Una vez afuera, Giovanni caminó hacia su caballo, un cuarto de milla color castaño oscuro con una marca blanca en la frente.
Lo desamarró del poste, lo montó de un salto y comenzó su rutina de vigilancia. El sol aún no estaba en lo más alto cuando Giovanni pasaba por plaza de Arcelia. Cabalgaba con paso firme, saludando con un leve movimiento de cabeza a quienes encontraba en su camino. No era un hombre de muchas palabras, a menos que la situación lo ameritara.
Había pasado por la iglesia para hablar con el Padre Esteban sobre los últimos rumores en el pueblo, pero apenas había intercambiado un par de frases cuando escuchó gritos acalorados provenientes de la plaza.
—¡Le digo que esos animales son míos, carajo! —bramó un hombre alto, con un sombrero de ala ancha y un bigote espeso.
—¡Usted 'ta loco! ¡Mi compadre me los vendió hace tres días! —replicó otro sujeto, un comerciante de voz aguda y manos callosas.
La disputa tenía lugar frente a la tienda de abarrotes de Doña Remedios, donde varios curiosos ya se habían reunido para presenciar el espectáculo. Dos vacas atadas a un poste eran el centro del problema.
Giovanni se abrió paso entre la gente y se plantó en medio de los dos hombres.
—A ver ¿Qué está pasando aquí? —preguntó con voz firme.
Ambos se giraron hacia él, sudorosos y agitados.
—¡Alguacil! —soltó el ganadero, todavía encendido de furia—. Este hombre se quiere quedar con mis vacas. Yo crie a esos animales, las he visto crecer desde que eran becerros.
—¡Son mías! —insistió el comerciante—. Se las compré a Julián Méndez hace tres días.
Giovanni frunció el ceño. Julián Méndez. Un borracho conocido por empeñar hasta su sombra cuando se quedaba sin dinero para la cantina.
—¿Tienes un documento que lo pruebe? —preguntó el alguacil, dirigiéndose al comerciante.
El hombre buscó en su chaleco y sacó un papel doblado con torpeza. Giovanni lo tomó y lo revisó. Era un contrato de compra-venta, pero había un problema.
—Aquí dice que te vendió tres vacas, y solo veo dos.
El comerciante tragó saliva.
—L-la otra se me escapó ayer en la madrugada, pero estas dos son parte del trato.
Giovanni se frotó la barbilla, su mirada oscura estaba evaluando la situación.
—¿Y tú? —preguntó al ganadero. —¿Cuál es tu versión?
El hombre bufó.
—Julián nunca tuvo derecho a venderlas. Esas vacas eran mías, yo se las presté para que las cuidara mientras yo viajaba a San Luis. ¡Y ese desgraciado las vendió en cuanto me fui!
La multitud murmuró. Incluso, entre los curiosos estaban Doña Claudia y Eufemia, intercambiaron miradas, y trataron de disimular fallidamente sus risas disfrutando del drama.
Giovanni suspiró. Julián Méndez tenía fama de ser un vividor, pero si el comerciante había comprado el ganado de buena fe, la situación no era tan sencilla.
—¿Dónde está Julián? —preguntó.
—En la cantina, como siempre.
El alguacil asintió.
—Vayan por él.
Uno de los hombres asintió y salió corriendo directo a la cantina. Mientras tanto, Giovanni se dirigió a ambos hombres.
—Aquí nadie se lleva nada hasta que aclaremos esto. —Ató con más firmeza a las vacas en el poste—. Y si alguno de ustedes intenta moverlas, les juro que van a pasar la noche en las celdas.
Los hombres no discutieron. Nadie quería dormir tras las rejas de la jefatura.
Cuando el hombre que fue en busca del susodicho, regresó con Julián, este apenas podía sostenerse en pie. Giovanni lo miró con expresión dura.
—Julián, necesito que me expliques algo —dijo, mostrando el contrato—. ¿Vendiste estas vacas?
El borracho parpadeó varias veces y miró a su alrededor, como si apenas entendiera la situación.
—P-pues sí... pero... yo pensaba que...
Giovanni se inclinó hacia él.
—¿Pensabas qué?
Julián tragó saliva.
—Que Eugenio no volvería tan pronto...
Los murmullos aumentaron. Giovanni apretó los dientes.
—Así que admites que no eran tuyas para vender.
—P-pero necesitaba dinero...
El comerciante se crispó, mientras caminaba con ira en dirección a Julián—¡Me robaste mi lana, maldito vividor, muerto de hambre, infeliz!
Los hombres que estaban presenciando la situación se apresuraron a detenerlo, mientras le pedían que se tranquilizara. Giovanni levantó una mano, ordenando silencio.
—Julián, oficialmente este contrato es inválido porque vendiste algo que no te pertenecía. Ahora, eso no significa que no le debas dinero a este hombre.
El borracho bajó la cabeza.
—No tengo nada pa' pagarle, alguacil...
El comerciante se cruzó de brazos. —¡Pues entonces que me dé algo a cambio!
Giovanni miró a Julián de arriba abajo. Luego chasqueó la lengua y soltó:
—Tienes hasta el domingo para devolverle su dinero. Si no, te veo en la jefatura para discutir qué podemos hacer.
Julián palideció. —P-pero...
—Sin peros. Y más te vale conseguirlo sin meterte en más problemas.
El comerciante pareció dudar, pero al final asintió.
—Si me paga, no tengo problema.
Giovanni le devolvió el contrato.
—Bien. Las vacas regresan con su dueño legítimo. Y Julián, si no tienes el dinero, el comerciante podrá tomar algo de valor de tu propiedad. Pero eso lo discutiremos el domingo.
El asunto quedó zanjado. Las vacas volvieron a su dueño, y Julián salió tambaleándose, probablemente preguntándose cómo iba a reunir el dinero. —Y tú. — Dijo el alguacil dirigiéndose a Eugenio.
—También tú, mira a qué árbol te arrimas, si sabes que Julián es capaz de vender a su propia madre, en paz descanse, por un vaso de tequila. ¿Por qué le encargaste tu ganado?
Algunos de los presentes se burlaron de la situación, pero otros suspiraron, porque, no dudaban que Julián no fuera capaz. —Ay, alguacil. La verdad tenía harta prisa, pa' la otra ya sé.
Giovanni suspiró. —A la otra, dígame y yo se las guardo en el establo. — Palmeo el hombro de Eugenio en muestra de ánimo. —También, le pediré a Rafa o Noé que vayan a darse una vuelta por los campos, a ver si ven a su otra vaca, también me daré una vuelta yo por si acaso.
El rostro de Eugenio se iluminó, y le agradeció antes de llevarse a sus animales. Giovanni suspiró mientras la multitud se dispersaba. Otro problema resuelto.

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