Estoy recogiendo un poco el salón después de comer cuando suena el timbre.
Al abrir la puerta, allí está Seol-hwa.
—Hola —saluda con una sonrisa suave.
—Hola —respondo, antes de hacerme a un lado—. Pasa.
Camina con pasos tranquilos mientras su mirada recorre el apartamento.
—Vaya… sí que está vacío.
—Sí, pero por poco tiempo.
Nos dirigimos hacia el sofá y toma asiento, dejando una pequeña bolsa sobre la mesa.
—¿Has podido explorar el barrio?
—Aún no he visto mucho, pero me gusta. Es… diferente —respondo, recordando las calles tranquilas, la gente con un ritmo más pausado—. Cercano.
—Eso es lo bueno de este sitio. Es pequeño, pero tranquilo —responde, mientras saca el material—. Déjame ver.
Extiendo la palma vendada sin decir nada. Ella se acomoda un poco más cerca, deshaciendo el vendaje sin prisa.
El olor del antiséptico flota en el aire cuando empieza a limpiar la herida.
—Gracias, no tenías que molestarte —murmuro, levantando la vista hacia ella.
—Es lo mínimo que puedo hacer después de lo que pasó.
La observo un segundo, dudando.
—¿Cómo te encuentras?
—Cansada —admite—. Pero bien… dentro de lo que cabe.
El escozor repentino en la herida me hace apretar el brazo de forma automática.
—Tienes suerte de que los puntos sigan en su sitio. Aunque, con lo testarudo que pareces, no sé si aguantarán toda la semana.
Levanta la mirada y me observa con un reproche leve, casi teatral, como si esperara que prometiese tener más cuidado.
Sonrío llevándome la otra mano a la nuca. Parece que me tiene calado.
Mientras, se gira para coger algo, ocultando una sonrisa resignada que aligera su expresión. Cuando lo tiene, envuelve mi palma con un vendaje limpio, aplicando la tensión justa. Sus manos se mueven con la misma precisión que en el hospital, pero aquí no hay prisa, ni luces frías, ni ruido de fondo. Solo el silencio de un piso que empieza, poco a poco, a dejar de sentirse vacío.
—Listo.
—Gracias, de verdad —digo, mirándola con sinceridad.
Noto un matiz en sus ojos oscuros. Una presencia más consciente que dura un instante.
—Tranquilo, no es nada —responde, mientras recoge el material.
Me incorporo y recojo la venda usada para sacarla de en medio.
—Justo iba a tomarme un café. ¿Te apetece uno?
—Claro. Con azúcar, porfa.
Asiento y me dirijo a la cocina. Tiro la venda, me lavo las manos y preparo los cafés.
Cuando regreso, sigue sentada en el sofá. Su mirada recorre el espacio, distraída, y se detiene en su propia terraza, visible desde aquí, como si quisiera comprobar cómo se ve desde fuera.
Le acerco una de las tazas.
—Gracias —dice, con una leve sonrisa.
Damos un primer sorbo a nuestros cafés. Durante unos segundos, ninguno dice nada, pero el silencio no es incómodo. Al contrario, se siente natural.
—¿Eres de aquí? —pregunto tras un momento.
—Sí. Viví fuera unos años, pero siempre quise volver. Me gusta mucho el barrio… y la gente.
Asiento despacio, entendiendo bien a qué se refiere. Hay algo en este sitio que resulta acogedor.
—¿Y tú? ¿De dónde eres?
—De Seúl.
—Ah, qué recuerdos. Estudié allí la carrera.
—¿Sí?
—En la UNS.
—¿La nacional? Impresionante.
—No es para tanto —responde con una sonrisa relajada, como si no le diera importancia.
Realmente me sorprende. Conozco a muy poca gente que lo haya conseguido.
—¿Tú estudiaste? —pregunta.
—Administración y Dirección de Empresas. Trabajé un par de años en Seúl, pero lo dejé.
Ella asiente, escuchando con atención. Luego se queda pensativa un momento.
—Si buscas algo temporal, conozco a los dueños de algunos locales. Hay sitios que siempre necesitan refuerzo. Podría preguntarles.
—Gracias. Ni siquiera me había parado a pensar en buscar trabajo, pero te lo agradezco. Le daré una vuelta.
No puedo evitar pensar que, si la gente en este barrio es la mitad de hospitalaria que ella, adaptarse será más fácil de lo que imaginaba.
De repente, Seol-hwa se sobresalta. Su mirada va hacia el móvil que había dejado sobre la mesa.
—¿Qué hora es?
Miro mi móvil después de cogerlo también. Las tres y cuarto.
—Mierda…
—¿Trabajo?
—Sí. Empiezo a las cuatro.
Nos ponemos en pie y nos despedimos sin entretenernos demasiado. Cruza la puerta con paso rápido, pero antes de alejarse, se gira con una sonrisa breve.
—Nos vemos.
Solo levanto la mano en un gesto.
Cierro la puerta despacio, respiro hondo y me giro hacia el salón.
El sofá nuevo, la mesa montada, las sillas ya en su sitio. Aún queda mucho por hacer, pero este piso empieza a parecer habitable.
Y eso ya es un primer paso.

Comments (0)
See all