no recordaba con claridad en qué momento me había dormido los dedos de las manos, ni
por qué le ardía tanto el rostro. Sólo sabía que había caminado demasiado. Tenía los labios partidos y el
corazón latiéndome con la timidez de quien regresa a un lugar que no le pertenece. Pero volvi. Volvi solo, sin que nadie me llamara, sin una promesa que lo esperara al otro lado de la puerta.
El lugar seguía igual de sombrío y frío que cuando lo dejó. Ni un sonido, ni un gesto de bienvenida. Sólo
ese silencio espeso que se colaba por las rendijas de los muros, y el olor a madera vieja mezclado con
algo dulzón que no supo identificar. Al fondo del salón, sentado de perfil, estaba él —o eso crei—, la
misma figura alta, fornida, casi inmóvil, observando fijamente un papel entre las manos como si
contuviera los secretos del universo.
yo no me atrevi a hablar. Apenas cruze el umbral y lo vi allí, tan quieto, sinti que cualquier
palabra sería una intromisión. Así que subi en silencio, despacio, sintiendo cómo cada escalón crujía
bajo mis pies y lo delataba. La habitación seguía igual, sólo que ahora parecía más grande, más ajena. me deje caer sobre el colchón, boca arriba, y durante un rato largo me quede así, mirando al techo,
tratando de recordar cómo se sentía el mundo antes de que todo doliera.
La noche pasó sin que pudiera dormir del todo. Y cuando el alba asomó apenas con un parpadeo tímido
en el horizonte, lo único que me arrancó del sueño ligero fue el grito.
No un grito cualquiera.
Uno rasgado, furioso, cargado de una rabia tan viva que lo hizo sentarse de golpe.
—¡Eres un imbécil! ¡¿Qué mierda te pasa, eh?! —la voz era tan fuerte que las paredes temblaron.
—¡No me jodas! ¡Lo saqué porque estaba husmeando donde no debía! —otra voz, casi idéntica, rugió
de vuelta.
Luego un estruendo. Algo se rompió. Vidrio, tal vez. O un jarrón. Luego otro golpe. Una silla arrastrada
con furia. Insultos, gritos que se superponían, se mordían, se escupían con una rabia casi infantil.
Me levante sin hacer ruido. Sali del cuarto arrastrando los pies, como si el suelo pudiera
tragarme si hacía el más mínimo sonido. Baje dos escalones y me quede allí, en medio del pasamanos, en
la sombra.
Y entonces los vi.
No era uno.
Eran dos.
Dos hombres idénticos. Altísimos. Uno con el cabello recogido y los ojos fríos, oscuros como un abismo.
El otro con el cabello suelto, despeinado, los ojos encendidos en ámbar furioso. Se gritaban, se
empujaban, uno tenía las mangas arremangadas como si estuviera listo para pelear, y el otro sostenía
aún el mismo papel de la noche anterior, aunque ahora lo apretaba como si quisiera rasgarlo.
—¡Lo echaste! ¡Lo sacaste como si fuera un mueble viejo! ¡Un perchero maldito! ¡Ni una planta se bota
así! —el de ojos ámbar lo empujó con el antebrazo.
—¡Y lo volvería a hacer! ¡No tenías por qué traer a ese crío aquí! ¡Estaba manoseando mis cosas como
un mapache con hambre! —el de ojos oscuros le respondió con un puñetazo al pecho que más parecía
el codazo de un hermano molesto.
Trage saliva. El corazón se me aceleró como si fuera a escapárseme del pecho. ¿Dos? ¿Dos
hombres? ¿Idénticos? ¿Eran… gemelos? ¿Eso explicaba todo? ¿Las miradas cambiantes, las actitudes
opuestas, los silencios? ¿Todo?
—¿Qué pasa…? —musite sin darme cuenta, apenas un susurro desde la escalera.
Ambos se congelaron.
Como si alguien hubiera detenido el tiempo.
Las cabezas giraron al mismo tiempo. Dos pares de ojos me miraron desde abajo.
Uno parecía haberse
tragado el fuego del infierno. El otro, el hielo del universo.
Por un instante, nadie dijo nada. Sólo se escuchaba la respiración pesada de ambos. Y mi corazón, golpeando como una campana dentro de su pecho.
—¡¿Sabes que ese idiota te echó de la casa, verdad?! —gruñó el de ojos ámbar, señalando con el dedo al
otro, con la furia de quien escupe lava.
—¡Sí, fui yo! ¡¿Y qué?! ¡Estaba tocando cosas que no le pertenecen! ¡Mis cosas, Belfegor! ¡Mis cosas! —
espetó el de mirada fría, cruzándose de brazos como si estuviera a punto de pedirle al otro que se
sentara para hablar como adultos.
parpadee, confundido. ¿Ese? ¿El mismo que me había dado comida sin decir una sola palabra? ¿El que me había dejado en una comoda cama? ¿Era el
mismo que me había insultado y corrido como un perro? Me sinti como una pulga entre dos montañas.
Con sus apenas 1.75, se veía ridículo entre esos dos hombres que fácilmente lo superaban por casi
medio metro. De cerca, la diferencia era todavía más abrumadora. Uno medía 2.15 y el otro 2.14, según
las proporciones. Era como estar entre dos titanes furiosos. Dos volcanes a punto de estallar. Dos
demonios que parecían haber sido separados sólo por capricho genético y medio centímetro.
Y … yo sólo un pedazo de polvo confundido.
—O sea… son… —balbuceó— ¿gemelos?
Los dos se miraron entre sí y luego bufaron, como si esa revelación hubiera tardado demasiado.
—Felicitaciones, genio —masculló el de cabello recogido, sarcástico.
2
—¿Te tomó todo este tiempo darte cuenta? —agregó el otro, frunciendo el ceño con fingido asombro. Yo no sabía si reír o llorar.
me habían tratado como a un idiota durante días. me había culpado, me
había callado, había dudado de mi propia percepción. Y ahora… ahora todo tenía sentido. Pero también
dolía.
Porque no lo supe antes. Porque se sintió estúpido.
—¿Entonces cuál es cuál? —pregunte con un hilo de voz.
—Yo soy Behemoth —dijo el de ojos ámbar, cruzándose de brazos.
—Y yo soy Belfegor —añadió el de mirada fría.
—Y sí —continuó Belfegor con una sonrisa torcida
—, el cabrón que te echó fue este.
—
—Porque estabas hurgando donde no debías —resopló Behemoth sin mirarlo.
El silencio que siguió fue incómodo, denso, pero también ridículamente absurdo. yo no pude evitar soltar una risa nerviosa, medio incrédula, medio desesperada.
—Esto es surreal… —susurre, llevándome las manos a la cabeza.
Los gemelos se miraron entre sí una vez más. Y como si la discusión nunca hubiera existido, Behemoth
soltó un suspiro y dijo:
—En fin… ya deja de hacerte el mártir. Sal.
—¿Ah?
—Vamos a cazar —intervino Belfegor, caminando hacia la puerta como si todo estuviera resuelto.
—¿Qué…? ¿Cazar qué?
—Lo que sea que se deje —dijo Belfegor con una sonrisa torcida.
—Y tú vienes con nosotros —añadió Behemoth desde la entrada. parpadee.
Una hora atrás, me sentía como un trapo olvidado en una cama ajena. Ahora iba a ir de cacería con dos
angeles, aun que tenian aureolas, unos grandes cuernos salian de su cabeza, que lo habían confundido
durante días, que se gritaban como dos ancianas locas por un florero, y que medían lo suficiente como
para asustar a cualquier cosa con sombra.
—Estoy soñando… —murmure para mí mismo, sin moverme.
Pero ya era tarde. Los dos lo miraban desde el umbral.
Y el mundo, otra vez, estaba por cambiar.
atravesando un campo de batalla cubierto de nieve teñida de sangre, rodeado de los cuerpos caídos de sus "compañeros". Descalzo y herido por el frío, observa cómo de la piel de los muertos brotan lirios asiáticos, símbolos de una extraña y mortal transformación.
ADVERTENCIAS: Temas muy delicados y explícitos (abuso sexual, maltrato, conductas autolesivas y más), escenas sexuales, violentas, sangrientas, tortura, etc.
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