El consultorio estaba más concurrido de lo normal. Un par de ancianas esperaban su turno, unos cuantos agricultores necesitaban que les revisaran las manos y la espalda, y varias madres aguardaban con sus niños en brazos. Otros pacientes, sin encontrar dónde sentarse, esperaban de pie, mirando de reojo al boticario.
Y aun con todo, después del alboroto con Giovanni y Don Benito, Nil seguía sembrando dudas. Sí, más personas le daban la oportunidad de atenderlos, pero no eran tantas como él esperaba.
Nil estaba sentado detrás de un escritorio, recargando el mentón perezosamente sobre su mano, observando a María organizar frascos de remedios detrás del mostrador.
Todo transcurría con normalidad... hasta que el alguacil entró con un rostro que indicaba problemas.
—Boticario, ¿estás ocupado?
Nil lo miró como si la respuesta fuera obvia.
—¿Te parezco ocupado? —respondió con una sonrisa ladina, soltando una risa baja.
Giovanni se sujetó el cinturón con ambas manos y le dirigió una mirada firme.
—Bien. Vas a venir conmigo.
María y los pacientes se sobresaltaron y, en cuestión de segundos, los murmullos llenaron la sala. Pero Nil no se inmutó. Ni siquiera hizo el intento de moverse.
—¿Puedo saber para qué, alguacil?
Giovanni no tenía ganas de lidiar con evasivas, así que, sin más aviso, lo agarró de la muñeca y lo levantó de su asiento a la fuerza.
—Vas a responder unas preguntas.
Nil soltó un gruñido, llevándose una mano al costado, justo donde aún tenía la herida vendada.
—¡Espérate! ¡Me vas a abrir la herida!
María estaba a punto de intervenir, pero una voz desconocida resonó en el consultorio.
—¡Dios mío, SI ES USTED!
El silencio cayó como un balde de agua fría. Los pacientes, María... incluso Giovanni. Todos voltearon al unísono hacia la entrada.
Un anciano de cabello cano y ropas sencillas avanzó con paso ansioso hasta el centro del consultorio, con el rostro iluminado por la emoción.
Nil se tensó.
Sus labios se entreabrieron con incredulidad.
—¿Se... señor Jacinto?
Giovanni entrecerró los ojos.
—¿Lo conoces?
Nil se quedó en blanco por un momento, como si no supiera si aquello era un malentendido o si la vida estaba a punto de jugarle una mala pasada.
Antes de que pudiera responder, Don Jacinto se volvió hacia el alguacil y exclamó con alegría. —¡Pos claro que lo conozco! ¡En San Bartolo llevamos semanas esperando que nos vuelva a visitar!
Un murmullo recorrió a los presentes.
—¿Visitarnos? —repitió una mujer, incrédula.
—¡Sí, sí! —continuó el anciano—. ¡Allá en el pueblo nos quedamos esperando! Ya teníamos harto, juntando el dinerito pa' comprarle más medicinas y algunos querían que les diera otra consulta, pa' saber cómo iban.
El silencio fue absoluto.
Giovanni frunció el ceño.
—¿San Bartolo?
—Sí, un pueblito al norte, a unas horas de aquí. —explicó Jacinto, con una sonrisa de orgullo—. Este muchacho nos ha ayudado desde hace años.
Nil sintió un escalofrío.
No porque fuera mentira. Si no porque él jamás se quedaba lo suficiente en un lugar como para recibir una bienvenida así.
—¿De verdad es doctor? —preguntó una de las mujeres que estaban sentadas.
—¡Pos claro! —Don Jacinto se llevó una mano al pecho, casi indignado—. ¡Si no fuera por él, mi vieja no se habría aliviado del reuma!
Otra mujer murmuró con duda:
—Pero... si de veras sabe de medicina, ¿por qué anda viajando tanto?
Antes de que Nil pudiera abrir la boca, una nueva voz se escuchó desde la entrada.
—Porque él no se considera doctor.
Los presentes giraron la cabeza.
Una mujer joven acababa de entrar, aun jadeando por el esfuerzo.
—Una disculpa —dijo, recuperando el aliento.
—¡Guadalupe! —María la reconoció al instante. —Pensé que volverías hasta dentro de dos semanas.
—¿Guadalupe? —Nil frunció el ceño.
—Mi hija —explicó Don Jacinto con una sonrisa.
Guadalupe asintió y miró a los presentes.
—Verán... antes de casarme, cuando todavía vivía en San Bartolo, este hombre nos visitaba cada cuatro o cinco meses. Traía medicinas que nomás se podían conseguir en la capital y nos preparaba remedios pa' lo que hiciera falta.
Giovanni intervino con seriedad.
—¿Entonces lo conoces bien?
Guadalupe cruzó los brazos.
—Pues claro. Hace un mes me fui pa' San Bartolo, no solo pa' visitar a mi apá, también quería comprar más medicinas. Pero cuando llegué, nos dimos cuenta de que el doctor Nil no había aparecido.
—Pensamos que nomás se había retrasado en algún pueblo cercano, así que lo estuvimos esperando... pero no llegó. — Complemento el padre de la joven.
—¡Hasta que ayer me llegó esta carta de mi marido! —explicó, sacando un papel doblado—. Me platicó que aquí en Arcelia había un boticario que fue asaltado y que se estaba recuperando en el consultorio.
Don Jacinto asintió con energía. —Y le dije a mi'ja: "¿No será el doctor Nil?"
Guadalupe apuntó al boticario con convicción. —Por eso, salimos esta mañana pa' ver si era usted. Muchos en San Bartolo lo andan buscando. Especialmente los ancianos... ya se les acabaron sus remedios y necesitan más.
Nil tragó saliva.
Por un lado, esto era bueno.
Significaba que su reputación como boticario estaba tan bien cuidada que nadie sospechaba que, en realidad, era un mercenario.
Pero por otro...
Le estaba quitando a Giovanni la oportunidad de interrogarlo.
Nil levantó la mirada con cautela y, efectivamente, se encontró con los ojos oscuros del alguacil fijos en él.
No con sospecha.
Si no con algo mucho peor.
Con duda.
Como si, por primera vez, Giovanni ya no estuviera seguro de lo que pensaba de él. Y eso era más peligroso que cualquier interrogatorio. Finalmente, Giovanni soltó al boticario. —Parece que te acabas de ocupar. — Refiriéndose a Nil. —Volveré más tarde.
—Con permiso. — Dijo el alguacil mientras se acomodaba el sombrero y se dirigía a la salida.
¿Acaso, esta vez, su instinto le había fallado? ¿Estaría exagerando todo este tiempo? Realmente Giovanni no tenía ninguna prueba sólida contra Nil, más que la situación tan extraña en como se le había encontrado.
Pero ahora, ahora había gente de todo un pueblo, y quizá más que lo buscaban desesperadamente. Giovanni iba de vuelta a la comisaría cuando una voz lo llamaba. — ¡Señor! ¡Señor Solís!
Giovanni se giró sobre sus talones, era Guadalupe, la señora de hace unos momentos en el consultorio. — ¿Qué pasa?
—Disculpe, ¿Puedo hablar con uste?
—Dime.
Guadalupe lo miro con preocupación. — Es que, cuando venía pa' ca. Unos viajeros fueron asaltados. — Giovanni se alarmó de inmediato, y con seriedad pidió a la señora que lo acompañara hasta la comisaría.
Una vez en el recinto, el oficial la escucho atentamente. — Gracias a Dios, a nosotros no nos pasó, pero, de camino pa'ca, habían unas personas que nos detuvieron, nos dijeron que una gavilla los embosco, que al menos eran como 7 gentes.
Giovanni escuchaba atentamente —¿Algo en especial?
La señora negó. Pero después pareció haber recordado algo, miro al alguacil con duda, y continuo. —Bueno, sí. No sé a lo que se referían, pero, ellos dijeron que, era el espectro negro.
Al instante de escuchar ese alias, los tres oficiales se tensaron. —¿Está segura? — pregunto con nervios Noé.
Guadalupe asintió sin entender. — Sí, sí, eso me dijieron, ¿Por qué? ¿Ese quién es? ¿O qué?
Rafael y Noé se miraron preocupados sin saber si responder, pero el alguacil retomo el rumbo de la conversación. —No se preocupe por eso, ¿De casualidad le describieron al susodicho?
Guadalupe asintió. —Según, tenía ropa negra, un paliacate, un rebozo y un sombrero, todo negros. El paliacate le cubría la boca, pero los ojos se le veían.
—¿Le dijeron de qué color eran los ojos? — Volvió a preguntar Giovanni.
La señora se detuvo un momento, tratando de recordar y entonces. —¡Ah, sí! Eran de color clarito.
Nuevamente, el alguacil se sacudió internamente, eran bastantes coincidencias con el informe de la mañana. —¿De qué color?
—Clarito. — repitió la mujer. —Gris clarito, también, decían que tenía una cicatriz en el ojo, pero no me acuerdo cuál.
Giovanni tensó la mandíbula. Esto era un problema.
Si Nil no era el Espectro Negro, entonces había un loco con su banda suelta allá afuera, y nadie parecía estar haciendo algo al respecto.
O, por el contrario, tal vez Nil sí era parte de esa gavilla y solo se estaba escondiendo en el pueblo. Quizá se pelearon por el botín. Tal vez una discusión se salió de control. Había demasiadas posibilidades.
Pero ahora, con los testimonios de Guadalupe y su padre, Giovanni ya no estaba seguro de si Nil era realmente un sospechoso.
El alguacil soltó el aire contenido en sus pulmones y asintió.
—Gracias, señora Guadalupe. Su declaración nos ha sido de mucha ayuda. Ya puede irse.
La mujer se levantó, pero no se dirigió a la salida. Mantuvo la cabeza baja, con su mirada llena de incertidumbre.
Por supuesto, Giovanni lo notó.
—¿Tiene algo más que decir?
Guadalupe se mordió el labio, como debatiéndose internamente, hasta que finalmente habló.
—Dispense usted que sea metiche, pero... mi... mi marido me dijo que había rumores del doctor Nil... de que era un...
Apretó el borde de su vestido con ansiedad.
—¡Le voy a ser bien honesta! Yo no diría que lo conozco como la palma de mi mano, ¿ve'a?
Guadalupe se irguió con determinación, aunque sus ojos estaban vidriosos.
—Pero ese hombre fue el único que quiso atender a mi madre sin sacarnos un ojo de la cara. La revisó, nos hizo medicina especial pa' ella y solo nos cobró la pura medicina.
Su voz se quebró al recordar lo difícil que había sido aquella época.
—No es muy hablador y la ve'a, es raro, pero gracias a él, mi mamita sigue conmigo.
Rápidamente, se limpió los ojos con el dorso de la mano.
Noé y Rafael se quedaron en silencio, impactados por sus palabras.
Giovanni se acercó y le posó una mano en el hombro, tratando de consolarla.
—Descuide... lo recordaré. Anda, vaya, que a lo mejor su esposo y su papá la están esperando.
Guadalupe asintió y, esta vez, sí salió de la comisaría.
Giovanni se quedó inmóvil.
Rafael esperó a ver por la ventana que la mujer cruzara la calle antes de preguntar:
—¿Y 'hora?
El alguacil suspiró.
—El boticario debe estar ocupado. Voy a hacer mis rondas y, de regreso, pasaré por el consultorio a ver si ya está libre para interrogarlo.
Dicho eso, se dirigió a la salida, mientras ordenaba a Rafael y Noé que siguieran con su trabajo.

Comments (0)
See all