WILLIAM (MAX)—No te preocupes por que caiga en malas manos. El vinilo jamás salió de la tienda de música. Antes de irme, lo dejé allí y lo sustituí por otro. No hay mejor lugar para esconder un disco que una tienda de discos.
Viktor suelta una risa gutural.
VIKTOR—Ja. Pagaría por ver la cara de esos cabrones cuando lo pongan y escuchen a Pink Floyd.
Max le dedica una sonrisa torcida.
WILLIAM (MAX)—No sé quiénes son esas personas que nos atacaron. Pero si nos están siguiendo, significa que vamos por buen camino.
Caliop tamborilea los dedos sobre su vaso, procesando la información.
CALIOP—¿Y qué demonios pinto yo en todo esto?
Max mete la mano en su chaqueta y saca la funda del vinilo. Se la pasa a Caliop.
WILLIAM (MAX)—Esto.
Ella la coge con escepticismo. La funda parece vieja, pero bien cuidada. Sus ojos se detienen en la portada: una constelación impresa en tinta plateada.
Max la deja sobre la mesa y la despliega con calma.
El interior del sobre está lleno de anotaciones a mano. Coordenadas. Líneas de estrellas unidas como un mapa estelar.
Caliop parpadea. Su expresión cambia del cansancio al asombro puro.
Con un movimiento rápido, vacía su vaso de un solo trago y coge la funda con ambas manos, analizándola detenidamente.
WILLIAM (MAX)—Creo que tú sabes qué significan estas marcas. Y qué nos están diciendo.
Caliop se muerde el labio, pero no aparta la mirada del papel.
CALIOP—Me vas a contar de dónde sacaste este disco… y luego me vas a llevar de vuelta a casa.
Levanta la mirada y fija sus ojos en los de Max, con una intensidad que no admite discusión.
CALIOP—Si haces eso, puede que te dé tus respuestas.
La cámara se aleja lentamente, dejando ver la escena desde la penumbra del salón. El fuego de la chimenea proyecta sombras sobre la mesa, donde el destino parece haber sido escrito en estrellas.
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