El sendero es estrecho, apenas un milagro entre la espesura helada. Al final del trayecto, un viejo camión militar ruso yace entre la nieve, su carrocería marcada por cicatrices de óxido y el desgaste del tiempo. En el capó, el nombre "Nikkita" se asoma, desvaído y casi olvidado.
En la cabina, Iván, un hombretón curtido en las sombras de prisiones rusas, descansa con la naturalidad de un hombre que no espera sorpresas. Su cuerpo robusto está cubierto de tatuajes descoloridos, recuerdos de otra vida. En una mano sostiene una cerveza abierta, en la otra, un móvil barato, donde un video le arranca una carcajada ronca.
Pero algo cambia. Un reflejo en el retrovisor capta su atención. Su instinto reacciona antes que su mente. Sin despegarse del asiento, abre la portezuela con calma y deja asomar un AK-47, apoyando el arma en el marco con la comodidad de quien la considera una extensión de su propio brazo.
Su mirada, afilada y cargada de ironía, se posa en la escena ante él.
Caliop, empapada y cubierta de barro, jadea con la ropa pegada al cuerpo, los mechones húmedos pegándose a su rostro. A su lado, Max, maltrecho y con la apariencia de quien ha sobrevivido a una pelea con un tren en movimiento. Y un poco más atrás, Dagmar, sentado plácidamente en la nieve, meneando la cola mientras se rasca una oreja con aire satisfecho.
Iván deja escapar una sonrisa torcida, sin apartar el dedo del gatillo.
IVÁN (en ruso, con un tono burlón):—Ну и что за цирк я тут вижу? (¿Qué clase de circo es este?)
Se ríe entre dientes, con esa burla rasposa que solo otorgan los años.
Sin más, cierra la puerta de golpe. El rugido del motor resuena entre los árboles, tosiendo humo negro en el aire gélido. Nikkita despierta como su dueño: vieja, dura... y lista para lo que venga.
Nikkita rugía como una bestia de guerra, devorando la nieve y el barro de los inhóspitos caminos de la taiga siberiana. La pesada maquinaria del viejo camión militar se sacudía con cada bache, pero sus motores, curtidos por décadas de servicio, no flaqueaban. La niebla espesa envolvía la escena en un manto fantasmal, y la tenue luz del atardecer apenas lograba atravesar el horizonte blanquecino. El viento cortante se filtraba por las grietas del vehículo, silbando como un presagio.
Pero algo estaba mal.
Un crujido metálico.
Luego, el zumbido inconfundible de motores ligeros.
De repente, el eco de disparos rompió el silencio sepulcral. Balas trazadoras surcaron el aire, estrellándose contra la carrocería de Nikkita. El impacto hizo temblar la estructura, dejando marcas de pólvora y metal caliente en su piel oxidada.
—¡Más deprisa, Iván, más deprisa! —gritó Caliop desde el asiento del copiloto, su voz entremezclada con la adrenalina y el estruendo de los disparos.
Iván no necesitó que se lo repitieran. Su gruesa mano aferró con firmeza el volante, sus tatuajes descoloridos estirándose sobre la piel curtida. Con los ojos afilados como cuchillas, analizó la situación a través del parabrisas cubierto de nieve. Un grupo de motoristas de nieve los perseguía, sus siluetas recortándose en la penumbra. Eran rápidos, pero Nikkita era un monstruo.
Con un rugido gutural, Iván golpeó el freno de golpe.
Los neumáticos se clavaron en la nieve, escupiendo una tormenta de hielo a su alrededor. La repentina desaceleración cogió a los atacantes por sorpresa. Uno de los motoristas, demasiado confiado, intentó maniobrar, pero perdió el control. Su moto giró varias veces antes de estrellarse brutalmente contra un árbol, lanzando su cuerpo por el aire. Los otros frenaron en seco para evitar el desastre, creando una breve ventana de oportunidad.
Iván no dudó.
De un salto, bajó de la cabina con la rapidez de un hombre que ha vivido en guerra. La tormenta arremolinada a su alrededor no era nada comparado con el frío de las prisiones rusas de las que había salido. Corrió hacia la parte trasera del camión. Desde dentro, el estrépito de cajas moviéndose y las maldiciones rusas se mezclaban con un sonido más profundo… más grave.
Un rugido.
El oso había despertado.
Sin dudarlo, Iván levantó su AK-47. Su respiración era pausada, controlada, como si cada bala que disparara estuviera calculada con precisión quirúrgica. El sonido de los disparos reventó el aire helado. Uno a uno, los atacantes cayeron. Nikkita seguía en pie. Y él también.
El silencio regresó, pero el peligro aún no se había disipado del todo.
A unos metros de distancia, un sonido débil llamó su atención: un quejido ahogado, mezclado con el rechinar del metal.
Iván giró la cabeza y vio al último de los motoristas, arrastrándose sobre la nieve. Su pierna parecía torcida en un ángulo poco natural, y su aliento se hacía visible en el aire helado. Con un esfuerzo tembloroso, intentaba levantar su moto, pero el dolor lo traicionaba.
Iván avanzó lentamente, con la frialdad de un verdugo que no tiene prisa. Se agachó frente a él, su rifle descansando sobre la rodilla, pero aún con el dedo firme en el gatillo.
La nieve crujió bajo su peso.
El motorista lo miró, sus ojos reflejando una mezcla de temor y desafío.
Iván inclinó la cabeza y habló con una calma inquietante, cada palabra una sentencia en ruso.
—Has disparado a Nikkita…
El viento sopló, ululando entre los árboles.
La taiga esperaba su decisión.
La nieve cae en silencio, amortiguando los sonidos de la batalla que ha cesado momentáneamente. El cuerpo inerte del último motorista yace sobre el hielo, mientras Iván se mantiene en posición, el rifle aún caliente en sus manos. Su respiración se condensa en nubes pesadas.
Pero entonces, un sonido rompe la quietud.
Motores.
Desde la espesura, emergen más sombras. Motos de nieve surcan el terreno como depredadores en caza, seguidas de un jeep negro, su carrocería cubierta de hielo y barro. Las luces frontales iluminan la escena con un brillo espectral. Demasiados.
Iván entrecierra los ojos. Es un hombre curtido en la violencia, pero hasta él sabe reconocer una pelea perdida. Con un resoplido, retrocede hacia el camión, su mente calculando. Nikkita sigue rugiendo con el motor encendido.
Los motoristas se detienen en formación. No disparan.
Desde el jeep, la puerta se abre con calma y desciende una figura elegante y peligrosa.
LIRA.
El cabello rojo le cae en cascada salvaje sobre los hombros, su abrigo largo ondea con el viento. En sus brazos, una gata egipcia, delgada, de piel gris y con una oreja mutilada. Sus ojos, reflejo de su dueña, irradian frialdad y cálculo.
Lira avanza con lentitud. Sus botas apenas crujen en la nieve cuando se detiene frente a sus hombres. Con la precisión de una ejecutora, coloca a su gata sobre la nieve.
—Acaben con ellos.
Las armas se alzan. Los fusiles apuntan a Iván.
Pero antes de que suene un solo disparo, una voz irrumpe desde un costado del camión.
(gritando con el vinilo en alto)—¡Alto! Si disparas, rompo el vinilo.
El tiempo parece congelarse. Las armas se detienen en el aire.
Lira entrecierra los ojos, evaluándola. Su sonrisa es pequeña, casi divertida.
—Niña, eso no es buena idea.(Da un paso adelante, con voz suave pero letal)—No creo que tus compañeros de viaje vean salir mañana el sol.
Un movimiento imperceptible.
Desde la nieve, una sombra blanca surge como un espectro.
Dagmar.
Su pelaje lo ha vuelto invisible en la taiga, pero ahora se mueve con la precisión letal de un depredador. Un destello de colmillos. Un grito ahogado.
La gata de Lira se retuerce en sus fauces.
Dagmar no la mata, pero la sujeta con fuerza, con un par de mordiscos juguetones que dejan claro quién manda. Luego, avanza despacio hasta situarse junto a Caliop e Iván.
(voz firme, sin titubeos)—Hagamos un trato.
Levanta un poco más el vinilo.
—Yo te lo doy… y dejo vivir a tu gata. Tú nos dejas marchar.
Lira la observa. No lo duda.
—Entrégamelo y suéltala. (Pausa, su tono es venenoso)—Y al menos viviréis un día más. Te doy mi palabra.
Caliop asiente y arroja el vinilo.
El disco cae sobre la nieve. Uno de los hombres de Lira lo recoge rápidamente.
Iván no espera.
Salta a la cabina. Sus manos gruesas agarran el volante, su pierna pisa con fuerza el acelerador. Nikkita ruge.
Caliop sube de un salto a la parte trasera.
Dagmar, con un último vistazo desafiante a Lira, suelta a la gata y salta tras Caliop.
El camión militar se sacude y avanza con una potencia brutal, lanzando nieve y barro a su paso.
Lira permanece inmóvil, observando cómo la silueta de Nikkita se pierde en la lejanía de la taiga siberiana.
El trato se ha cerrado.
Pero en sus ojos, reflejados por la luz de los faros, hay algo más.
Esto no ha terminado.
El viejo camión militar se detiene con un último traqueteo metálico frente al garaje de Viktor. El motor de Nikkita exhala un profundo resoplido antes de apagarse definitivamente, como una bestia de guerra exhausta tras la batalla.
En la puerta, con los brazos cruzados y una sonrisa de satisfacción, Viktor observa la escena con la paciencia de un hombre que ha visto demasiado.
VIKTOR(riendo con tono satisfecho)—La vieja Nikkita siempre regresa.
La puerta del camión se abre de golpe. Iván baja de un salto, maldiciendo en ruso entre dientes. Intercambia unas palabras rápidas con Viktor, el tono áspero y gruñón, propio de quien ha pasado el día en un infierno de nieve y balas. Luego, sin despedirse, se encamina hacia el interior de la casa, dejando un rastro de pisadas pesadas en la nieve.
Desde la parte trasera del camión, Caliop salta al suelo. Está cubierta de barro, empapada, con el cabello pegado a la cara y la expresión de alguien que ha tenido un día demasiado largo.
VIKTOR(levantando una ceja, con tono casual)—Iván no está contento. Dice que tuvisteis problemas.
Caliop apenas le dedica una mirada. Se sacude la ropa inútilmente y, con una voz cargada de cansancio y malhumor, sentencia:
CALIOP—Tres palabras: ducha caliente, ahora.
Sin más, se marcha con grandes zancadas hacia el interior de la casa, dejando un rastro de agua y barro a su paso.
Max intenta bajar del camión, pero sus músculos protestan con dolor. Al tocar el suelo, tambalea y casi se desploma. Dagmar, siempre fiel, salta tras él, observándolo con preocupación.
Viktor se le queda mirando un instante, evaluándolo de arriba abajo con una ceja en alto. Luego, sin previo aviso, estalla en carcajadas profundas, llevándose ambas manos al vientre, como si aquello fuera la mejor broma que hubiera visto en años.
VIKTOR(limpiándose una lágrima de risa, aún con la voz entrecortada)—¡Vamos, no tengo todo el día! Te espero dentro, tenemos que hablar. Espero que el equipo esté intacto… porque si no, precio más caro.
Con esa advertencia, se gira y desaparece en el interior de la casa.
Max observa su espalda con resignación y luego mira a Dagmar, que le devuelve la mirada con esa expresión serena e impasible de quien ha visto demasiado.
MAX(suspirando, con una leve sonrisa torcida)—Ya estoy mayor para esto, compañero.
Dagmar mueve la cola levemente, como si entendiera la broma, y juntos se encaminan hacia la calidez de la casa.
INTERIOR – CASA DE VIKTOR, SALÓN PRINCIPAL – HORAS MÁS TARDE
La estancia rústica destila el calor del fuego crepitante en la chimenea. Sofás y sillones de cuero curtido rodean la mesa central, un mueble bar se alza en una esquina con botellas polvorientas de distintas procedencias. A los pies del hogar, Dagmar duerme plácidamente, su cuerpo relajado tras la jornada agitada.
Max y Viktor están sentados uno frente al otro, la conversación fluyendo en murmullos hasta que la puerta se abre.
Caliop entra con paso firme. Su piel aún enrojecida por el agua caliente, el cabello húmedo cayendo en mechones sobre sus hombros. Su energía parece renovada.
Los dos hombres callan al instante y la observan mientras ella se acerca al mueble bar, inspecciona las botellas y toma una junto con un vaso.
VIKTOR(sirviendo una sonrisa de bienvenida)—Sírvete, estás en tu casa.
MAX(con tono irónico, sin apartar la mirada de su vaso)—No la conoces cuando bebe…
Caliop no responde. Se sirve sin prisa, llena el vaso hasta la mitad y da un sorbo largo, disfrutando del ardor en la garganta. Luego, con una expresión resuelta, se deja caer en un sillón, cruzando las piernas.
CALIOP(con tono firme, dejando el vaso sobre la mesa)—Muy bien, caballeros, vamos a tener una conversación. Y en esta ocasión, quiero respuestas. Empecemos desde el principio.
Caliop se inclina un poco hacia Max, clavándole la mirada.
CALIOP—Max… ¿Quién eres en realidad? ¿Dónde encontraste ese vinilo?
Max suspira, se encoge de hombros con aparente indiferencia, pero su postura se tensa ligeramente.
MAX—Mira, creo que tengo algún hueso roto… No estoy para—
VIKTOR(interrumpiendo con una carcajada seca)—No se llama Max. Se llama William. William McKenna. Un maldito escocés testarudo. Exmilitar, exmercenario y exmarido. Lleva años persiguiendo tesoros perdidos como un perro detrás de un hueso. Lo único de lo que nunca se ha desprendido es de ese perro y—
MAX(interrumpiéndolo con una mueca de fastidio)—Vale, Viktor, suficiente. No querrás que hablemos de tu afición al cosplay…
El grandullón ruso, el mismo que no se inmuta con disparos ni tormentas de nieve, se sonroja ligeramente y cierra la boca. Caliop observa el intercambio con una ceja en alto y una sonrisa divertida antes de recuperar la seriedad.
CALIOP—Bien. Vamos avanzando. Entonces, William… ¿Qué demonios es ese vinilo? ¿Por qué un grupo armado lo busca? ¿Y ahora lo tienen en su poder?
Caliop bebe otro trago y se inclina hacia adelante.
CALIOP—Y dime, ¿por qué ese artefacto en la tienda de música se hace llamar Aman y nos dice que busquemos a un troll… solo para que ese troll nos diga que no debemos escucharlo?
La habitación queda en silencio. El fuego chisporrotea en la chimenea, lanzando sombras sobre las paredes de madera.
CALIOP—¿Te das cuenta de lo que ha pasado? ¡Hemos estado con un troll! Un ser… ni siquiera sé cómo definirlo. Con piel de piedra. Y casi te mata.
Caliop respira hondo y se recarga en el respaldo del sillón, su mirada fija en Max.
CALIOP—Y ahora dime… ¿qué pinto yo en todo esto?
Max se pasa la mano por la cara, masajeándose la sien. Su mirada se cruza con la de Viktor, que observa en silencio. Luego, suspira y asiente.
MAX(con resignación)—Vale, vale… Tendrás tus respuestas.
El fuego crepita en la chimenea, arrojando sombras danzantes sobre las paredes de madera. Max, Viktor y Caliop permanecen sentados, cada uno con un vaso en la mano. Dagmar duerme junto al hogar, ajeno a la conversación cargada de intriga.
Max se inclina hacia adelante, sus dedos tamborilean sobre el borde del vaso antes de hablar.
WILLIAM (MAX)—No tengo todas las respuestas… aún. Pero te diré lo que sé.
Caliop, con los brazos cruzados, no parpadea. Está esperando.
WILLIAM (MAX)—Ese vinilo… no es solo un medio para que Aman se comunique. Es una llave.
Caliop frunce el ceño. Max le da un sorbo a su trago y continúa.
Comments (0)
See all