El sol empieza a esconderse tras los edificios cuando me doy cuenta de que no tengo nada para cenar. La cocina sigue casi tan vacía como el día que llegué. Va siendo hora de hacer una compra en condiciones.
Me pongo una sudadera, unas zapatillas y salgo. El aire está fresco y la tarde tiene esa calma que precede al ambiente nocturno de la ciudad.
Ya en el supermercado, cojo un carrito y lo lleno con lo básico: arroz, verduras frescas, carne, fideos… Cuando llego a la caja, está repleto.
La cajera, una chica con uniforme verde y coleta alta, escanea los productos. Se detiene un momento al notar la venda en mi mano y frunce un poco los labios.
—Oppa, ¿seguro que puedes con todo esto tú solo?
Levanto la vista y le respondo con una sonrisa despreocupada.
—No hay problema, vivo cerca.
—Me alegra saberlo —añade, bajando la mirada, intentando ocultar su expresión.
Risas suaves y conversaciones de fondo llenan el ambiente mientras espero el ticket. Una vez fuera, reajusto el peso en las manos.
—A lo mejor sí que me he pasado un poco... —murmuro, mirando de reojo todo lo que llevo.
Al llegar, por fin, a la puerta de mi piso, meto la llave en la cerradura. Pero algo no encaja: gira con demasiada facilidad.
Me detengo en seco. Recuerdo claramente haberla cerrado.
Apoyo las bolsas en el suelo con cuidado y empujo la puerta lentamente.
La luz del salón está encendida.
Y entonces lo veo.
Un hombre de traje impecable y postura firme está de pie en medio de mi salón.
—¿Cómo has entrado? —pregunto, intentando controlarme.
No se inmuta. Se quita lentamente las gafas de sol, revelando unos ojos fríos y calculadores que me analizan.
—Jin Tae-han-ssi —dice, pronunciando mi nombre con tono condescendiente, mientras guarda las gafas en el bolsillo de su chaqueta.
—Déjate de formalidades, ¿qué haces aquí?
—Vengo a petición de la señora Jin. Está preocupada por usted.
Recojo las bolsas del suelo y cierro la puerta despacio, como si no tuviera ganas de estamparla. Camino hasta la cocina y las dejo sobre la encimera con la poca paciencia que me queda.
—Espero que no le moleste que me haya tomado la libertad de esperarle dentro —añade, con esa suavidad irritante—. Es mejor para todos evitar rumores innecesarios.
—Como puedes ver, estoy perfectamente —digo con sequedad.
Él baja la vista a mi mano vendada y una sombra de ironía cruza fugazmente su rostro.
—Sí, ya veo. Perfectamente.
Respiro hondo, no pienso darle el gusto de verme alterado.
—Ya has hecho tu trabajo. Ahora vete.
Me sostiene la mirada unos segundos, evaluando algo más. Después asiente, despacio.
—Como desee. Informaré a la señora Jin de que está… bien.
Se gira. Camina hacia la puerta sin prisa y la cierra tras él con una calma meticulosa. Como si nunca hubiese estado aquí.
El sonido de la cerradura me golpea más de lo que debería.
El aire parece más denso de repente.
Me llevo la mano al cuello y aprieto, intentando frenar la tensión que me sube por dentro.
—Joder…
Intento calmarme, pero lo sé.
No será la última vez que entren en mi vida.
Y lo peor es que pueden hacerlo cuando quieran.
Porque nunca se han ido.

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