La omega se sentía más tranquila, no había ocurrido ningún tipo de actividad sospechosa desde el incidente de los neumáticos. Estaba segura de que debió ser un error, ya que no había tenido rencillas con nadie.
—No hay necesidad de que busque a un guardia. —se decía a sí misma, siguiendo su camino hacia el ascensor. —El auto de Ian está cerca del elevador y, tengo esto. —añadía sosteniendo un llavero de autodefensa que James le había regalado.
El parqueadero estaba en completo silencio, la mayoría de los carros se habían ido y no había rastro de nadie a la vista.
—Tan solo estoy nerviosa. —declaraba soltando un suspiro. El beta no tardaría en llegar, solo necesitaba esperarlo unos minutos más. El sonido de pisadas en dirección opuesta al elevador le hicieron girar la cabeza.
—Hana... me alegra encontrarte. —los ojos de la omega dejaban ver como buscaba en su memoria. —Soy Julio, ¿me recuerdas?
—... Claro, hola.
—Sabes, estuve esperando tu llamada —el sujeto seguía avanzando. —prometiste que llamarías.
—Perdón, —sentía como su respiración empezaba a acelerarse. —lo olvidé, he estado muy ocupada.
—¿¡Porque mientes!? —el grito hizo que la omega comenzara a retroceder.
—No lo hago... ¿Cómo entraste? La última vez dijiste que te habían despedido. —sentía como sus manos sudaban frío, su corazón bombeaba sangre con rapidez, haciendo subir su ritmo cardiaco.
—La pasamos bien, muy bien ¿Recuerdas? Esperé, esperé y esperé, tu maldita llamada y no me llamaste. Dices que estuviste ocupada, ¡pero no es cierto! Vi como salías noche, tras noche con tus amigos.
—Aléjate...
Julio aceleró el paso. Hana se dispuso a correr al elevador, al mismo tiempo que buscaba en su bolsa el llavero. Sintió como dedos se entrelazaban en su cabellera, halándola hacia atrás y otra mano cubría su boca con fuerza.
—¿Crees que puedes ir por la vida provocando a los demás? Te voy a enseñar que todo tiene consecuencia. —El hombre alzó sin dificultad a la omega, esta seguía retorciéndose con el fin de liberarse, arañaba y golpeaba con todas sus fuerzas el costado de este con su codo, pero no cedía. —¡Maldita! —espetó al sentir la punta de metal del llavero encajada en su palma. —Intenté ser paciente, pero no me dejas otra opción. —declaraba estrellando la cabeza de la omega contra el piso, haciéndola perder el conocimiento. —Ahora vamos a disfrutar una vez más —decía desabrochando la blusa de Hana y, lamiendo sus senos. —Voy a anudarte, dejaré mi semilla dentro. —declaraba ansioso.
—Un placer hablar con usted, nos mantendremos en contacto. —proclamaba Ian colgando la llamada —Demonios, tardé más de lo que pensaba. —de inmediato emprendió su camino hacia el estacionamiento, no quería hacer esperar aún más a la omega.
Al dar un paso fuera del ascensor notó que algo no parecía estar bien. Por lo general podía ver a Hana esperándolo junto a su vehículo, de inmediato al entrar al estacionamiento, pero esa noche no era así.
—¡Hana! ¿En dónde estás? —El silencio de aquel lugar hizo que se le erizara la piel. —Maldición —estaba a punto de ir por un guardia cuando oyó algo parecido a gemidos provenir de unos cuatro autos lejos del suyo.
Sin pensarlo dos veces fue en esa dirección, la omega se hallaba tirada en el piso, y una figura vestida de negro estaba arriba de ella, cubriéndole la boca con una mano y la otra la tenía por debajo de la falda de esta.
El beta se lanzó sobre él, rasguñando y golpeando con todas sus fuerzas al encapuchado. Le doblaba en tamaño, pero no podía dejar a Hana, el mismo había experimentado una situación similar y, así como Ezra no lo había abandonado él no pensaba abandonar a la omega.
El hombre vestido de negro dirigió su atención hacia el beta soltando a Hana. Su visión seguía nublada, pero había vuelto en sí.
—¡Huye, rápido! —los ojos de la omega vacilaron —¡Huye! —uno de los dos necesitaba salir de ahí, para buscar ayuda. Hana corrió lo más rápido que pudo en dirección al elevador, seguía aturdida por el golpe, su respiración era agitada debido a la adrenalina.
—¡Maldito!, ¿porque tuviste que intervenir? —exclamaba iracundo dando un puñetazo en el estómago de Ian, haciéndolo perder el aliento, tomó al beta por el cuello y comenzó a asfixiarlo. —Hana es mía, ella me pertenece, todos ustedes intentan alejarme de ella, pero ¡ella es mía! —gritaba apretando cada vez más el terso cuello.
Ian intentaba liberar el agarre de las enormes manos, pero le estaba resultando imposible. Perdería la conciencia pronto, debía hacer algo, metió la mano derecha al bolsillo de su pantalón, tomó las llaves de su coche e impactó la parte puntiaguda con fuerza en el ojo del hombre.
—Agghhhhh —pegó un grito al sentir como la estructura de metal perforaba su córnea, el dolor hizo que liberara el agarre, el beta de inmediato se dispuso a huir de ahí. —¡Te mataré! ¡Te mataré! —rugía yendo tras el beta.
Una enorme palma bloqueó su rango de visión, tomándolo por la cabeza y estrellándolo contra la puerta de un automóvil, el impacto hizo que su cerebro se sacudiera.
— ¿¡Cómo es que osas ponerle una mano encima!? —cuestionaba en forma casi gutural Víctor, para después estrellar la cabeza del hombre contra el concreto. El beta quien se encontraba a una distancia a sus espaldas observaba aquella escena. Veía como la cabeza del hombre, rebotaba una y otra vez contra el piso con fuerza, la sangre salpicaba el concreto y la ropa del alfa. La ira hacia que los ojos azabaches se tiñeran completamente violetas.
—Víctor, detente, ¡para! —El grito del beta hizo que el alfa girara su cabeza en su dirección, seguía apretando la cabeza del hombre con fuerza, pero había logrado que este dejara de estrellarla.
—Estás sangrando, ¿este maldito te hizo eso?, hijo de puta —notó como Víctor se disponía a volver a impactar la cabeza del hombre contra el piso.
—No, por favor, para, detente —no sabía cómo había llegado con tanta rapidez a su lado, pero Ian se encontraba envolviendo con sus manos la mano que se aferraba a la cabeza del hombre. —Víctor, por favor —los ojos del alfa se posaron directamente sobre los luceros rubíes y, al ver el miedo reflejado en ellos hizo que el alfa liberara la cabeza del hombre, quien se hallaba inconsciente y completamente ensangrentado. —Ya no, por favor, por favor. —seguía repitiendo a pesar de que este había liberado el agarre. El alfa acercó la cabeza de Ian sobre su pecho.
—Está bien, todo está bien. —decía acercándolo más y posando sus labios sobre la coronilla del beta.

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