La luz tenue del anochecer hizo resaltar sus rasgos de forma inquietante. Giovanni se repetía mentalmente que lo ignoraría y seguiría derecho hasta el final de la calle, donde se encontraba la panadería, hogar y local de la señora Guadalupe.
No obstante, Roberto tenía otras intenciones. Al pasar cerca de los viajeros recién llegados, lo que atrapó la atención de Roberto fueron los ojos de uno de ellos.
Un par de orbes azules, brillantes, incluso con la poca luz.
El alguacil mayor se quedó inmóvil.
Nil pareció notarlo al instante.
El boticario giró el rostro y, como si pudiera sentir el peso de esa mirada inquisitiva, clavó sus ojos en Roberto con una mezcla de cautela y desinterés.
Un segundo de silencio.
Dos.
Giovanni frunció el ceño al no sentir los tacones del alguacil Roberto de tras de él y se giró hacia su superior.
—¿No viene?
Roberto no respondió de inmediato.
Solo ladeó la cabeza, observando a Nil como un halcón que acaba de avistar a su presa.
Finalmente, exhaló.
—Quiero interrogar a ese hombre.
Giovanni tardó un momento en reaccionar.
—¿Nil? —Preguntó con una mezcla de incredulidad y alerta—. ¿Por qué? — Pregunto mientras se acercaba de nuevo al alguacil mayor.
Roberto se cruzó de brazos.
—Tiene los ojos de color. Y ahora quiero saber qué hacía fuera del pueblo en estos días.
Giovanni sintió su mandíbula tensarse.
—Es un boticario. Fue a San Bartolo a vender medicinas, ¿Seguimos a casa de Guadalupe?
—Eso puede esperar.
Nil, que había saltado de la carreta, levantó las cejas con diversión al verlos al otro lado de la calle.
—Vaya, vaya. —Se acomodó el sombrero y caminó hacia ellos con su usual aire despreocupado—. ¿Viniste a recibirme con un amigo tuyo alguacil? ¿Me extrañaste?
Giovanni sintió un tic en la ceja.
Antes de que pudiera responder, Roberto lo interrumpió.
—Usted es el boticario, ¿cierto?
Nil giró la cabeza lentamente hacia el alguacil mayor y no tardo en notar que, en su camisa, se exhibía con orgullo el mismo broche de bronce que tenía Giovanni en su camisa. Distintivo de los alguaciles.
—Depende… ¿Pregunta cómo alguacil o como paciente?
Roberto no reaccionó ante la burla.
—Tengo preguntas para usted.
Nil soltó una risa baja.
—Pero qué horror. ¿Siempre reciben a los viajeros con interrogatorios o solo a mí?
Giovanni se masajeó el puente de la nariz con frustración.
Noé, que había permanecido en silencio, se aclaró la garganta.
—¿Pasa algo malo con Nil?
—Aún no lo sé —respondió Roberto con calma—. Pero quiero asegurarme.
Nil lo miró con evidente diversión, pero internamente, las alarmas se encendieron.
Ese hombre no era como Giovanni.
No iba a soltarlo fácilmente y también, algo le decía que debía ser más cauteloso de lo normal, seguramente si daba un paso en falso, se le lanzaría directo al pescuezo.
Entonces, Nil sonrió con amabilidad… y ocultó la tormenta en su cabeza.
—Bueno, entonces pregunte, mi estimado alguacil. Pero le advierto… no soy de respuestas largas.
Roberto no parpadeó.
—Créame… tengo todo el tiempo del mundo.
Nil mantuvo la sonrisa en su rostro, pero internamente, analizó la situación con rapidez.
Roberto no parpadeó, no sonrió, no mostró la más mínima reacción.
Ese hombre era diferente a Giovanni.
No jugaba.
No dejaba espacio para burlas.
Y sobre todo… no le quitaría los ojos de encima hasta que obtuviera lo que quería.
Nil tuvo que resistir el impulso de tensar los hombros.
—Giovanni.
El aludido giró la cabeza hacia Roberto.
—Ve a buscar a Guadalupe. Quiero hablar con ella en la jefatura.
Giovanni frunció el ceño.
—¿No puedo estar presente en el interrogatorio?
—No es un interrogatorio. —Roberto sonrió levemente, con la expresión de un hombre que sabe que tiene el control. — Solo una charla.
Nil escuchó esas palabras y supo que mentía.
Giovanni no discutió más, solo lanzó una última mirada a Nil, como si le advirtiera algo en silencio, antes de girarse y marcharse con paso firme.
Roberto no lo siguió con la mirada.
—Noé. —Habló sin apartar los ojos del boticario. — Llévalo a la jefatura.
Noé miró a Nil con un atisbo de disculpa en los ojos, pero asintió y le indicó que lo siguiera.
Nil suspiró dramáticamente.
—Bueno, alguacil, me halaga que quiera conocerme mejor… pero lo mínimo sería invitarme un trago antes.
Roberto no reaccionó.
Nil sonrió para sí mismo.
—¿No? Qué frío.
El camino hasta la jefatura fue silencioso.
Nil sabía que Noé quería decirle algo, pero no lo hizo y aunque trato de hacerlo con la mirada, Nil no pudo entender.
Cuando entraron a la pequeña oficina, Roberto se quitó el sombrero y se sentó con una calma respaldada por más de tres décadas de experiencia.
Noé se apoyó en el umbral de la puerta, cruzándose de brazos.
Nil se mantuvo de pie.
No tenía intención de verse demasiado cómodo en ese sitio.
—Bien. —Roberto apoyó los codos en la mesa y entrelazó los dedos. — Cuénteme, boticario, ¿qué estuvo haciendo estos días en San Bartolo?
Nil ladeó la cabeza con calma.
—Oh, lo de siempre. Salvar vidas, vender medicinas, enamorar a las viejitas del pueblo…
Noé soltó una pequeña risa antes de cubrirse la boca.
Roberto ni siquiera pestañeó.
—Hable en serio.
Nil chistó la lengua.
—Qué impaciente. Pero bueno, si insiste…
Nil tomó asiento en la silla frente al escritorio, pero se mantuvo erguido sin recargar su espalda en el respaldo de la silla.
—Hace una semana, Don Jacinto, uno de mis clientes de San Bartolo vino a buscarme. Varias personas allá necesitaban medicinas, viaje con Don Jacinto y Noé hasta allá para atender a algunos enfermos, preparar remedios y después volví en carreta con Noé.
Roberto inclinó la cabeza levemente.
—¿Nada más?
Nil lo miró con fingida sorpresa.
—Vaya, alguacil, suena como si esperara que dijera algo más… pero no sé qué quiere oír.
Roberto sostuvo su mirada por varios segundos.
Nil no parpadeó.
Pero entonces, Roberto cambió de estrategia.
—No te había visto por aquí. ¿Hace cuánto llegaste?
Nil hizo una pausa breve, apenas perceptible.
—No mucho. Casi un mes, tal vez.
—¿Y dónde vivías antes?
Nil parpadeó lentamente.
—No tengo un hogar fijo, viajo de pueblo en pueblo.
—¿Eres de México?
Nil ladeó la cabeza con burla.
—¿A qué viene la pregunta, alguacil?
Roberto no se movió.
—No es común ver ojos azules por aquí.
Nil soltó una risa baja.
—Bueno, supongo que Dios se equivocó al hacerme.
Roberto no sonrió.
—¿Tienes familia?
Nil bajó la vista por un instante.
Una fracción de segundo.
Pero Roberto lo notó.
—Ninguna que valga la pena mencionar.
Giovanni, tenía unos minutos de haber llegado a la jefatura y se quedó en la puerta sin interrumpir, no pudo evitar sentirse ligeramente impresionado.
Nil no titubeaba. No perdía la calma.
Si se estaba sintiendo acorralado, no lo mostraba.
Finalmente, Roberto se inclinó ligeramente hacia adelante.
—No se aleje demasiado, boticario.
Su tono fue tranquilo, pero la advertencia en sus palabras fue clara como el agua.
—Si lo hace… iré a buscarlo.
Nil mantuvo la sonrisa.
—Qué miedo. Ahora sí que no podré dormir.
Roberto no sonrió.
Nil sostuvo su mirada unos segundos más antes de empujar la silla hacia atrás y caminar hacia la puerta con calma.
—Bueno, ha sido un placer. Si alguna vez quiere hablar de verdad… le recomendaría invitarme un par de tragos primero.
Giovanni lo siguió con la mirada mientras Nil pasaba a su lado.
Nil notó su mirada y le guiñó un ojo.
—Tranquilo, Alguacil. No me han encerrado… todavía.
Y con eso, salió de la jefatura como si no acabara de estar bajo el ojo de un depredador.
Giovanni, en cambio, no se sintió tan tranquilo.
Porque, por primera vez, vio a Roberto con una expresión que no le gustó nada.
Y supo que Nil acababa de ponerse en la mira de un hombre que no solía fallar.
—Alguacil— Llamo Roberto desde la oficina. —Haga pasar a la señora Guadalupe.
La nombrada se levantó de una de las sillas de la sala común, y camino hasta la oficina.
—Buenas noches. —dijo Guadalupe, pero Roberto no respondió, solo le hizo un gesto con la mano para que la señora tomara asiento donde hasta hace un momento Nil se encontraba.
—Me informaron que usted presentó una denuncia al regresar de San Bartolo, ¿Podría darme más detalles?
La señora miró a Giovanni un poco intimidada, después de todo, el alguacil Roberto, era bastante imponente e intimidante. Giovanni le dio una mirada segura y asintió.
—Pues, venía con mi apá, veníamos de San Bartolo, cuando unas personas nos detuvieron, estaban espantados, nos dijeron que por favor les diéramos un aventón hasta el pueblo más cercano, porque los habían asaltado.
—¿Había algún herido? — Pregunto el hombre mayor.
Guadalupe negó con la cabeza. —¿Les dijeron como los atacaron?
La señora negó de nuevo. —Solo sé que iban pa’ Iguala, cuando una gavilla les cerró el paso.
El alguacil asintió una vez más. —¿Sabe como eran los hombres de la gavilla?
Guadalupe miró el techo un momento, tratando de recordar. —Pues, supongo que, como los rateros normales, tapaban su cara y así. Pero, si sé que el que parecía el líder, era distinto.
—¿Cómo distinto?
—Tenía ojo de color, gris claro, y una cicatriz en el ojo, aunque no recuerdo cuál era.
<<¿Color gris, eh?>> pensó el alguacil. —Bien, eso es todo, le agradezco su tiempo. Noé, o Rafael, quien sea, acompañen a la señora a su casa, ya es noche y no es seguro que una dama esté sola tan tarde.
Tanto Rafael como Noé miraron a Giovanni, esperando la aprobación para la orden, Giovanni hizo un gesto con la cabeza apuntando en dirección a la puerta mientras miraba a Rafael. —Ve tú, Noé debe estar cansado
El joven de cabello negro se levantó al instante, mientras pedía que la señora Guadalupe lo siguiera. Ambos salieron de la jefatura, mientras que Giovanni esta vez se dirigía a Noé. —Y tú, vete pa’ tu casa, descansa, mañana vuelves a la rutina.
Noé asintió, no lo demostraba, pero de verdad estaba cansado. —Gracias jefe, con permiso. — Dijo sujetando su sombrero mientras caminaba a la puerta. —Hasta luego alguacil Roberto, fue un gusto verlo.
Noé no esperó respuesta y salió de la comisaria directo a casa.
El alguacil Roberto se levantó mientras sujetaba su cinturón. —Bueno, es mejor que me vaya a un hostal, mañana temprano viajaré a Iguala para preguntar si hay alguna denuncia del asalto.
Giovanni asintió. —¿Quiere que lo acompañe hasta el hostal?
Roberto se dirigió a la salida con pasos firmes. —Por dios muchacho, soy viejo, no débil. El hostal está aquí cerca, además, no debes dejar sola la jefatura, nunca sabes cuando alguien vendrá a buscar ayuda.
El alguacil de Arcelia estuvo de acuerdo. —Bien, entonces, tenga buen viaje.
—Mantenme informado, yo haré lo mismo.
Y posteriormente el alguacil de cabello cano, salió por la puerta sin mirar atrás.

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