No sabía cuánto tiempo había pasado desde que me quedé dormido. Mi cuerpo estaba tibio, aún húmedo del baño, pero la toalla que me cubría se había resbalado a medio camino. El frío de la habitación me envolvía lentamente como si el aire supiera exactamente dónde doler. Cada parte de mí dolía, pero lo que más pesaba eran las alas. Mis alas. Sentía los músculos contraerse de forma involuntaria, como si quisieran cerrarse del todo y desaparecer.
El silencio era espeso. Solo escuchaba mi respiración.
Hasta que no.
Pasos. Suaves. No se apresuraban, pero cada uno me perforaba el pecho como si anunciara algo inevitable.
No necesité abrir los ojos para saber quién era. Su presencia era distinta. Cargaba con una gravedad que hundía el aire. Aun así, cuando lo sentí acercarse, me obligué a mirar.
Tenía algo entre las manos.
No era ropa común. No era algo que alguien ofreciera para dormir o para cubrir a alguien herido. Era otra cosa. Tela densa, arrugada, casi ceremonial. Una falda larga de pliegues profundos que parecía arrastrar el suelo y la historia con ella. No había camisa. Solo una capa que debía caer por los hombros y dejar el pecho al descubierto. Y colgando de su otra mano, un collar: una cuerda oscura, con un dije en forma de ojo.
Un ojo que me miraba incluso antes de que lo usara.
—Póntelo —fue todo lo que dijo.
No le respondí. No podía. Solo tragué saliva y lo vi acercarse más. Agachado frente a mí, me observó con una calma que me rompía más que cualquier palabra hiriente. Sus manos tocaron mi piel con una suavidad cuidadosa, como si me vistiera no por vergüenza... sino como quien prepara un altar. Como quien viste a un muerto.
La falda la ajustó en mi cintura, ciñéndola con un broche que no reconocí. El tejido caía como un río silencioso sobre mis piernas. Se sentía pesado... o tal vez era yo. Luego colocó la capa. No era gruesa, pero cubría lo justo. Caía por mis brazos y rozaba apenas las alas, con ese gesto de no querer dañar, pero sin borrar lo que me había hecho.
Finalmente, me colocó el collar. Sentí el dije frío caer justo al centro de mi pecho, sobre mis costillas marcadas. Como un punto de mira.
No entendía nada. No sabía si esto era una humillación lenta o una especie de redención torpe. Pero me dejé hacer. Estaba agotado.
Entonces, sin que se lo pidiera, me cargó.
Sus brazos eran fuertes. Pero no me sostuvo con rudeza. No esta vez. Me levantó como si estuviera hecho de vidrio, cuidando incluso cómo se acomodaban mis alas. Me aferré a su pecho sin pensarlo. No porque lo necesitara, sino porque no sabía cómo no hacerlo.
Bajamos por las escaleras en silencio. Afuera, el mundo era blanco. Nieve sobre el campo de rosales. Algunas flores aún resistían bajo el hielo. Nos dirigimos hacia una pequeña mesa al centro del jardín. Era elegante, baja, de hierro. No parecía tener lugar ahí, pero también... yo tampoco.
Me sentó en una de las sillas. El frío del metal me hizo estremecer.
Y se fue.
No dije nada. Mi mente divagaba sobre si debería aprovechar aquella oportunidad que me daban y escapara, apenas estaba por levantarme el regresó con una bandeja. Pancakes. Humeantes. En medio, una pequeña estrella hecha de margarina. A un lado, una bolita de helado que comenzaba a derretirse lentamente. Y junto a todo, una taza de café oscuro, claramente para él.
No podía comprender lo que pasaba realmente, muchas preguntas por la situación rondaban por mi mente.
Me miró. Se sentó frente a mí. Yo no comí.
Me observó en silencio. Tomó el tenedor, cortó un trozo del pancake, y me lo acercó a los labios.
No me moví.
Pero eventualmente, abrí la boca y comí.
Trozo por trozo, como un niño pequeño, como un paciente inconsciente, como alguien que ya no tenía voluntad. No lo miré a los ojos, pero sentí cada mirada que él me lanzaba como si fuera una mano invisible tocándome.
Y cuando acabo de darme la comida, tomo su café de un solo trago y me cargó otra vez, me levanto sin delicadeza, llevándome en su hombro como si esa tarea no conllevara ni una pizca de esfuerzo
Dentro de la casa, subió por las escaleras una de las habitaciones del fondo estaba entreabierta, ahí estaba una sombra que no pude reconocer, pero en un abrir y cerrar de ojos ya no se entraba aquella sombra en la habitación, camino tan solo unos pasos y me llevo a una habitación distinta. Más cálida. Había una cama grande, con sábanas gruesas, perfumadas, había unas almohadas que se veían esponjosas y cómodas, así como algunos peluches que, aunque tiernos solo podía pensar en de quien fue esta habitación antes. Me acostó sin una palabra, como quien acomoda a una muñeca. Me cubrió hasta los hombros, cuidando de no tocar las alas, y se alejó unos pasos.
Yo ya estaba cayendo. Como un suspiro.
Pero antes de dormirme por completo, pensé:
«¿Por qué me viste así? ¿Por qué me toca como si le importara, si fui yo el que sangró por su culpa?»
Mis dedos encontraron el dije en mi pecho, ese ojo que parecía vigilar incluso dentro del sueño.
Y la última imagen que tuve... fue la suya, de pie, justo en el umbral, sin decir nada.
Como si me velara.
O como si esperara a que dejara de respirar.
holaaaaaaaaaaaa tiempo sin actualizar
mañana o el sabad se subiera el siguiente cap
sorry por no ctualizar estuve algo ocupada y con bloqueo jajsjasjja

Comments (0)
See all