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El Espectro Negro [BL]

V. El alguacil Roberto.

V. El alguacil Roberto.

Jul 11, 2025

El sol de la tarde caía lento sobre Arcelia, tiñendo las calles polvorientas con tonos dorados y alargadas sombras. El calor abrasador del mediodía había cedido un poco, dejando en el aire un ambiente denso y quieto, como si el pueblo entero se tomara un respiro antes del anochecer.

Era un día inusualmente tranquilo.

Los vendedores de la plaza recogían sus mercancías con calma, mientras algunas mujeres conversaban en los portales, abanicándose perezosamente con el delantal. Un par de niños jugaban cerca de la fuente del quiosco, lanzándose piedritas y riendo entre susurros, cuidando de no alterar demasiado la paz del momento.

Incluso la cantina "El Jilguero", usualmente llena de murmullos y risas escandalosas, tenía su puerta entreabierta sin que nadie pareciera querer entrar o salir. Los clientes habituales probablemente dormían la borrachera de la noche anterior, dejando el interior sumido en una quietud extraña.

Giovanni, apoyado contra el marco de la jefatura, observaba el panorama con los brazos cruzados. Había algo extraño en la tranquilidad de ese día. Como si el pueblo entero contuviera la respiración, esperando que algo la rompiera.

Pero lo que realmente lo inquietaba no era el silencio del pueblo, sino el suyo propio.

Porque su mente, contra su voluntad, seguía regresando a Nil.

Era exasperante.

Lo había visto partir esa mañana, hace cinco días, junto con Noé, con destino a San Bartolo, y, sin embargo... ahí estaba, con los nervios tensos, esperando su regreso sin querer admitirlo.

Frunció el ceño y se pasó una mano por el cabello, sintiendo como su nuca estaba sudada, ya no sabía si era por el calor o los nervios. Exhaló con frustración.

No era la primera vez que su pensamiento se desviaba hacia él. Pero lo que realmente lo tenía de malas no era pensar en Nil, sino lo que sentía cuando lo hacía.

Porque cada vez que lo recordaba, su mente traía consigo esas malditas sensaciones que no podía sacudirse.

Los roces. La mirada. El calor.

La forma en que los dedos de Nil se deslizaban sobre su piel con una calma exasperante, la manera en que presionaba, exploraba, como si disfrutara verlo reaccionar.

Y su cuerpo había reaccionado. ¡Vaya que había reaccionado y odiaba admitirlo!

Había sentido cada roce, cada contacto. Lo había tomado desprevenido y lo había hecho estremecerse. Y lo peor era que Nil lo había notado.

Si hubiera sido cualquier otra persona la que lo tocara de esa forma, la habría empujado de inmediato, quizá hasta le habría partido la cara. Pero con Nil... no había podido.

Con Nil, su cuerpo no respondía como debería.

Se sentía atrapado en esos malditos ojos azules, hipnotizado sin querer estarlo. Un par de segundos más y ni siquiera habría recordado cómo respirar.

Ese pensamiento lo enfureció. Y como sí no fuera suficiente, su piel tuvo la vívida sensación de que Nil deslizaba sus manos tortuosamente despacio por sobre su cuerpo, pudo sentir la forma en que Nil se pegaba a su espalda, la calidez de su aliento rozándole el cuello, las yemas de sus dedos deslizándose con lentitud sobre su abdomen.

Pero no era Nil, era su mente.

Giovanni trató de empujar la imagen fuera de su mente.

Pero Nil no lo dejó. Imagino como ese infeliz se levantaba sobre las puntas de sus botas para alcanzar su oído por detrás. Inconscientemente, Giovanni dejo caer su nuca a la espalda, como si tratara de que Nil lo alcanzara con mayor facilidad. La voz de Nil se arrastraba en su mente como un susurro insolente.

Cálida. Burlona. Tortuosa. Sensual.

—¿Entonces, piensas en mí, alguacil?

Giovanni se tensó de inmediato.

No. No. No.

No iba a caer en eso.

Pero su imaginación no tuvo piedad.

Porque pudo sentirlo.

Pudo sentir la forma en que Nil se frotaba a su espalda, la calidez de su aliento rozándole la oreja, las yemas de sus dedos descendiendo con lentitud sobre su abdomen, hasta llegar al borde de su cinturón.

—Mmm... qué honor. —Nil susurró en su mente, con ese tono ladino que le hervía la sangre.

Sus manos, malditas sean, trazaban un camino perezoso desde su cintura hasta su pecho.

Cada roce era deliberado.

Cada caricia, una maldita provocación.

—Y dime, Giovanni... —Nil alzaba la cabeza para acercarse aún más a su oído.

Su voz lo atrapó en un lazo invisible del que Giovanni no quería zafarse.

—¿En qué momento empiezas a maldecirme por esto... y en qué parte decides que no te molesta tanto?

Giovanni abrió los ojos de golpe.

Su nuca, que había caído ligeramente hacia atrás, se enderezó de inmediato, como si lo hubieran sorprendido con las manos en el fuego, en su garganta se ahogó un jadeo de placer, entonces, bufó con irritación y escupió al suelo, como si así pudiera expulsar la incomodidad de su propio cuerpo.

No tenía sentido. No tenía lógica. No tenía explicación.

Y eso era lo que más le molestaba.

Se obligó a centrarse en lo que tenía enfrente, en la calma inusual del pueblo, en la luz anaranjada que empezaba a cubrir los techos de teja, en cualquier cosa que no fuera Nil y lo que provocaba en él.

Pero su paz no duró mucho.

Porque entonces escuchó el sonido de una carreta acercándose, rodando sobre la tierra polvorienta.

Desde el extremo del camino principal, una figura familiar apareció, montada en una carreta que avanzaba con paso firme, y sobre el asiento del conductor, una figura vestida de azul marino sujetaba las riendas con la confianza de alguien acostumbrado a viajar sin miedo a lo que pudiera encontrarse en el camino.

Giovanni no necesitó más para reconocerlo.

El alguacil Roberto había llegado.

Giovanni lo vio acercarse desde la jefatura, con las manos reposadas en su cintura.

No era la primera vez que trataba con él; Roberto era un hombre seco, pragmático y con un olfato agudo para la caza de criminales. No daba rodeos y tampoco perdía el tiempo en charlas innecesarias. 

—Giovanni.

Roberto bajó de la carreta con un leve asentimiento. 

—Roberto. ¿Qué te trae por aquí?

El hombre sacudió el polvo de su chaleco antes de apoyarse en una de las vigas de la entrada. —Los caminos están cada vez peor. Bandidos atacando diligencias, asaltando comerciantes y dejando en ruinas a quien se cruce con ellos. Mi pueblo no es el único que ha tenido problemas... Arcelia tampoco está a salvo.

Giovanni asintió. Ya había recibido informes sobre asaltos en los alrededores, pero lo que Roberto dijo después le hizo apretar la mandíbula. —He estado siguiendo un rastro, un nombre que se repite en los rumores. —Roberto bajó la voz—. El Espectro Negro.

Giovanni sostuvo la mirada de Roberto por un instante, evaluándolo en silencio. Si Roberto había venido hasta Arcelia, significaba que tenía información importante.

Con un gesto de la cabeza, indicó la puerta de la jefatura.

—Pasa. Hablaremos dentro.

Roberto asintió y lo siguió al interior. La luz cálida de la tarde entraba por las ventanas, proyectando sombras alargadas sobre los muebles de madera. La oficina de Giovanni olía a cuero, pólvora y tabaco, una mezcla familiar para cualquier alguacil que hubiera pasado más tiempo resolviendo problemas que descansando.

Giovanni rodeó su escritorio y tomó asiento, señalando con un leve movimiento de la mano la silla frente a él.

—Si hiciste el viaje hasta aquí, imagino que tienes algo concreto. —Roberto saco un fajo de papeles que traía resguardado en un bolsillo interior de su chaleco, Giovanni los tomo y los hojeó con detenimiento—. ¿Qué tanto has logrado averiguar sobre el Espectro Negro?

Roberto se acomodó en la silla y sacó un cigarro de su chaleco, encendiéndolo con calma antes de hablar.

—Más de lo que la gente cree... pero menos de lo que me gustaría.

Expulsó el humo lentamente, observando a Giovanni con una expresión seria.

—Se dice que el Espectro Negro es un fantasma, que aparece y desaparece sin dejar rastro. Pero no hay fantasmas en este mundo, Giovanni. Solo hombres con buenos instintos y un plan bien ejecutado.

Giovanni no respondió de inmediato. Había leído lo suficiente en los informes para saber que, más allá de las habladurías, este mercenario no era como los demás.

—¿Cómo opera? —preguntó al fin.

Roberto sonrió con ironía, como si esperara esa pregunta.

—A diferencia de las gavillas comunes, este hombre no deja cabos sueltos. No hay testigos que puedan describirlo con certeza, no hay una base fija desde donde actúe. Pero lo más interesante es que no mata a menos que sea necesario.

Giovanni alzó una ceja.

—¿Eso lo hace más peligroso?

Roberto apoyó un codo en el reposabrazos y asintió.

—Sí. Porque significa que es calculador. No actúa por impulsos ni por venganza, como otros bandidos. Solo hace un movimiento cuando tiene una razón de peso.

Giovanni tamborileó los dedos sobre el escritorio, procesando la información.

—¿Algún patrón en sus crímenes?

Roberto sacó otro documento y lo deslizó sobre la mesa.

—Asaltos a bancos, transportes de dinero y ciertos funcionarios. Pero hay algo curioso... no siempre roba todo. En más de un caso, ha dejado parte del botín intacto.

Giovanni entrecerró los ojos.

—¿Un mercenario con escrúpulos?

Roberto soltó una risa seca.

—O con un código.

El alguacil de Arcelia repasó la lista de crímenes en el informe, notando que la información era demasiado precisa para ser simple especulación.

—¿Cómo conseguiste esto?

Roberto sonrió apenas.

—Tengo mis contactos. Hay un hombre en Zirándaro que jura haberlo visto de cerca. Pero lo más interesante no es lo que dice sobre el Espectro Negro...

Giovanni levantó la vista.

—¿Entonces qué es?

Roberto se inclinó un poco hacia adelante, apoyando los antebrazos sobre el escritorio.

—Que lo vio con los Zanates.

El silencio que siguió fue pesado.

Los Zanates.

No era cualquier gavilla. Era una organización que funcionaba en las sombras, con mercenarios y espías a sueldo, hombres que vendían su talento al mejor postor.

Si el Espectro Negro tenía conexión con ellos, entonces Giovanni no solo estaba lidiando con un mercenario más.

Estaba lidiando con un profesional.

Giovanni exhaló despacio, sosteniendo la mirada de Roberto.

—Dices que tienes un testigo.

—Sí. Un campesino que se topó con la escena de un intercambio de información en los caminos. Según él, uno de los hombres tenía ojos de color.

Otra vez.

Otra maldita vez.

—Los ojos no prueban nada. —Dijo con calma.

Roberto sonrió con lentitud, dándole una calada a su cigarro.

—No, pero llaman la atención.

El alguacil dejó el cigarro en el cenicero de la mesa y cruzó los brazos.

—Giovanni... sé que Arcelia es un pueblo tranquilo, pero te diré algo. —Su tono se volvió serio—. Si el Espectro Negro anda en los alrededores, es solo cuestión de tiempo antes de que asalte aquí. Y cuando eso pase, no habrá descanso para ti, ni para tu gente.

El silencio en la oficina se volvió pesado. Giovanni apretó la mandíbula, sabiendo que Roberto tenía razón.

Si el Espectro Negro estaba en la zona, era cuestión de tiempo antes de que Arcelia se convirtiera en su siguiente objetivo.

Giovanni dejó los documentos sobre la mesa y se reclinó en su silla.

—Hace unos días, recibí dos testimonios. —dijo finalmente—. Uno fue una denuncia de un asalto a una gavilla y el más reciente fue de una señora llamada Guadalupe.

Roberto levantó una ceja, interesado.

—¿Y qué había?

Giovanni abrió un cajón y sacó varios papeles, pasando las hojas hasta encontrar las denuncias correspondientes.

—Según la primera declaración, los asaltantes llevaban los rostros cubiertos, pero el líder era diferente a los demás. Se movía con más seguridad, como si hubiera hecho esto cientos de veces. Hablaba con calma, daba órdenes precisas y jamás titubeaba.

Roberto exhaló con un gesto pensativo.

—Eso encaja con lo que sé.

—Pero hay más. —Giovanni deslizó el informe por la mesa—. Uno de los testigos mencionó algo peculiar...

Roberto tomó el documento y lo leyó en voz baja.

—"El jefe de los bandidos no gritaba como los otros. No parecía un hombre salvaje... más bien alguien que sabía exactamente lo que hacía. Pero lo que más recuerdo son sus ojos. Eran de un color claro, casi como los de un demonio."

Los ojos de Roberto se afilaron.

—Ojos de color... otra vez.

Giovanni asintió con seriedad.

—Podría ser una coincidencia. Pero, no es común en esta zona.

Roberto dejó el documento sobre la mesa y entrelazó los dedos.

—¿Y la segunda denuncia? Giovanni deslizó el segundo documento sobre la mesa. —Esa la atendí personalmente, es una habitante de aquí, se llama Guadalupe.

Roberto tomó los documentos mientras escuchaba al alguacil de Arcelia. —Ella estaba de visita en San Bartolo, un pueblo a unas horas de aquí. Menciono que cuando venía de vuelta a Arcelia, unos viajeros la detuvieron, al parecer era una historia similar.

—Una gavilla los había atacado, no había heridos, pero lo más importante...

Roberto levantó la mirada de los papeles y fijo su vista en los ojos marrones de Giovanni. —Ojos de color. Giovanni asintió.

—¿Tienes sospechosos?

Giovanni negó con la cabeza.

—No hay nadie en el pueblo que encaje con la descripción. Pero si el Espectro Negro está operando cerca, tal vez alguien lo ha visto sin darse cuenta.

—¿Los viajeros también eran de Arcelia? ¿A dónde iban? —Pregunto el alguacil mayor al ver que no se encontraba redactado en la denuncia. Giovanni se tensó, no lo sabía, Roberto se percató de inmediato por su falta de respuesta. —No preguntaste. —Giovanni miró en otra dirección frustrado. Roberto bufó resignado.

—Quiero hablar con Guadalupe.

—Vive a unas calles. Podemos ir ahora.

Giovanni se encaminó a la puerta, y Roberto se levantó para seguirlo.

—Aún estás verde, muchacho, aunque esto está tomando forma —murmuró el alguacil forastero, acomodándose el sombrero—. Si encontramos a la persona con esos ojos de color, podríamos estar más cerca del Espectro Negro de lo que creemos.

Giovanni no lo dijo en voz alta, pero la misma idea cruzó su mente.

Y en el fondo, no podía sacudirse la sensación de que las respuestas que buscaban estaban más cerca de lo que imaginaban.

Roberto y Giovanni salieron de la jefatura, caminando con paso firme por las calles de Arcelia.

El sol se ocultaba en el horizonte, tiñendo el cielo de un naranja profundo. Las luces de los faroles comenzaban a encenderse, bañando el pueblo en una cálida penumbra.

A medida que avanzaban, las miradas curiosas de algunos habitantes los seguían con discreción. No todos los días dos alguaciles recorrían el pueblo con tanta seriedad.

Giovanni iba con la vista al frente, enfocado en su tarea.

Pero Roberto escaneaba cada rincón con la mirada de un hombre que ha pasado la vida persiguiendo sombras.

Cuando doblaron la esquina que daba a la calle del consultorio, el sonido de cascos y ruedas de carreta llamó su atención.

Giovanni se detuvo en seco.

Noé iba al frente, guiando el caballo con aire relajado, como si no hubiera pasado los últimos días viajando.

A su lado, sentado en la carreta, estaba Nil.

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#BL_mexicano #slow_burn #mexican_BL #bl #yaoi #drama #alguacil #mercenario #mexico_1920

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