Me despierto con un gruñido bajo, cubriéndome los ojos.
Aunque el apartamento ya empieza a parecer otra cosa, todavía queda mucho por hacer. Y mientras tanto, la luz sigue siendo un problema. Por el día, todo queda expuesto; por la noche, me cuesta dormir.
Ayer, después de montar los muebles, salí a recorrer un poco el barrio. Compré ropa de cama nueva, algunos básicos para la cocina y, sobre todo, las cortinas.
Quiero que hoy queden colocadas.
Empiezo por la habitación. Cuando la tela cae, el ambiente cambia al instante.
—Mucho mejor.
Paso al salón cuando el hambre empieza a hacerse notar. Ya tengo la barra lista, solo falta colgarlas.
El sol del mediodía entra con fuerza por la ventana. Subido a una de las sillas nuevas, extiendo los brazos por encima de la cabeza, pasando los ganchos con cuidado. Siento tensión en los hombros desde hace un rato y un leve tirón en el costado al estirarme. La camiseta se levanta un poco, arrastrada por el movimiento, pero no me detengo. Solo quiero terminar esto antes de que el calor me derrita.
La puerta del balcón está entreabierta, dejando pasar una brisa necesaria. Me inclino un poco hacia fuera y respiro hondo. El viento me refresca la piel del cuello y la cara. Cierro los ojos un momento, disfrutando de la sensación.
Al abrirlos, mi mirada se desliza hacia el edificio de enfrente.
Seol-hwa está allí. Apoyada en el borde de su terraza, apenas a unos metros. El pelo suelto sobre los hombros y una taza en sus manos distraídas mientras mira el mar, todavía a medio despertar.
No parece haberme visto.
Vuelvo a mi tarea y cuelgo algunos ganchos más. El ritmo me absorbe un tiempo.
Cuando aparto la vista de nuevo, noto su mirada. El movimiento de la tela ha debido llamar su atención.
Desde su ángulo la cortina me cubre en parte, pero no del todo. La veo ladear un poco la cabeza, con la barbilla descansando sobre una mano, como si intentara comprender por qué no puedo estarme quieto.
Noto cómo se fija en mis manos, en la venda que aún cubre la herida. Luego, su mirada baja de forma distraída por mis brazos, mi…
Ah.
Y, como si de pronto fuese consciente del recorrido, sus ojos suben y se encuentran con los míos.
Suelto una mano de la cortina y me asomo, saludándola con un gesto tranquilo, como si nada.
Ella tarda un instante en reaccionar. Se endereza y me devuelve el gesto con la mano libre. Parece dudar, como si quisiera decir algo.
Entonces, se detiene. Su atención se desvía hacia la mesa junto a ella y su expresión cambia. Coge el móvil y lo observa un segundo antes de llevárselo al oído.
Levanta la vista, recordando que sigo ahí, y se despide con un gesto breve. Luego gira y se adentra en el interior del piso, dejando la puerta corredera aún abierta tras ella.
Me quedo mirando un segundo más, por inercia, antes de terminar de colgar el último gancho.
Suficiente por hoy, pienso, moviendo ligeramente los dedos bajo la venda.
Bajo de la silla con cuidado y sacudo la cabeza con una sonrisa involuntaria. Me hizo gracia esa pausa, esa mirada tan distraída que parecía olvidarse por completo de lo que estaba mirando.
Tras recoger las herramientas esparcidas y colocar la silla de vuelta en la cocina, saco el móvil y lo miro. Ayer, antes de irse a trabajar a toda prisa, Seol-hwa me dio su número.
Me muerdo el labio, decidiendo si escribir o no.
Finalmente, le envío un mensaje:
Perdona por no salir a saludarte antes
Qué tal el turno?
Guardo el móvil y me pongo a hacer una comida rápida. Estoy concentrado en buscar una sartén cuando noto la vibración del teléfono.

Comments (0)
See all