El fuego crepitaba en silencio.
El joven miraba las llamas.
Sus ojos eran oscuros, pero tranquilos.
Yo lo observaba.
No como se mira a un niño…
sino como se mira a un igual.
—Cuando yo hice el ritual… —dije al fin— no sabía lo que vendría.
Mi voz era baja.
No temblaba.
—Creí que sería como en los cuentos.
Sentí amor.
Sentí paz.
Y luego… no sentí nada más.
El joven no habló.
Solo escuchaba.
—Pensé que así debía ser.
Pero con el tiempo… con el slime… con lo que vino después…
empecé a sentir otras cosas.
Y no sabía si era un error… o un regalo.
Hubo un silencio largo.
El fuego crujió.
—No sé qué pasa con los que no hacen el ritual —dije—.
Nunca conocí a uno.
Tal vez mueren.
Tal vez se pierden.
Tal vez cambian de otra forma.
El joven levantó la vista.
—Yo sí quiero hacerlo, Goom.
Lo miré, sin sorpresa.
—No por miedo.
Ni por costumbre.
Se inclinó un poco hacia las llamas.
—Quiero hacerlo… porque quiero ser uno con la tierra.
Como los que vinieron antes.
Como tú.
Y porque sé…
que me protegerás.
Esas palabras me golpearon el pecho como una piedra tibia.
No respondí.
Solo asentí.
Y miré el fuego, ya con los ojos húmedos.
Mientras decidíamos la luna para el ritual,
Seguí con los intercambios.
Pero algo dentro de mi había cambiado.
Ya no llevaba solo comida.
Ni raíces.
Ni herramientas.
Ahora también llevaba armas.
Las que no podía usar.
Las que eran pesadas para mi.
Las que no cabían en mis manos… pero sí en las de otros.
Las ofrecía.
Y con cada una,
explicaba cómo las vi en manos de los Okais.
Cómo la sostenían.
Cómo atacaban.
Cómo bloqueaban.
Mostraba con palos, con movimientos, con dibujos en la tierra.
Algunos me miraban raro.
Otros me escuchaban en silencio.
Unos pocos… empezaban a copiar.
—Solo… no puedo hacer mucho —pensé—.
Pero si ellos también aprenden…
si cada tribu sabe protegerse…
Tal vez el mundo no se pierda.
Tal vez… la cueva sobreviva.
Tal vez los pequeños tengan más futuro que pasado.
El joven eligió el amanecer más claro.
Una luna antes ya lo había decidido,
y cuando las flores despertaron en el borde del riachuelo…
sabíamos que era el día.
Me levanté antes que la luz.
Lo observé desde la sombra de los árboles,
como lo habían hecho los mayores conmigo.
No lo guié.
Ni lo empujé.
Solo lo dejé caminar.
Cuando el cielo se tiñó de azul pálido,
y el sol tocó las aguas…
el joven se sumergió.
El río estaba quieto.
Los slimes esperaban, invisibles.
Uno de ellos… lo elegiría.
Cerré los ojos.
Sentí el viento, era frío. Esperé.

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