Exterior de la casa de Viktor – Amanecer
Una imponente casa rústica de madera y piedra se alza entre los pinos cubiertos de nieve, robusta y curtida por el paso del tiempo. El aliento se convierte en vaho en el aire gélido de la mañana. Max, con su mochila al hombro y paso firme, cruza el pórtico, seguido por Caliop, que se envuelve en su abrigo con incomodidad por el frío.
Viktor espera junto a los escalones, manos en los bolsillos, con semblante serio pero amistoso.
VIKTOR доброе утро (Buenos días). Aquí tienen el equipo solicitado. También los sobornos —(entrega unos documentos a Max)— Las autoridades no deberían molestarlos. Además, hay víveres para varios días. Iván está terminando de cargar el camión. Acompáñenme.
Garaje – Poco después
Entre sombras aceitosas y el olor persistente de aceite quemado, reposa un viejo camión militar, su chasis marcado por años de duro servicio. Iván, de manos ásperas y expresión hosca, carga cajas y mochilas con movimientos bruscos y decididos.
Max observa el vehículo con una ceja arqueada, claramente dudoso.
VIKTOR (golpeando el capó con una sonrisa nostálgica) Lo importante es lo que lleva dentro. La vieja Nikkita siempre regresa a casa.
CALIÓP (con cierta inquietud) ¿Tú no vienes con nosotros?
Viktor, dando la espalda, levanta el muñón de su mano a modo de despedida.
VIKTOR No. Buen viaje... y suerte. La necesitarás, chiquilla.
Carretera – Vista aérea
El camión avanza lentamente por un camino irregular de barro y piedras, abriéndose paso con dificultad entre la inmensa taiga siberiana. Un océano de abetos y montañas cubiertas de niebla engullen el horizonte, implacables y silenciosos.
Punto final del trayecto – Al anochecer
Iván detiene el camión con un frenazo brusco. Sale, fuma un cigarro con indiferencia mientras arroja el equipo desde la parte trasera.
MAX Montaremos el campamento antes de que caiga la noche.
CALIÓP (quejándose) ¿Es muy lejos?
Max avanza, encarándose con la mole de obsidiana.
(voz ronca, desgarrada, llena de burla cruel)—Este es vuestro final. Me tomaré mi tiempo… y lo disfrutaré.
Max no espera. Se quita la gabardina con un rápido movimiento y lanza un golpe directo a la mandíbula pétrea de Kravos.
CRACK.
Un dolor agudo recorre su mano. Kravos apenas se inmuta. Max intenta otro golpe, pero el coloso atrapa su brazo con una facilidad insultante, apretándolo como si fuera de papel.
(con una sonrisa cruel)—Mi turno.
El brazo de Max se retuerce bajo la presión descomunal. En un movimiento brutal, Kravos lo lanza como un muñeco de trapo. Max golpea el suelo con violencia, su espalda impactando contra la orilla helada. La nieve se tiñe de rojo con su sangre.
Caliop ahoga un grito.
Kravos se gira hacia ella.
(con frialdad)—Lira te quiere viva… pero no dijo entera.
Se acerca lentamente. Su presencia es una sombra opresiva.
De repente, un destello blanco.
Dagmar salta con fiereza, colmillos expuestos, apuntando directo al cuello del enemigo.
Pero Kravos es más rápido. Lo captura en el aire y, sin esfuerzo, lo estrella contra el suelo.
El gemido de Dagmar rompe el silencio.
Caliop siente cómo el miedo se convierte en ira pura.
Kravos levanta una roca enorme sobre el cuerpo inmóvil del perro.
Entonces… un sonido.
Un crujido profundo. Un eco de algo primitivo y colosal.
La nieve bajo los pies de Kravos tiembla.
Detrás de él, una roca gigantesca se estremece… y se transforma.
Con un rugido mineral, emerge Grendel.
Tres metros de altura, su piel una amalgama de piedra y musgo ancestral. Sus ojos arden como brasas escondidas bajo capas de roca.
(voz grave, con un eco que resuena en la tierra misma)—No tocarás a este animal.
Antes de que Kravos pueda reaccionar, Grendel lo atrapa con una fuerza devastadora.
Kravos lucha, patea, pero es insignificante.
Un crujido.
Un chasquido final.
Con un movimiento seco, Grendel le arranca la cabeza de un solo tirón y consume su cuerpo rocoso sin esfuerzo.
Hace una pausa, como degustando el sabor.
(con curiosidad, mientras se limpia una mano en su pecho de piedra)—Mmm… picante.
Max, apenas consciente, lo ve con un ojo entreabierto.
Dagmar, adolorido pero vivo, mueve la cola débilmente.
Caliop sigue paralizada. Su mente lucha por procesar lo que acaba de ocurrir.
Entonces, con una determinación repentina, mete la mano en su mochila y saca el vinilo y el pergamino.
(alzando la voz con fuerza)—¡Grendel!
El titán se detiene.
Sus ojos ardientes se clavan en ella. Hay algo antiguo en su mirada, un destello de reconocimiento.
(su voz reverbera como una cueva hundida en la montaña)—Interesante… Hace muuuuucho tiempo que no veía… eso.
El silencio cae sobre la taiga, solo roto por el viento frío y el lento crujido del hielo.
El destino ha cambiado.
Y la historia… apenas comienza.
Grendel, colosal e imponente, se sienta con pesadez en una roca, que cruje bajo su peso como si la propia tierra contuviera la respiración. Sus ojos de brasa parpadean mientras observa el pergamino en manos de Caliop.
GRENDEL (voz profunda y pausada, como el retumbar de una montaña despierta)—Ese pergamino… es antiguo. En tiempos inmemoriales, los trolls lo usábamos para comunicarnos a través de grandes distancias. Los humanos lo portaban entre nosotros… En aquellos días, trolls y humanos… éramos… amigos.
Caliop se inclina hacia él, con una sonrisa pícara y los ojos chispeando de curiosidad.
CALIOP (cruzándose de brazos, impaciente)—Vaya, qué revelador. Pero… ¿puedes traducirlo? Y, ejem… ¿podrías hablar más rápido? Ya sabes, en modo normal.
Hace una pausa y, sin ningún pudor, se sienta a su lado, mirándolo con fingida ternura y poniendo ojos de gatita adorable.
GRENDEL (ladeando la cabeza con diversión, como si viera a una criatura particularmente peculiar)—Siempre tan impacientes… Está bien, pero te pediré algo a cambio.
Caliop resopla, divertida.
CALIOP (alzando una ceja, con tono desafiante)—¿En serio? ¿El trato clásico? Vamos, sorpréndeme.
Grendel entrecierra los ojos con aire intrigante, su voz adquiere un tono más profundo, casi reverencial.
GRENDEL (con gravedad, como quien plantea un enigma milenario)—Dime… ¿qué opinas sobre la teoría de las cuerdas? ¿Y sobre el lugar de la astrología en el destino de los mundos?
Caliop lo observa en silencio. Parpadea. Dos veces. Luego, sin perder la compostura, apoya la mano sobre la pierna rocosa y musgosa del coloso… y con un movimiento brusco, le arranca un trozo de musgo.
CALIOP (con un tono seco, mirándolo fijamente mientras deja caer el musgo al suelo)—Anda a la mierda. Pídeme otra cosa. Algo que no me lleve toda la vida. Yo… no soy inmortal.
El titán la observa con una mezcla de sorpresa y desconcierto. Luego, como un niño pillado en falta, se encoge ligeramente.
Desde detrás, Max, aún tambaleante y magullado, suelta una risa áspera.
MAX (con una sonrisa torcida, limpiándose la sangre de la comisura de los labios)—Jajaja… Me gusta su estilo.
Grendel cruza los brazos, adoptando una expresión de falsa indignación.
GRENDEL (exhalando con resignación)—Está bien. Doble desafío, entonces. Primero… dime tu nombre.
Caliop lo observa de reojo, desconfiada.
CALIOP (con un suspiro resignado)—Caliop.
Grendel asiente lentamente.
GRENDEL (con una sonrisa astuta)—Segundo… baila.
Caliop parpadea.
CALIOP (con tono incrédulo)—¿Qué?
Grendel se encoge de hombros con indiferencia teatral.
GRENDEL (como si fuera lo más lógico del mundo)—Los humanos sois muy cómicos bailando. Me gusta veros hacer cosas absurdas.
Caliop lo fulmina con la mirada, luego echa un vistazo a Max, quien simplemente sonríe, disfrutando la escena.
CALIOP (mirando al cielo como si pidiera paciencia a los dioses)—¡Vale, vale!
Se levanta y, con una desgana absoluta, comienza a hacer un torpe baile improvisado, una combinación caótica entre movimientos de robot, meneos de cadera descoordinados y lo que parece un intento de zapateo fallido.
El coloso estalla en carcajadas profundas y resonantes, como el eco en una cueva.
GRENDEL (riendo con estruendo, sacudiendo la nieve de su hombro)—¡Maravilloso! Ridículo… pero maravilloso.
Extiende su enorme mano hacia ella.
GRENDEL (con una voz que aún lleva rastros de diversión)—Dame el pergamino.
Caliop, resoplando, se lo entrega. Mientras lo despliega entre sus dedos pétreos, sus ojos brillan con un fulgor antiguo, como si en ellos despertara la memoria de un mundo perdido.
La taiga guarda silencio.
Y con él, el destino se vuelve incierto.
Grendel (frunciendo el ceño, su voz grave y rocosa adquiere un matiz más sombrío):—Ya no tengo la vista de antes… tendrás que leerlo tú.
Caliop (desenrollando el pergamino sobre el suelo, su mirada llena de curiosidad y cautela):—Veamos qué secretos guardas...
Se incorpora lentamente, su respiración se hace más profunda mientras recorre con la vista el pergamino. Mira a su alrededor y encuentra un palo largo entre la nieve. Con movimientos precisos, comienza a trazar las runas en la escarcha endurecida, cada símbolo surgiendo como si hubiera estado esperando ser revelado.
A medida que las líneas toman forma, el aire parece volverse más denso. Un escalofrío recorre la taiga, y un murmullo casi imperceptible parece deslizarse entre los árboles. Dagmar gruñe, inquieto. Max, aún recuperándose, entrecierra los ojos y se tensa, como si su instinto le advirtiera de algo.
Grendel (con la mirada fija en las runas, su expresión endureciéndose, su voz volviéndose grave y tensa):—Estas palabras… pertenecen a un hermano troll.
Hace una pausa. Sus ojos, que antes reflejaban la calma de la piedra inmutable, ahora brillan con una intensidad inquietante. Caliop siente que la temperatura desciende un poco más.
Grendel (su voz, un eco mineral, cargado de una advertencia ancestral):—Es un aviso.
El titán baja la cabeza y su mirada ardiente se clava en Caliop. Su próximo susurro parece sacudir el suelo bajo sus pies.
—No escuches a Aman.
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