ANGELS
CAPITULO 4
Pov – tercera persona
—Hay que cambiar de método… —murmuró el azabache con un tono seco, como quien escupe una idea que detesta—. No estamos logrando nada útil torturándolo así. —
—¿De verdad crees que deberíamos cambiar de enfoque? —replicó el de ojos ámbar, cruzando los brazos con escepticismo—. Viéndolo así… nada de lo que hicimos ha servido. —
—Ni siquiera sana bien. ¿Qué tan patético puede ser para no curarse? —continuó el azabache, lanzando una mirada fría—. Además, estuviste a punto de matarlo. —
—¡Hey! ¡Sé que me excedí! Pero, joder, ¿has visto su rostro? Es tan malditamente perfecto que me dan ganas de destruirlo cada vez que lo miro. No me culpes por eso —intentó justificarse el más alto, con una risa nerviosa, aunque las palabras del otro le clavaban un peso incómodo en la espalda.
—Te recuerdo que, si no hubiera llegado estaríamos viendo su cadáver ahora mismo — dijo el azabache, sin ocultar su molestia—. Agradece que al menos su rostro se regeneró... porque sus alas están hechas mierda. —
—¿Tú crees que si lo tratamos mejor... hable? —preguntó el de ojos ámbar, dejando que la duda se colara entre sus palabras.
—Podría ser nuestra única carta útil. —la voz del azabache era baja, pero firme, como quien no tiene ya paciencia para juegos inútiles—. Y si no funciona… siempre podemos romperlo desde otro ángulo.
... (pov Leviatán )
Tenía frío, mucho frío. La tormenta de nieve había empezado hacía no mucho. Tenía la punta de los dedos rosadas, y estaba seguro de que mi nariz ya estaba completamente roja.
Como pude, me había arrastrado hasta el ventanal para observar esas rosas blancas que, horas antes, parecían las únicas cosas puras en este infierno helado. Ahora estaban cubiertas por una espesa capa de nieve. En ese silencio blanco y profundo, casi podía imaginar que nada de esto era real. Que mis alas no dolían. Que mi cuerpo no ardía por dentro.
Pero entonces escuché pasos. Ligeros. Constantes.
Traté de ignorarlos, giré apenas el rostro hacia el cristal empañado… hasta que un maullido suave quebró mis pensamientos. Un gato angora, de pelaje café y blanco, se acercó lentamente a mí, su caminar elegante y casi fantasmal. Se subió sobre mi pecho sin pedir permiso y comenzó a ronronear. Lo sentí cálido. Vivo.
—Armani —dijo una voz. Fría. Cortante. Imposible de olvidar.
Era él.
El miedo me cortó la respiración. Mi mente comenzó a colapsar sobre sí misma. ¿Volvió para hacerme daño? ¿Para arrancarme las alas? El recuerdo del último golpe, de la sangre en la nieve, de su rostro descompuesto por el odio… me paralizó.
Pero esta vez no gritó. No me pateó. No me arrastró del cabello.
—Tienes la cara de un cadáver —dijo. Su tono era inexpresivo, pero en su voz se colaba algo parecido a… burla.
Se agachó frente a mí. Llevaba un abrigo negro que apenas se sacudía con el viento helado. El gato bajó de mi pecho y se acomodó a su lado, como si fueran uno mismo.
Sin darme tiempo a reaccionar, me cargó.
Así, como una princesa.
Mi cuerpo temblaba, no solo por el frío. Mi piel dolía al tacto, y sus brazos eran tan firmes que apenas podía moverme. Sentía cada paso que daba al subir las escaleras, cada crujido de la madera vieja bajo sus botas.
—Ni se te ocurra desmayarte —murmuró—. No me harías ningún favor muriéndote así de feo.
Llegamos a una habitación. No supe cómo era, apenas podía mantener los ojos abiertos, pero sentí el vapor, el aroma tenue de lavanda y agua caliente. Entonces, sin previo aviso, me arrojó.
El golpe del agua en mi cuerpo fue como una bofetada ardiente. La bañera era enorme, de mármol gris con vetas blancas. Al caer, mis alas rozaron el borde y grité de dolor.
Él solo se quedó mirándome desde arriba.
—Tch… llorón. —Se arrodilló junto a la bañera y comenzó a remangarse las mangas.
Intenté apartarlo, pero mis brazos eran débiles, inútiles. Me sacudía como podía, cada roce suyo me erizaba la piel por razones que no entendía, pero él simplemente agarró un paño y empezó a mojarlo.
—Deja de resistirte, chico. ¿O quieres que te amarre? Porque lo haré.
No respondí. Mi respiración estaba descontrolada. Sentía la vergüenza, la rabia… pero también esa presencia inquietante suya. Algo en su forma de moverse, de tocar, tenía un orden perturbador. Como si cada acto suyo estuviera calculado.
Comenzó por mi rostro. Limpió cada rastro de sangre seca, cada mancha invisible, como si tallara una escultura. Luego mis hombros. Mis brazos. Hasta que llegó a las alas.
—Vaya… —susurró al verlas—. Qué belleza más arruinada.
Las tocó.
Grité.
Él no se detuvo. Las lavaba con movimientos lentos, precisos. Como quien quiere que algo duela, pero no lo suficiente para romperlo del todo. Me frotaba con esponjas suaves y agua tibia, pero cada contacto con mis alas lastimadas era como una daga.
No sé cuánto tiempo pasó. Yo ya no luchaba.
Me dejé hacer.
—Bien. Ahora las de tu cabeza —dijo como si fuera lo más normal del mundo.
Quise negarme. Abrí la boca, pero su mirada me lo impidió. Esos ojos fríos, afilados, que decían: hazlo más difícil y sufrirás más.
Me dejé tocar.
Sentí sus manos en esas dos pequeñas alas, las que brotaban de mi cabeza como coronas rotas. Las limpió con una ternura forzada, casi enfermiza.
Cuando terminó, se puso de pie, me sacó del agua como si fuera una muñeca rota y me dejó sobre una toalla en el suelo. Yo tiritaba, el agua goteaba desde mi espalda desnuda hasta sus botas, pero él no parecía molesto.
—No quiero que te enfermes —dijo, sin una pizca de emoción.
Comenzó a secarme. Su toque era meticuloso. El vapor ya no me cubría, y sentía su mirada recorrer cada rincón de mi piel.
Me volteó con brusquedad y empezó a vestirme. Su respiración se agitó un poco al notar algo.
—Tu piel… es tan blanca —dijo, casi en un
susurro.
Se detuvo en mi hombro izquierdo. Pasó la yema de los dedos sobre una de las manchas rosadas. Lo hizo dos veces. Tres. Hasta que, sin previo aviso…
Me mordió.
El dolor fue agudo. Grité. Pero él no se apartó.
—Ah… qué lindo suenas cuando gritas. —Se relamió los labios. Mi sangre bajaba por su comisura como un hilo carmesí—. Deberías agradecerme. Te estoy enseñando a sentir otra vez.
Y sin más, me dejó tirado en el suelo. Mi hombro ardía, mi pecho subía y bajaba descontroladamente. Pero lo peor no era el dolor. Era ese miedo que se te pega al alma.
Ese que te dice que… esto apenas empieza.
Holaa holaaaa tiempo sin verlos, aquí un nuevo cap que si me gustó y de milagro le hice 1100 palabras si no estoy mal
A quería de regalo darles el diseño del PROTAGONISTA
(Les recuerdo que esta novela/historia es BL / Gay )
Por el momento solo revelare su nombre
Leviatán
Género: Masculino
SERAPHIM
(Las mordidas ignorelas todavía no distingo bien la izquierda de la derecha)
algunos de estos dibujos puedes encontrarlos en mis historias en instagram en @v3ilxx_ en mis destacadas hay todavía más de este personaje

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