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El último autor

Capítulo 2- Borradores (parte 1)

Capítulo 2- Borradores (parte 1)

Jun 21, 2025

Luke cerró la puerta de la casa, después de despedirse del doctor. Suspiró, y se puso a juguetear con la manga de su camisa. A Arthur le habían diagnosticado tuberculosis, como las otras tantas veces. Los mismos tónicos, las mismas inhalaciones... las que igual no solucionaban el problema de raíz. Sin importar cuán bien estuviera por un tiempo, la enfermedad parecía nunca querer irse por completo. Luke sospechaba que esa no era la afección que enfrentaba Arthur. Luke había leído al respecto, la tuberculosis puede volver un par de veces, pero después de tantos años, simplemente no tenía sentido que Arthur siguiese enfermo. 


Apretó su mandíbula y pasó una mano por su cabello. 


Era obvio que los médicos no entendían el caso de Arthur. Nadie lo hacía. Era tan injusto. 


Luke respiró hondo, volvió a suspirar, y se dio la vuelta. Caminó por el patio interior de la casa, donde las macetas colgaban de los balcones, y el sol se posaba, calentando los muros ocres. Subió las escaleras. 


La enfermedad podía estar cediendo por ahora, pero los ataques podían volver en cualquier momento. 


Tocó la puerta del joven. 


— ¿Arthur...? Tenemos que hablar... 


No hubo respuesta. 


Abrió la puerta. 


Se quedó paralizado, viendo la cama vacía y la ventana abierta. 


— No ¡No! ¡NONONO! —Luke se lanzó dentro del cuarto, mirando alrededor, buscando.


Su respiración se agitó, y se llevó las manos a la cabeza.


¡Esto no podía estar pasando!


¡De todas las ideas que Arthur podía tener! ¡Imprudente, ingenuo, testarudo! Se lanzó sobre la cama, y se apoyó en el marco de la ventana, para sacar su cabeza y buscar afuera. No había ni una sola alma en todo lo que su vista alcanzaba, hacia el inmenso prado y hasta los andes.


¡Si la enfermedad no lo hacía antes, juraba que lo iba a matar-! 


— ¡Ah! Hola, Luke —saludó una voz sonriente, saliendo desde debajo de la cama.


Luke se dio un golpe contra uno de los ventanales al meter su cabeza a gran velocidad, haciendo un estruendo. Posó sus manos sobre ella con un quejido, doblándose sobre sí mismo. Vio de reojo a Arthur saltando sobre la cama.


— ¿E-Estás bien, Luke? —le preguntó Arthur con sus manos cerca a la cabeza pelirroja de Luke, dudando si tocarla o no. 


— Estoy bien, estoy bien —respondió Luke, enderezándose con una mueca de dolor, manteniendo una de sus manos sobre el morado que se estaba formando.


Arthur fijó su mirada en él, expectante.


Luke se ruborizó, desviando su mirada de Arthur, frunciendo el ceño. 


Arthur sonrió, y bajó sus manos. A pesar de que Luke era dos años mayor, responsable, y de porte elegante, Arthur sabía que seguía siendo el mismo niño tímido y reservado que se convirtió en su amigo hace mucho tiempo. Siempre había sido así. Es solo que ahora Luke tenía mucho más conocimiento de etiqueta, a la par que un cariño especial por el lenguaje de las flores. 


Luke aclaró su garganta. 


— ¿En dónde estabas? —preguntó todavía un poco sonrojado, frunciendo el ceño.


— ¡Ah! —Arthur tomó un lápiz junto a una libreta que reposaba sobre la cama— Se me cayó.


Luke abrió su boca para decir algo, y luego la volvió a cerrar, ruborizándose aún más. 


— C-Claro —titubeó en respuesta.


Arthur parpadeó un par de veces. Luego, se dejó caer hacia atrás, sobre los grandes almohadones en su cama, y pateo un poco las cobijas, para luego ponérselas encima desganadamente, y posar sus manos tras su cabeza, en una pose relajada. 


— Es que cuando se te quitan las ganas de dormir pero te ordenan a descansar te abuuuuuurres mucho, ¿sabes? Así que pensé, ¿por qué no escribir un poco? —Arthur agitó la libreta a un lado de su rostro, para hacer énfasis en su afirmación, con la esperanza de que eso ayudase a Luke a continuar la conversación.


— ¿Te aburres mucho? —continuó Luke, perdiendo un poco el rubor.


Cambió de estar arrodillado sobre la cama, a apoyar su espalda sobre la pared, cerrando una de las ventanas, dejando la más cercana a Arthur abierta, posicionando una de sus manos sobre su rodilla flexionada hacia su pecho, y la otra extendida hacia adelante. 


Arthur sabía que esa era la pose de Luke como chico relajado. La que usaba para verse más confiado. 


— ¡Oh! ¡No te imaginas! —respondió Arthur, haciendo énfasis en el "oh", posando una mano sobre su frente y cerrando sus ojos fingiendo angustia, aguantando una carcajada. 


Luke río un poco, y su rubor desapareció.


— ¿Tanto? —continuó Luke.


— ¡Muchísimo, es insoportable! —siguió Arthur en su papel, suspirando exageradamente. 


Ambos empezaron a reír. 


— Bueno, —propuso Luke, recuperándose de la risa— ¿qué te parece si en un par de días te llevo a dar un paseo? 


— Nah —respondió Arthur, desviando su mirada— . Se supone que no debo salir más. 


— Igual te dije que podíamos buscar alternativas, ¿recuerdas? —Luke apartó un poco su cabeza de la pared, para ver mejor esa expresión en los ojos de Arthur. Esto era un tema complicado.


— ... Sí me gustaría— respondió Arthur, sonriendo un poco, sin ver a Luke. 


— En ese caso está decidido.


— Una cita —bromeó Arthur aumentando su sonrisa, viendo a los ojos a Luke. 


— ¡Arthur! —chilló Luke frunciendo el ceño, ruborizado de nuevo.


— Ya ya —Arthur repitió, cerrando sus ojos y moviendo su mano, despreocupado— . Deberías ponerte hielo, no vas a querer un chichón.


Luke lo miró entre cerrando sus ojos, apretando sus labios en una línea delgada. Decidió que debía mantener la poca dignidad que le quedaba intacta.


— Muy bien. Sí. Busca entretenimientos que no sean muy agitados, ¿de acuerdo?


— Sep —afirmó Arthur, abriendo su libreta.


Luke se levantó y abandonó la habitación, dejando la puerta entreabierta. Arthur miró la salida y dejó su libreta a un lado, sentándose, con una sonrisa pícara en sus labios. Había evitado una conversación sobre sus escapadas de manera exitosa y ahora tenía el día libre.


Arthur sacó la pluma de un bolsillo del pantalón de su pijama. Ahora podía seguir con el asunto entre manos.


Tiró las sábanas a un lado y fue de vuelta al estudio. Al entrar y luego cerrar la puerta, una estela de luz azul cruzó el aire y aparecieron diversos objetos a la vez sobre la mesa frente a la ventana: libros, papeles, la libreta que había dejado en su cuarto y una silla, en la que Arthur se sentó. Observo cada objeto con orgullo, y empezó a revisar sus notas al respecto, buscando cosas que corregir o agregar. 


Hace dos semanas, el 15 de abril, había decidido usar la pluma de nuevo. 


Su curiosidad fue mucho más fuerte que su desconfianza, y decidió que era mejor entender que temer. Al fin y al cabo, estaba a su cargo, ahora era su responsabilidad, y podía ser... interesante... incluso útil. 


Empezó por respirar hondo, cerrar sus ojos, sostener la pluma y pensar en


Crear un lápiz.


Que apareció entre la estela azul. Contra el pronóstico de mi narración. Otra vez. Para sorpresa de nadie más que mía en ese momento, supongo.


Lo probó, escribió con él, y no notó nada inusual. Buen grafito, suave al escribir, justo como le gustaba a Arthur. Mordió sus labios. Podía intentar algo más...


Y lo hizo.


Creó una vela, una silla y una libreta.


La misma en la que estaba leyendo en este momento, de hecho. Arthur los observó de nuevo, funcional, buen acabado, cómodo y a su medida.  Contra su voluntad, algo cosquilleaba en su mente, intentó retenerse, pero finalmente, la tentación fue mayor, así que 


Creó bellas ediciones de sus libros favoritos y un libro que deseaba leer: Frankenstein. 


Los revisó entusiasmado, pero esta vez las cosas no fueron como esperaba: la redacción era totalmente distinta en los libros que había leído. La historia y personajes era la misma, pero se parecía más a su estilo de escritura que a la original. Y, para los libros que no había leído, el título y la contraportada tenían una pincelada de lo que trataba el libro, pero el interior estaba completamente vacío. 


El 17 de abril intentó algo más atrevido. 


Quiso probar el tipo de "transporte" que ocurrió cuando usó la pluma por primera vez. Para ello, se valió de una tarde donde se sentía mejor, un buen sentido de observación, y su memoria de las rutinas de las personas de la casa, para escabullirse al jardín. 


Repitió los pasos, y pensó en 


Aparecer unos metros al frente. 


Luego


Estar unos metros a un lado.


Y por último,


Ir al frente dos metros. De nuevo, a tres metros. Y una vez más a 5 metros. 6 metros; 8; 10.


Arthur cayó rendido a sus rodillas. Sentía un poco de náuseas. En el intermedio entre el salto, durante una micra de segundo, no podía sentir absolutamente nada, no veía u oía, vacío total; pero, al regresar, volvía todo a la vez, luz, sonido, color, olor, temperatura, la sensación de un cuerpo y todas sus dolencias. Era ligeramente aterrador, y a pesar de ser divertido las primeras veces, después de un rato, su cuerpo no podía soportarlo más. 


Era una lástima, por un momento pensó que podría usarlo para escabullirse al pueblo y volver con más facilidad, pero caminar sonaba menos perjudicial y cansado. Moverse 10 metros usando la pluma era suficiente para él. 


El 20 y 23 de abril, se inclinó más por la investigación que por la experimentación.


Buscó en libros de química, para tratar de entender qué cosa podría causar esa luz de la pluma. No se comportaba como un gas, era más bien ¿algún tipo de líquido ingrávido? Y definitivamente la tinta, que normalmente se componía de fenoles, y a veces químicos orgánicos, no podía ser el material que buscaba. 


Intentó usar algunas pruebas básicas, raspando el metal de la punta, para ver qué material podía ser al hacerlo reaccionar con diferentes químicos (agradecía que estos meses sus maestros le habían enseñando química, de otra manera no tendría los materiales que necesitaba). Sin embargo, no logró nada concluyente. Si bien era un metal en todo el sentido de la palabra, por su buena conducción del calor y la electricidad, además de la obviedad de ser un sólido a temperatura ambiente, no podía determinar qué metal era. 


Tampoco tuvo mucha suerte con averiguar de qué ave provenía la pluma. 


El 24 abril, hizo algunas notas sobre su salud. Esperaba que se mantuviese así. Normalmente duraba al menos un mes más recuperándose después de un ataque, pero esta vez su salud había mejorado mucho más rápido. 


El 25 de abril, nuevamente la pluma hizo notar sus extrañas propiedades, pues cuando Arthur casi dejó caer un crisol, logró evitar su caída gracias a que tenía la pluma en su mano, porque


Empezó a flotar antes de tocar el suelo. 


¡Ugh! Como si fuera poco que ya podía crear cosas, además podía romper las leyes de la física, ¡fantástico! 


Arthur, a mi pesar, estaba fascinado y jugó a hacer flotar varios objetos por la habitación. 


Por último, el 26 de abril, logró hacer que los objetos que había creado 


Aparecieran solo cuando él entrase a la habitación. 


Para su mayor conveniencia y mi mayor fastidio. 


Arthur bajó la libreta que leía en el presente, terminando de ponerle algunas comas a su gran investigación. Quien sabe, ¡tal vez en el futuro lo leerían naturalistas renombrados cuando revelase su gran descubrimiento!


Cruzó sus piernas sobre la silla, y empezó a sopesar sus opciones. ¿Qué otra cosa podría probar? Los objetos estaban descartados, y ya le aburrían. No, necesitaba algo más interesante. Algo retador. Después de todo, un escritor no solo se vale de descripciones de objetos y acciones. Necesitaba... 


Arthur abrió sus ojos y sonrió, abriendo ligeramente sus labios. Era perfecto. 


Cerró sus ojos, se concentró y empezó a imaginar. Pronunciando en su cabeza:


Es pequeña y peluda. 


En sus manos, se empezó a formar una figura de luz azul, mientras las auroras lo rodeaban. 


De ojos grandes y redondos. Sus patas son acolchadas, cada una con una mancha. Sus orejas puntiagudas, y su cola esponjosa. 


Crearé un ser vivo. 


Abrió sus ojos. Tenía una gata en sus manos, sus ojos cerrados, inmóvil, sentía su suave pelaje y su calidez.


Tragó saliva. ¿Realmente estaba viva?


Sintió su peso, y la acercó más a sí mismo. Aguzo su oído, y posó su mano sobre su regazo, sintiendo la suave respiración de la gata. Ella abrió sus ojos, amarillos, redondos, brillantes, y estiró sus patas hacia Arthur, maullando alegremente.


A Arthur se le aguaron sus ojos, y empezó a reír, luego gritó de emoción. ¡Estaba viva! ¡Había creado vida! Era tan hermosa, era su creación y realmente estaba viva. Sintió una calidez en su pecho y la dejó con rapidez sobre la mesa frente a la ventana.


Se levantó grácil, a pesar de ser la primera vez que caminaba, y empezó a mover sus orejas, y oler sus alrededores.


Arthur sintió su corazón acelerarse.


— ¡Es imposible! ¡Eres tan hermosa! ¡A-Ah! Hola, soy Arthur— acercó su mano a la gata, no creyendo a sus ojos, y ella cortó la distancia para ser acariciada. Arthur volvió a reír, y una lágrima de emoción cruzó su rostro.


Inmediatamente, buscó su libreta y empezó a escribir lo que acababa de pasar. La gata lo vio con curiosidad. Luego, miró por la ventana, observando el jardín, el gran prado, las montañas y el cielo por primera vez. Todo le parecía tan hermoso e interesante, que no dudó en lanzarse por la ventana, envuelta en una luz azúl, que le dejó cruzar el cristal sin chocar, para caer sobre las tejas inferiores de la casa.


Arthur se quedó paralizado.


Luego se lanzó al marco y abrió la ventana.


— Oh, nononono, pspsps, ven gatita —la llamó, moviendo sus dedos juntos, esperando que llamasen su atención.


La gata volteó a verlo, devuelta abajo, hacia él una última vez, y luego saltó al jardín.


Arthur saltó sobre la mesa, tirando su libreta y algunos de los objetos que había creado, manchando su pantalón con tinta, y se posó sobre el techo. Tomó la pluma, respiró hondo y saltó al vacío. 


Cayó bien.


Gracias a la luz azul que lo envolvió.


Buscó al rededor y logró ver a la gata escabullendo entre los arbustos. Caminó sigilosamente para no alertar a la minina, sintiendo sus pasos retumbando al mismo tiempo que su corazón. Arthur se escondió entre los matorrales y la observó fuera de la cerca: miraba el horizonte y respiraba hondo, con el sol en su cara y la brisa sobre su pelaje, olfateando algo en el aire.


Arthur prestó atención a su alrededor, notando el delicioso aroma de un almuerzo en proceso que venía de la casa.


Mojó sus labios y se abalanzó hacia ella de un salto, pero ella logró esquivarlo, bufó y saltó sobre su hombro, de vuelta a la casa.


Oh. No.

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