En una batalla épica que jamás será registrada en los libros de historia, se enfrentaron personajes que para muchos son solo mito o leyenda. Fue la última gran guerra del bien contra el mal, de la brujería contra la energía natural del ser humano. Esta guerra, que se extendió por años, llegó a su fin en el legendario castillo de Camelot, ahora rodeado por ruinas y desolación tras un combate en el que no se alzaron espadas ni escudos, sino habilidades sobrenaturales.
Los protagonistas de esta contienda fueron los conocidos como "Los Guerreros de la Mesa Redonda", caballeros que habían desarrollado poderes únicos gracias a su conexión con la esencia espiritual del universo. Ellos luchaban por el equilibrio, guiados por la antigua sabiduría del mago Merlín Ambrosius. Del lado opuesto, las fuerzas oscuras eran lideradas por Morgana le Fay, una hechicera de belleza hipnótica y mirada impenetrable, cuyos dedos despedían energía sombría. A su lado, se alzaba el Archimago Malagant, un ser envuelto en una reluciente armadura negra coronada por un casco con cuernos y una máscara con forma de toro: una imagen que inspiraba pavor.
Mientras Morgana avanzaba sobre los cadáveres de brujos caídos, el Rey Arturo se mantenía erguido, cubierto por su armadura mágica, ya desgastada por el tiempo y las batallas. A su alrededor, los nobles caballeros, su verdadera familia, se mantenían firmes, aunque cansados. Cada uno de ellos dominaba un poder distinto, bajo el principio de que "la fuerza de un guerrero no radica en su cuerpo, sino en su capacidad para resonar con el mundo invisible".
Sir Lancelot, el más célebre y leal, canalizaba el fuego. Sir Gawain, valiente sobrino del rey, dominaba el viento. Sir Percival, buscador del Santo Grial, era capaz de mover objetos con su mente. Sir Galahad, hijo de Lancelot, compartía su don ígneo. Sir Bedivere se desplazaba con la velocidad del rayo y lanzaba esferas de energía. Sir Kay, hermano adoptivo del rey, despedía rayos por los ojos y sus manos. Sir Tristan manipulaba el agua en todas sus formas, aunque con un alto coste energético. También estaban Sir Gareth, Sir Agravain, Sir Geraint, Sir Lamorak y Sir Mordred, este último, quien eventualmente traicionaría a su linaje.
—Ya sabes a qué he venido —dijo Morgana con voz serena pero cargada de veneno—. Vengo por el Santo Grial... dominaré el mundo.
Arturo, con calma, respondió:
—Ríndete. No vale la pena conquistar un mundo quebrado por la ira. Merlín te enseñó la verdadera senda, pero elegiste la oscuridad de Malagant.
—¡Silencio! —gritó Morgana, alzando su vara y desatando una oleada de energía oscura.
El rey respondió con rayos de poder desde sus manos, protegiendo a sus caballeros. Lancelot, encendido en llamas, gritó:
—¡Fire Sword!
Su ataque fue desviado con facilidad. Tristan intentó ayudar con su técnica:
—¡Tide of Eternity!
Una gran oleada de agua fue respondida por Morgana con una sonrisa y un contraataque brutal. Ambos cayeron heridos.
—¡Ya basta! —rugió Arturo—. ¡No permitiré que dañes a mis guerreros!
—¿Tus guerreros? —se burló Morgana.
El rey se acercó a ella. Lancelot corrió, advirtiendo:
—¡No te acerques! ¡Siento un poder oscuro en ella!
Arturo volteó y, con ternura, le dijo:
—Adiós, amigo. Te nombro nuevo rey de Camelot.
Lancelot comprendió el sacrificio. Las lágrimas rodaban por su rostro. El rey se alzó con determinación, sabiendo lo que debía hacer. Merlín, atónito, murmuró:
—Va a usar... la técnica prohibida... Vinculum Aeternum...
Un poder que encadena cuerpo y alma en una prisión interdimensional. El Archimago lo enfrentó con una carcajada:
—¡No lo lograrás! ¡Mi armadura es la más poderosa de este mundo!
Pero Arturo no se detuvo. Exclamó con fuerza:
—¡Vinculum Aeternum!
Una luz blanca cubrió todo. El portal se abrió, absorbiendo a Morgana y Malagant. Todo se oscureció. El rey cayó de rodillas. Lancelot lo sostuvo.
—¡No me dejes! ¡Eres mi amigo!
—Prométeme que lucharás por la justicia... —susurró Arturo, antes de cerrar los ojos.
Oscuridad total. Un pitido agudo. Una alarma.
—¿Estoy vivo? —preguntó una voz juvenil.
La escena cambia. Una habitación moderna se revela. Un adolescente de 14 años se sienta en su cama. Su nombre: Napoleón Dagonet

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