Lancelot caminó hacia un auto deportivo de alta gama. Pulsó un botón en su llavero y las puertas se abrieron suavemente. Ambos subieron. El joven aún no salía de su asombro cuando Lancelot rompió el silencio:
—Bueno, me presentaré otra vez. Mi verdadero nombre es Sir Lancelot... y tengo aproximadamente 1524 años. Ya perdí la cuenta —dijo, sonriendo con cierta nostalgia.
Napoleón tragó saliva, boquiabierto. Todo lo que había leído, lo que creía mitología, ahora se desplegaba frente a él.
—Desde los siete años tengo sueños extraños —confesó Napoleón, con voz aún temblorosa—. Al principio pensé que era fantasía, pero luego, a los nueve, encontré un libro sobre el Rey Arturo. Desde entonces no he parado de leer... aunque mis sueños no coinciden del todo con lo que leí.
—¿Qué información aparecía en tus sueños? —preguntó Lancelot, mirándolo de reojo mientras conducía.
Napoleón pensó unos segundos.
—Hablaban sobre el uso de la energía... técnicas con diferentes tipos de energía. En mis sueños yo manipulaba la electricidad. Las enseñanzas venían de Merlín, un anciano sabio.
—Eso es muy cierto —interrumpió Lancelot, con gravedad—. Los humanos somos más poderosos de lo que nos han hecho creer. Nos educan como si fuéramos piezas de un engranaje productivo, cuando en realidad somos energía pura. Y tú... tú eres la reencarnación del Rey Arturo.
Napoleón se estremeció.
—¿Estás seguro?
—Tengo pruebas —aseveró Lancelot—. Recuerdos que solo los caballeros conocíamos. Dominio de la electricidad. Y esos sueños... no son invención, son memorias de tus vidas pasadas.
—He soñado con la muerte del Rey Arturo. Una técnica extraña... y alguien estaba a su lado.
—Eso no fue un sueño —dijo Lancelot, encendiendo el auto—. Eso ocurrió en la realidad.
El automóvil dejó la ciudad y tomó una carretera hacia un campo abierto. Tras desviarse por un camino privado, llegaron a una mansión majestuosa, con una reja imponente, una plaza con fuente, y dimensiones similares a la Casa Blanca. Al bajarse, Lancelot sonrió:
—Bienvenido a mi humilde hogar.
Napoleón soltó una risa sarcástica:
—¿Y qué hiciste durante todos estos siglos? ¿Dormiste?
—No precisamente. Tuve más de 20 carreras y al menos 300 oficios distintos —respondió mientras entraban a la mansión.
Se acomodaron en un salón amplio.
—Morgana no fue destruida —dijo Lancelot, abriendo una lata de cerveza—. Fue enviada a un universo-cárcel. Pero tú sabías que escaparía tarde o temprano. Por eso, antes de morir, me pediste buscar el Agua de la Vida Eterna. Tú y Merlín planificaron tu reencarnación.
Napoleón se quedó en silencio.
—Si tú reencarnaste, significa que Morgana ya está de vuelta… o está por regresar.
Lancelot se levantó.
—Sígueme. Te mostraré algo.
Subieron al segundo piso. En una habitación, Lancelot sacó una pequeña caja de oro con forma de baúl. Dentro, había cuatro anillos. Uno, completamente dorado, tenía el símbolo de un trueno.
—Este es tuyo. Solo el Rey Arturo puede portarlo. Estas armaduras están selladas en anillos. Son ligeras como tela, pero tan resistentes como el mejor acero.
—¿Y los enemigos?
—Brujos oscuros con armaduras malignas, creadas con energía oscura. Además, controlan seres del bajo astral.
—¿La criatura que me atacó…? —preguntó Napoleón, alarmado.
—Era un insectoide de bajo nivel. Las personas normales no los ven. Tú puedes porque tienes el tercer ojo despierto.
De pronto, un vendaval estremeció la mansión. Objetos comenzaron a flotar. Lancelot protegió a Napoleón con su energía.
—Es energía maligna. Puedes sentirla.
Un portal se abrió. De él emergió una mujer horrenda, con sombrero en punta, nariz afilada y mentón igual de largo. Dos encapuchados con máscaras de cabra la escoltaban.
—Me llamo Lata. Soy la bruja Lata, y he venido a matar al chico antes de que descubra su verdadero poder.
—¿Dónde está Morgana? —rugió Lancelot.
—¡Está por regresar! Y me recompensará cuando le entregue la cabeza del rey Arturo.
—¡Ella no da recompensas! ¡Solo usa y destruye! —gritó Lancelot.
—¡Basta! ¡Maten a estos dos!
Lancelot gritó:
—¡Transformación!
Una armadura resplandeciente lo cubrió. Los brujos temblaron.
—¡Es Sir Lancelot, el último guerrero de la mesa redonda!
—¡Maten al chico!
Lancelot alzó sus manos y lanzó fuego. Los esbirros se desintegraron.
La bruja atacó a Napoleón. Él sintió el peligro y se preparó. Ella canalizó energía violeta, pero Napoleón se movió a velocidad relámpago y la golpeó.
—¡Eres solo un niño! —se burló ella—. ¡Esto será fácil!
Pero entonces, un brillo dorado lo envolvió.
—¡El anillo del Rey Arturo! —gritó la bruja—. ¡Ha recuperado su poder!
Una armadura plateada con bordes dorados apareció en Napoleón. En el centro de su pecho, brillaba un diamante verdoso. Su energía aumentó.
La bruja, cegada, retrocedió.
—¡Volveré con un ser del bajo astral más poderoso! ¡Esto no ha terminado!
Un nuevo portal se abrió y desapareció.

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