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El Espectro Negro [BL]

IV.IX. Un alguacil de sangre y piedra.

IV.IX. Un alguacil de sangre y piedra.

Jul 04, 2025

El alguacil volvió con el padre Esteban a terminar su plática, posterior a eso, Giovanni continuo con su ronda, como prometió fue a ver por los alrededores en busca de la vaca extraviada.

No tardó mucho en encontrar huellas frescas en el camino que llevaba al río. Se agachó para inspeccionarlas y, tras seguir el rastro unos metros, la vio.

Ahí estaba. Tranquila, pastando junto a la corriente, como si no hubiera causado ningún alboroto.

—Mira nomás… —murmuró el alguacil, bajando de su caballo.

Se acercó despacio, con la cuerda en mano, como si fuera a atrapar a un delincuente peligroso.

—Anda, ven acá, muchacha, ya causaste suficiente escándalo…

Pero la vaca, en lugar de cooperar, lo miró fijamente, masticó un poco más de pasto… y luego echó a correr.

—¡Ah, chingada madre! —exclamó Giovanni, saliendo tras ella.

El animal se metió entre los arbustos, empujando ramas y brincando con más agilidad de la que un animal tan grande debería tener. Giovanni intentó cortarle el paso, pero la condenada vaca se le escapaba una y otra vez.

Después de varios minutos de persecución inútil, Giovanni se apoyó en sus rodillas, resoplando.

—Esto es ridículo… —murmuró.

Como si entendiera el comentario, la vaca se detuvo a pocos metros, mirándolo con desafío.

Giovanni, con la dignidad apenas intacta, se sacudió el polvo de la ropa y tomó aire.

—Muy bien… hagámoslo a la antigua.

Con movimientos calculados, tomó un puñado de pasto fresco y lo agitó frente a ella.

—Mira qué bonito pasto, bien verde y jugoso… ven, muchacha, ven con el tío Giovanni…

La vaca ladeó la cabeza, aparentemente interesada. Dio un paso, luego otro… Giovanni se preparó para lanzar la cuerda… y en el último segundo, la muy ingrata se giró y salió corriendo de nuevo.

—¡ME LLEVA!

El día se había ido como agua por el río en intentar atrapar a la vaca, pero finalmente Giovanni lo había conseguido. Cuando regresaba, dejó al animal con su respectivo dueño y le pidió encarecidamente que fuera más responsable con su ganado.

Ahora, la noche cubría Arcelia con su manto estrellado. El alguacil cabalgaba de vuelta a la jefatura con la única intención de tirarse en cualquier rincón y no moverse hasta el amanecer.

Sin embargo, todos sus planes se fueron al demonio cuando vio a Nil afuera del consultorio.

Por un momento, Giovanni había olvidado que debía interrogar a ese hombre. Estaba tan cansado que la tentación de dejarlo para el día siguiente lo seducía como una mujer dispuesta a perdonarle todos sus pecados.

Pero Nil lo vio.

Aún montado en su caballo, su mirada azul lo recorrió de pies a cabeza con evidente diversión. Entonces, sonrió con esa maldita expresión ladina que Giovanni detestaba con toda su alma.

—¿Y ahora, alguacil? —preguntó Nil con tono burlón, bajo y relajado—. ¿Te fuiste a pelear al monte con el diablo… y perdiste?

Giovanni soltó un largo suspiro.

—No sé si era el diablo, pero en definitiva tenía cuernos.

Nil alzó una ceja.

—Eso me deja con más preguntas de las que debería.

—¡Era una maldita vaca! — Giovanni rodó los ojos y desmontó con torpeza—. ¿Qué haces afuera?

La sonrisa sarcástica de Nil se ensanchó aún más.

—¿Es un interrogatorio? Porque si lo es, déjame sentarme y ponerme nervioso.

Giovanni no mordió el anzuelo. Solo lo miró en silencio con esa paciencia resignada que solía tener cuando lidiaba con borrachos.

Nil se quedó observándolo un instante, como si estuviera evaluando cuánto más podría fastidiarlo. Finalmente, se incorporó y se sacudió el polvo de la espalda.

—Ven, voy a ver que el diablo no te haya roto nada.

Giovanni entrecerró los ojos.

—Si quieres hacerme un favor, podrías decirme lo que quiero.

—También podría arrancarte una muela mientras duermes. —Nil le guiñó un ojo y entró al consultorio como si fuera su propia casa.

Giovanni gruñó por lo bajo, pero lo siguió. Amaró a su caballo y caminó con pasos pesados hasta donde lo esperaba el boticario.

Se dejó caer sobre la camilla con un suspiro profundo.

Sus huesos crujieron.

Su cuerpo parecía al fin relajarse después de un día eterno de cabalgar, pelear con una vaca y ahora, aguantar a Nil.

—Te ves terrible —comentó el boticario mientras rebuscaba entre los frascos de las repisas.

Giovanni bufó, cerrando los ojos un segundo.

—Estoy bien.

Nil lo ignoró olímpicamente.

—Descúbrete el pecho.

El alguacil abrió los ojos de golpe y lo miró como si le hubiera pedido que se pusiera a bailar sobre la mesa.

—¿Perdón?

Nil se giró arqueando una ceja.

—Que te quites la camisa. Voy a revisar si tienes golpes o algo.

Giovanni no estaba muy convencido. No le encantaba la idea de dejarse revisar por ese hombre.

Pero estaba cansado. Y necesitaba respuestas.

Así que suspiró con resignación, se incorporó y se desabotonó la camisa lentamente, quitándosela con algo de esfuerzo y guardo su camafeo en el bolsillo de su pantalón, no quería que ese hombre lo tocará.

Nil volvió la mirada y, por un momento, se quedó inmóvil.

El alguacil tenía un torso firme, de músculos bien definidos, pero sin exageraciones. Espalda ancha, hombros fuertes, brazos poderosos que hablaban de años de trabajo y resistencia.

Su piel tenía un ligero bronceado, marcada por cicatrices que contaban historias que él nunca narraría. El vello oscuro cubría su pecho con naturalidad, extendiéndose desde la clavícula hasta perderse bajo el cinturón, en un rastro tentador que cualquier mirada curiosa querría seguir.

Nil sonrió con descaro, sin molestarse en disimular que lo había observado de más.

—Pues con razón la vaca te dejó ir… seguro le diste pena.

Giovanni le lanzó una mirada fulminante.

—¿Vas a revisarme o chingarme?

Nil alzó ambas manos, como si se diera por vencido.

—Está bien, está bien. Qué genio.

Se acercó y posó las manos sobre el abdomen de Giovanni, presionando ligeramente.

Los dedos de Nil se movieron con calma, con precisión... pero también con un roce que no tenía por qué sentirse así.

Giovanni se tensó de inmediato. No porque le doliera.

Si no porque esa maldita caricia le dejó un escalofrío en la piel.

Nil lo notó.

Y sonrió con burla.

—¿Te duele aquí… o solo estás nervioso?

Giovanni apretó los dientes y funció el ceño.

—Cállate.

Nil presionó un poco más, despacio, sin apartar los ojos de él.

—Como diga, alguacil.

Pero esa sonrisa… No se iba de su rostro.

Giovanni lo miró con advertencia, pero el boticario siguió recorriendo su torso con calma, como si tuviera todo el tiempo del mundo.

Primero, la presión firme en su abdomen.

Luego, los dedos deslizándose sutilmente sobre sus costillas.

El alguacil mantuvo la respiración.

No era dolor. No exactamente.

Pero la manera en que las yemas de los dedos de Nil lo tocaban con más suavidad de la necesaria lo hacía sentir algo extraño. Algo que no estaba seguro de querer descifrar.

—No tienes moretones. —Nil murmuró con una voz demasiado casual, como si no estuviera notando la tensión en el cuerpo de Giovanni—. Parece que la vaca solo hirió tu orgullo.

Sus manos se movieron hacia sus costados, después subieron a sus hombros.

Giovanni se tensó de inmediato.

Nil lo sintió. Y sonrió con malicia.

—Relájate, Alguacil. Solo me aseguro de que puedas seguir haciendo tu trabajo mañana.

—No pareces muy preocupado por mi trabajo —gruñó Giovanni.

Nil inclinó un poco la cabeza, sus pulgares trazando un pequeño círculo sobre sus hombros.

—Mmm… digamos que no me gustaría que te murieras. Al menos, no todavía.

Los ojos oscuros del alguacil se clavaron en los suyos.

—Qué detalle.

Nil alzó una ceja.

—¿A qué viniste en la mañana? Querías preguntarme algo, ¿no? ¿Sospechas de mí?

—Depende. —Giovanni inspiró hondo, tratando de ignorar el calor en su piel. —¿Por qué estabas en el camino donde te encontraron?

Nil se tomó su tiempo para responder.

Sus manos bajaron hasta los omóplatos de Giovanni, rozando apenas la piel con los dedos, despacio.

—¿Eso es parte del chequeo médico? —bromeó, con una sonrisa ladina.

—Es parte del interrogatorio.

Nil suspiró dramáticamente.

—Y yo que pensaba que estábamos teniendo un bonito momento.

—Responde.

El boticario inclinó un poco la cabeza, su pulgar deslizándose desde su clavícula hasta la base de su cuello.

Giovanni sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

Nil notó su reacción, y sonrió aún más.

—Como dije antes… fui atacado.

—¿Por quién?

—¿Te refieres a sus nombres, edades y si les gusta el atole con pan o con tamales? Porque, si es así, me temo que no les pregunté.

Giovanni apretó los dientes.

—Nil.

—Alguacil.

Cruce de miradas.

Un segundo.

Dos.

Nil no se alejó.

—Ya me revisaste. —Giovanni habló bajo, su voz sonaba más grave de lo normal.

—Mmm, sí, pero aún no te he dado el alta.

Nil dejó caer una de sus manos sobre el pecho del alguacil. Sus dedos, cálidos y firmes, descendieron lentamente.

Giovanni sintió cómo la respiración se le trababa en la garganta.

Nil bajó la mirada, y por un instante, pareció estudiar su reacción con una diversión silenciosa.

Giovanni estaba perdiendo la paciencia.

Pero no solo por el interrogatorio.

—Termina con esto.

—¿El chequeo… o el interrogatorio?

Nil subió la mirada y sus ojos azules lo atravesaron.

Giovanni no respondió.

No porque no quisiera.

Si no porque, por primera vez, no estaba seguro de la respuesta. Hubo unos segundos de silencio que parecieron eternos.

Finalmente, Giovanni suspiró con resignación.

—Una pregunta. Solo responde una.

Nil sonrió con picardía.

—Depende… ¿Y si no me gusta la pregunta?

El alguacil lo fulminó con la mirada.

—Entonces, me aseguraré de que sí te guste tu celda.

Nil soltó una risa baja.

—Qué intimidante. Está bien, dispara.

Giovanni no mordió el anzuelo esta vez. Mantuvo la compostura.

—Entre los que te atacaron… ¿Había alguien de ojos claros? Gris claro.

El boticario se cruzó de brazos. Por primera vez en la noche, su sonrisa se desvaneció.

Era una oportunidad.

Si Giovanni creía que había otro hombre con ojos claros involucrado en los ataques, las sospechas sobre él se dispersarían.

Y cuando eso pasara… Nil podría irse sin miedo a que el alguacil pusiera precio a su cabeza.

Así que hizo lo que mejor sabía hacer.

Mezclar mentiras con verdades.

—Sí. —Dijo por fin, con tono neutral.— Cabello castaño claro, ojos grises, una cicatriz en el ojo.

Caminó un poco más lejos de Giovanni, dándole la espalda.

—Iba rumbo a Totolapan. Pero antes pensaba pasar por el río, quería bañar a Sombra.

Nil se dejó caer sobre el borde del escritorio, apoyando las manos en la madera.

—Antes de llegar, tres muchachos me cerraron el paso. Querían dinero.

Giovanni lo observó sin interrumpir.

—Les dije que no quería problemas, que les daría lo poco que tenía. Me giré para sacar unas monedas… pero supongo que pensaron que iba a sacar un arma, porque se me echaron encima.

Giovanni frunció el ceño.

—¿Cómo te hiciste la herida?

Nil se levantó con tranquilidad.

Caminó hacia el alguacil, sin prisa.

Se inclinó hasta su oído y susurró con voz baja y burlona:

—Dijiste una pregunta.

Giovanni tensó la mandíbula.

Pero no discutió.

Porque, al final del día, ya tenía la información que más necesitaba.

O al menos, la que quería oír.

—Mañana me voy, alguacil.

La frase lo golpeó como un balde de agua fría.

Giovanni lo sujetó de la muñeca y lo jaló con firmeza.

—¿Cómo que te vas? Dijiste que te quedarías en el consultorio.

Nil se zafó del agarre con facilidad.

—Voy a viajar a San Bartolo con Don Jacinto. ¿No escuchaste a su hija? Me andan buscando allá.

El alguacil abrió la boca para refutarlo, pero Nil se le acercó de nuevo.

Demasiado cerca.

Giovanni no lo vio venir.

Nil alzó el rostro y lo miró con una sonrisa coqueta, como si aquello fuera un juego que solo él entendía.

—No te asustes, Giovanni… volveré en unos días.

El alguacil sintió un escalofrío de irritación.

O de otra cosa.

Retrocedió, frunciendo el ceño.

—Si es el caso, Noé te acompañará. Será tu escolta.

Nil alzó una ceja y apoyó el trasero contra el escritorio de nuevo, cruzando los brazos.

—¿Temes que te deje?

Giovanni gruñó y apretó la mandíbula.

—¡No digas estupideces! Sigues en recuperación. Últimamente, ha habido asaltos en los caminos. Es una precaución.

Nil chasqueó la lengua.

—Qué atento.

Giovanni ya estaba a punto de mandarlo al demonio cuando…

—¿Qué chingados haces desnudo en mi casa?

Giovanni sintió cómo su alma se le iba al suelo.

Nil soltó una carcajada sonora mientras sostenía su estómago y dirigia su mano a los labios.

María estaba en la puerta, sosteniendo una canasta con pan, mirándolo como si lo hubiera encontrado robando gallinas.

Giovanni se giró bruscamente y notó su propio torso expuesto.

En su prisa por responderle a Nil, había olvidado ponerse la maldita camisa.

—¡NO ESTOY DESNUDO!

María ladeó la cabeza, con cara de “Ajá, sí, claro.”

—Ajá. Y yo soy la Virgen de Guadalupe.

Nil no podía dejar de reír.

Giovanni bufó con furia, agarró su camisa y salió de ahí vociferando cosas inentendibles mientras se vestía.

—¡CIERRA LA BOCA, NIL!

El boticario lo siguió con la mirada, con una sonrisa triunfal.

María suspiró con cansancio.

—Yo solo quería comerme un pan en paz.


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#BL_mexicano #slow_burn #bl #yaoi #drama #alguacil #mercenario #mexico_1920

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