Justo en ese momento, Giovanni se tambaleó un poco, llevando la mano al rostro con un gruñido de dolor.
María lo atrapó antes de que perdiera el equilibrio. —Oye, ¿estás bien?
—Estoy bien —masculló Giovanni, pero cuando bajó la mano, una mancha roja manchaba sus dedos.
Nil silbó. —Vaya, Alguacil, lo dejaron marcado para que no olvide quién manda en este pueblo.
Giovanni lo fulminó con la mirada. —Cállate y revisa esto.
Gente de alrededor que hasta el momento se mantenían ajenos a la conversación, se alertaron en cuando el alguacil había pedido al forastero que lo revisara.
Nil sonrió con burla. —¿Yo? ¿No prefieres a María?
— Tiene razón, alguacil, ¿No cree que María le sabe más a esto? — Dijo uno de los pocos que no siguieron a Noé y Rafael.
— O si prefiere, vaya a despertar a su tío.
A Nil se le oprimió el pecho, por un momento había olvidado que en el pueblo, no era bien recibido. No obstante, disimulo que la situación, le parecía irrelevante.
—María tiene que ir a la comisaría a asegurarse de que sus “patrimonios del pueblo” no derriben el edificio. Y avisarme en caso de que Noé y Rafael fracasen. —Giovanni soltó un suspiro frustrado—. Además, yo vi con mis propios ojos, cómo le salvó la vida a Don Benito.
La gente se sorprendió y comenzó a murmurar — Si pudo salvar a Don Benito, conmigo puede hacer milagros. — Respondió el alguacil.
Nil se llevó una mano al pecho. —Pero qué honor, Alguacil… confiando en mí después de todo. — Y aunque, para los demás, parecía que estaba siendo sarcástico, la realidad es que, dentro de él, por un momento, se sintió conmovido.
—No me hagas arrepentirme. — Dijo Giovanni.
María soltó una carcajada y palmeó el hombro de Nil. —Suerte, Nil. ¡No lo mates! Es mi primo consentido.
Giovanni vio horrorizado a María. — ¿Soy tu consentido? ¡¿Así como me tratas?!
Nil rodó los ojos y rodeó la cintura del alguacil — Vamos, señor alguacil. — ayudó a Giovanni a caminar hasta el consultorio, donde, por primera vez, el alguacil estaría a su merced.
Nada más entrar al consultorio del doctor Salvador, el olor a hierbas frescas y alcohol, un contraste con el aire seco y polvoriento del pueblo, inundo el olfato de ambos hombres. Giovanni se dejó caer en una silla con un gruñido, mientras Nil buscaba paños y ungüentos en una repisa.
—A ver, Alguacil, déjeme ver la herida —dijo Nil con fingida formalidad, mientras se inclinaba hacia él.
Giovanni resopló.
—¿Herida? —Bufó— solo ponme algo para que no se inflame y ya.
Nil levantó una ceja.
—Ajá, claro. Díselo a la sangre que sigue saliendo de tu cara.
Sin esperar respuesta, colocó los dedos en el mentón de Giovanni y giró su rostro hacia la luz. El alguacil tensó la mandíbula, pero no se apartó.
—Hmm… no es tan profundo como pensé. Tal vez las escobas de Doña Claudia solo tienen la bendición de Dios y no filo.
Giovanni rodó los ojos. —Haz tu trabajo y cállate.
Nil sonrió con burla. —Qué carácter.
Tomó un paño limpio, lo empapó con un líquido ámbar y lo llevó a la herida sin previo aviso.
—Esto va a arder.
—¿Qué co—? ¡AGH! ¡CARAJO, NIL! — Giovanni soltó un siseo de dolor, agarrando el brazo de Nil por reflejo. El boticario río por lo bajo.
—Ay, ¿Te dolió?
—Voy a matarte.
—No puedes matar a tu médico.
—No eres médico.
Nil le guiñó un ojo. —Díselo a Don Benito.
Giovanni cerró los ojos con frustración, soltando el brazo de Nil.
Este último terminó de limpiar la herida con suavidad, aunque no pudo resistirse a seguir molestándolo.
—Sabes, podría inventar un remedio para el mal humor. Te lo cobraría barato, Alguacil.
Giovanni le lanzó una mirada peligrosa, pero Nil solo sonrió con inocencia.
—Listo —dijo finalmente, recogiendo las telas que utilizo para desinfectar—. No morirás hoy… aunque, viendo cómo te va con las abuelitas, deberías cuidarte más.
Giovanni exhaló, cansado. —Si alguien pregunta, diles que fue un machete.
—Jajaja, claro. Diré que fue un machete con forma de escoba. — dijo Nil mientras giraba sobre sus talones y guardaba las cosas.
Giovanni podía haberse ido. Podía haber regresado a la jefatura y lidiar con el argüende que seguramente se estaba armando ahí dentro. Pero no lo hizo. No porque quisiera evitar el alboroto —aunque también—, sino porque algo mucho más peligroso lo mantenía clavado en el lugar.
Sin darse cuenta, su mirada se había posado en Nil. Primero con distracción. Luego con una fijación imposible de explicar.
Lo observaba en silencio, como si de pronto todo su cuerpo necesitara memorizarlo. Desde la línea marcada de su espalda hasta la forma en que el pantalón negro se aferraba a sus piernas largas y firmes, delineando cada músculo con una precisión casi obscena. Su cintura estrecha invitaba a que una mano se posara allí, y más abajo... los glúteos redondos y definidos se alzaban como una maldita provocación.
Giovanni no pestañeaba.
Por primera vez, Giovanni se quedó observando a Nil en silencio. Y por primera vez… Nil sintió que no le molestaba.

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