El cielo aún estaba gris claro cuando llegaron al río.
Los árboles susurraban.
El agua fluía en silencio.
Y la bruma se alzaba suave, como si el mundo contuviera el aliento.
El joven goblin, que ya no era niño, se acercó al borde.
Respiró profundo.
Y sin mirar atrás, se sumergió.
Lo observe desde la orilla.
Junto a mi, la goblin del medio se sentó con las piernas cruzadas, en silencio.
La luz del amanecer tocaba nuestras mejillas.
El río estaba quieto.
Y en ese instante suspendido,
la voz de ella, suave como el rocío, rompió el silencio.
—Cuando me llegue el momento… yo también quiero hacer el ritual.
No respondí.
Solo la miré de reojo, curioso.
Ella no me miraba.
Tenía las manos sobre las piernas y los ojos clavados en el agua.
—Pero no solo quiero ser como los demás.
Quiero ser como tú.
Un silencio.
—Y cuando él —dijo, señalando al agua— tenga su slime…
yo lo cuidaré.
Y cuidaré al pequeño también.
Y a ti, si alguna vez te cansas.
Tragué saliva.
No dije nada. ¿qué podía decir?
Pero algo cálido me subía al pecho.
Más fuerte que la brisa.
Más profundo que la memoria.
Asentí.
Una sola vez.
Y entonces, el agua se movió.
Un slime.
Azul.
Con un reflejo dorado en el cuerpo.
Se acercó al goblin sumergido.
Lo tocó.
Y no se separó.
El joven salió del agua con el slime en brazos.
Los ojos brillantes.
El pecho firme.
Me acerqué despacio.
Y lo miré a los ojos.
El joven no dijo nada.
Solo me miraba… esperando.
Y sin dudarlo, apoye mi mano en su hombro.
—Ahora tienes un nombre —le dije (con voz baja pero firme).
El viento se detuvo.
El río también.
—Te llamarás Nol.
El joven parpadeó.
Sus labios temblaron.
Y por un instante…
pareció que no sabía si sonreír o llorar.
Pero luego asintió.
De regreso a la cueva, caminábamos en fila por entre los helechos.
Nadie hablaba.
Pero cuando ya casi llegabamos,
me volví hacia la goblin del medio.
Ella me miró, atenta.
—Cuando llegue tu momento —dije—,
yo te daré tu nombre.
Ella sonrió.
Grande.
De esas sonrisas que duelen en los ojos de tan felices.
—Prometido —susurró.
Asentí. Y seguimos caminando, con la luz del día acariciando nuestros pasos.

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