre sus manos con una precisión que solo se conseguía con décadas de experiencia.

—¡ME PAGAS EL MAÍZ DE MI GALLO, CLAUDIA! —vociferó Doña Eufemia, con el rebozo en alto.

—¡CÓMO TE VOY A PAGAR ALGO QUE NO ES MI CULPA, EUFEMIA! —replicó Doña Claudia, sacudiendo la escoba.

Nil miró a María con el ceño fruncido.

—¿Qué demonios está pasando?

María suspiró con diversión. — La verdad, no sé, a ver, aguántame — Pidió mientras preguntaba a uno de los sujetos del lado.

— ¡Ya! — Brinco victoriosa mientras se acercaba al oído de Nil —El gallo de Doña Eufemia, la señora que tiene el cabello cortito y rebozo de arma, se quedó sin maíz porque, según ella, una gallina se metió a su casa y se lo comió. Pero Doña Claudia, la señora de las trenzas, dice que la gallina era de Eufemia, así que básicamente está reclamando que se pague a sí misma.

Nil pestañeó y miró a María en busca de alguna señal de que esto no era real. Pero la muchacha solo sonrió con diversión, como si esto fuera el espectáculo del mes.

—Déjalas —susurró—. Apenas se están calentando.

Nil iba a preguntar qué demonios quería decir con eso, pero entonces, en ese momento, Doña Claudia se lanzó al ataque, arremetiendo con la escoba.

—¡NO TE HAGAS LA LOCA, ESA GALLINA ES TUYA!

Doña Eufemia esquivó el golpe con la agilidad de una mujer que había vivido muchas peleas como esta. De un movimiento rápido, le aventó el rebozo a la cara como si fuera una red de trampero.

—¡PA' QUE APRENDAS A NO ACUSAR A GENTE INOCENTE!

Nil abrió los ojos como platos cuando vio a Doña Claudia forcejear con el rebozo enredado en su cabeza, sacudiéndose como un gallo enojado.

—¡Me quieres matar, vieja bruja! —se quejó, logrando zafarse.

—¡Si te quisiera matar, ya estarías en la tumba, Claudia!

Los espectadores soltaron un "¡OOOOOH!" Colectivo como si estuvieran viendo la mejor función de sus vidas.

—¿Esto es normal? —murmuró Nil hacia María, sin apartar la vista de la escena.

—Pff, por supuesto —respondió ella, conteniendo la risa—. Llevan años peleando por cosas así. Una vez casi incendian la plaza peleando por quién hacía los mejores tamales.

—¿Quién ganó?

—El pueblo. Nos comimos los tamales de las dos.

Sin perder tiempo, Claudia levantó su guarache y lo lanzó con una puntería envidiable.

Nil sintió el alma salirse de su cuerpo cuando vio el calzado girar en el aire como un arma arrojadiza.

—¡DIOS BENDITO! — Gritaron, pensando que esta vez, Doña Eufemia había perdido.

No obstante, el guarache pasó rozando la cabeza de Doña Eufemia, quien, sin dudarlo, sacó el suyo y se lo aventó de regreso con aún más fuerza.

Los espectadores estallaron en vítores y murmullos mientras la pelea escalaba. La gente comenzaba a hacer apuestas, y Nil ya no sabía si estaba en un pueblo pacífico o en una arena de gladiadores.

Pero antes de que pudiera seguir viendo el espectáculo, un chiflido fuerte resonó en el aire.

Todos se callaron.

Nil sintió un escalofrío.

Con su sombrero echado hacia atrás y una expresión que gritaba "Estoy harto de esta maldita vida", Giovanni se abrió paso entre la multitud con los brazos cruzados, junto con Noé, el joven que había ayudado a traer a Nil y otro que no había visto.

— ¿Quién es? — preguntó Nil acercándose a María.

— ¿Quién, Noé o Rafael? — preguntó María para estar segura.

— Los dos. — Pidió Nil.

— El que está a la derecha de mi primo, es Noé, y el otro, el chaparro, es Rafael, ambos son oficiales en la comisaría, aunque si soy honesta, Giovanni es quien hace la mayoría del trabajo, ellos son más como "refuerzos"

—A ver... —suspiró Giovanni con fastidio, mientras se sobaba el puente de la nariz—. ¿Ahora qué pasó?

Doña Claudia sonrió con inocencia.

—Nada, mi'jito, nomás platicando con Eufemia.

—Sí, sí, puras palabras, Alguacil, nada de golpes, como lo prometimos la última vez. —añadió Doña Eufemia, guardándose el otro guarache detrás del rebozo.

Giovanni exhaló por la nariz, pasándose una mano por la cara.

—¡Por el amor de Dios, siempre es lo mismo con ustedes dos!

Fue un error.

Doña Claudia entrecerró los ojos con bastante indignación.

—¿Cómo que siempre? — Hablo en voz baja, y con un tono incrédulo, como si por "unas pocas veces" ella fuera una criminal.

Doña Eufemia alzó una ceja. —¿Nos está llamando problemáticas, joven?

Giovanni sintió el peligro en el aire.

—No, no, yo solo... — Levanto las manos tratando de tranquilizarlas, pero, ambas señoras no querían escuchar razones.

—¡VIEJO METICHE!

—¡MÁS RESPETO A TUS MAYORES, TENEMOS EDAD PARA SER TU MADRE!

— Ja, dirás su abuela. — Respondió Eufemia, mientras veía con burla a Claudia.

Doña Claudia giró la cabeza despacio, hasta mirar cara a cara a su amiga de toda la vida, — ¿Perdón? — preguntó la anciana como si lo que acababa de escuchar, no fuera real.

Eufemia soltó una risita entre dientes con osadía, — No te quieras quitar años, te sobran por lo menos diez años para poder ser madre del alguacil.

El ambiente cambió de uno alegre y risueño a uno peligroso. — Vieja maldita, ¿No ves que te estaba defendiendo? ¡No solo eres jodida, eres estúpida! — Gritó Doña Claudia.

— ¡¿No te habrás mordido la lengua?! ¡Muerta de hambre! — Respondió Eufemia y esta vez, también le lanzó el guarache que había escondido hace unos momentos tras su rebozo.

Doña Claudia esquivo el calzado de Eufemia, como si, desde un principio, la anciana conociera las intenciones de la mujer. Antes de que los presentes pudieran reaccionar, Doña Claudia le aventó la escoba y Doña Eufemia el rebozo, el bullicio incremento y las cosas se estaban saliendo de control.

Nil vio todo en cámara lenta.

El alguacil esquivo los escobazos y los latigazos del rebozo como si estuviera acostumbrado a la situación, incluso más de lo que le gustaría admitir en voz alta, Rafael y Noé al principio se mantuvieron al margen, tratando de pedir amablemente a las abuelas que se tranquilicen hasta qué.

¡ZAZ!

Un golpe de escoba que iba dirigido a Eufemia lo recibió de lleno el rostro del alguacil Giovanni.

Silencio absoluto. Todos los pueblerinos se quedaron con la boca abierta. Doña Claudia y Doña Eufemia se miraron con evidente terror, en todos sus años de disputas "amigables" nunca, nunca habían herido a nadie.

—¡Primo! —María fue la primera en romper el silencio, corriendo hacia Giovanni con expresión preocupada.

El alguacil estaba completamente inmóvil, con la cabeza ligeramente inclinada y una mano en la cara, justo donde el escobazo de Doña Claudia le había golpeado. Su mandíbula estaba tensa, y sus nudillos crujieron al apretar los puños.

Doña Claudia y Doña Eufemia se quedaron petrificadas.

—Híjole... —murmuró Doña Claudia, con la voz baja.

—Nos pasamos esta vez... —susurró Doña Eufemia.

Giovanni tomó una respiración lenta y profunda. —No voy a preguntar quién de las dos fue —dijo, con un tono que era peligrosamente tranquilo—. Porque, sinceramente, no me importa.

Los pueblerinos tragaron saliva.

—Pero ahora las dos... SE VIENEN CONMIGO A LA COMISARÍA.

El pueblo entero jadeó.

—¡NOOOOOO! —gritó una mujer.

—¡ALGUACIL, NO SEA TAN CRUEL! —suplicó un hombre. — ¡FUE UN ACCIDENTE!

—¡NO PUEDE ENCERRARLAS, SON UN PATRIMONIO DEL PUEBLO! —se quejó otro.

Giovanni los ignoró y señaló a Rafael y Noé.

—¡Llevenselas!

Rafael y Noé intercambiaron miradas incómodas.

—¿Cómo, así nomás? —susurró Noé.

—Yo no voy a agarrarlas, ¿y si me lanzan algún escobazo? —respondió Rafael.

Al final, las dos ancianas fueron escoltadas a la comisaría entre ruegos y lamentos de los pueblerinos, quienes se tomaron la detención como una tragedia nacional.

Nil, que observaba la escena con una mezcla de asombro y diversión, se cruzó de brazos.

—¿Así se maneja la justicia en este pueblo?

María suspiró.

—Es más bien un circo. En unas horas Giovanni las va a soltar y ellas van a volver a lo mismo.

Nil soltó una risa. —Dudo que el alguacil sobreviva otros diez años con esta rutina.


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#mexican_BL #bl #yaoi #drama #alguacil #mercenario #mexico_1920

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