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El Espectro Negro [BL]

VI.II. Rumores del Espectro Negro.

VI.II. Rumores del Espectro Negro.

Aug 08, 2025

El sol caía implacable sobre Arcelia, tiñendo las calles de un dorado polvoriento. El calor del día hacía que el aire pareciera ondular sobre los techos de teja roja, y el aroma a tierra caliente se mezclaba con el de pan recién horneado y fruta madura del mercado.

Las calles estaban llenas de vida. Los comerciantes gritaban sus ofertas, las mujeres se agrupaban en pequeños círculos, charlando mientras sostenían canastas de mimbre repletas de tortillas, chiles y carne envuelta en papel estraza. Niños descalzos correteaban, sus risas rebotando entre las paredes encaladas, mientras en una esquina un viejito afilaba un machete con parsimonia, observando el ir y venir de la gente.

Frente a la cantina, un borracho tempranero tambaleaba en el umbral, murmurando quién sabe qué, con el sombrero torcido y la camisa a medio meter en los pantalones. Desde dentro, se escapaban las notas de un corrido desafinado y el sonido de los vasos chocando contra la madera.

Todo normal.

Giovanni caminaba por la plaza con paso firme, manos en el cinturón, mirada al frente. Haciendo su trabajo.

A su lado, Noé parloteaba sobre algo sin importancia. Giovanni asintió un par de veces por inercia, pero su atención estaba en otra parte.

Porque lo sintió.

Una mirada.

Fuerte.

Fija.

Ese tipo de mirada que te hace girar la cabeza por puro instinto.

Y ahí estaba.

Nil.

Apoyado contra la pared del consultorio, con los brazos destras de la espalda y esa maldita sonrisa en los labios.

Pero no era cualquier sonrisa.

No.

Era su sonrisa de "sé algo que tú no".

Su sonrisa de "te tengo justo donde quiero".

Su sonrisa de "te vas a acordar de esto más tarde, alguacil".

Giovanni sintió una punzada de irritación en la nuca.

Nil no dijo nada. Solo sonrió.

Lento.

Tranquilo.

Pero sus ojos hablaban. Como si esperara algo. Como si supiera que ya lo tenía atrapado en su juego.

Giovanni sintió calor en la nuca.

Apretó la mandíbula y volvió la cabeza con rapidez.

Siguió caminando. Pero algo estaba mal. Su pecho subía y bajaba con más fuerza de lo normal. Su cuerpo reaccionó antes que su mente.

Y lo peor de todo...

Lo peor de todo...

Era que sabía que Nil lo había notado.

Un grito rasgó el bullicio de la plaza.

—¡UN RATERO!

El aire cambió en un instante.

La multitud, que segundos antes estaba sumida en la rutina del día, se apartó de golpe, formando un círculo improvisado alrededor de la escena. Un hombre mayor, con la respiración entrecortada y las manos crispadas, señalaba con furia a un sujeto que ya echaba a correr entre los puestos del mercado.

Giovanni reaccionó antes de pensar.

El ladrón, un hombre delgado con la agilidad de un gato callejero, saltó por encima de una mesa llena de frutas, derribando canastas y dejando un rastro de naranjas rodando por el suelo.

Giovanni ya estaba detrás de él.

Saltó el mismo obstáculo, esquivó por poco a una vendedora que chilló al verlo pasar, y se lanzó por el callejón entre los edificios. Las botas del ratero resonaban contra el empedrado, el sonido seco de la persecución retumbando en el aire caliente.

—¡Detente, cabrón! —gruñó Giovanni.

Pero el hombre no mostró la menor intención de obedecer.

Cegado por la prisa y el miedo, no se dio cuenta de que había entrado en un callejón sin salida.

Al llegar al fondo, se detuvo en seco, giró de golpe… y desenvainó un machete.

El filo brilló apenas bajo el sol antes de que Giovanni se viera obligado a detenerse en seco.

—¡No te acerques, maldito perro! —espetó el hombre, con los ojos encendidos por la adrenalina. Su respiración era agitada, el sudor le empapaba la frente.

Giovanni no se inmutó.

Lo había visto antes. Ese tipo de desesperación, de hombres que saben que no tienen salida.

Pero un animal acorralado es peligroso.

El ratero se lanzó hacia él con el machete en alto, la hoja cortando el aire con fuerza.

Giovanni giró a un lado justo a tiempo, pero el filo rozó su pecho, desgarrando la tela y la piel debajo.

Sintió el ardor inmediato, una línea caliente de dolor justo debajo de la clavícula.

No se detuvo.

No podía darse ese lujo.

El ratero blandió la hoja nuevamente en diagonal, con la intención de cortar nuevamente al alguacil. Con un movimiento rápido, esquivo la hoja del machete, sujeto la muñeca del bandido que sostenía el arma y con el brazo libre, golpeo la cara del hombre con el codo, directamente en la nariz.

El machete cayó al suelo con un golpe metálico.

El ladrón forcejeó, pero Giovanni lo empujó contra la pared, presionándolo con su peso.

—Ya estuvo. —La voz del alguacil sonó baja, amenazante.

El hombre respiraba agitadamente, con los ojos desorbitados. Intentó soltar otro golpe, pero Giovanni se adelantó y lo empujo bruscamente, inmovilizándolo contra la pared de adobe.

—¡Quieto, carajo! —gruñó.

El sonido de pasos apresurados anunció la llegada de Noé, quien llegó con la pistola en mano y una expresión de alerta.

—¡Alguacil!

—Tranquilo. Ya lo tengo.

Solo entonces Giovanni aflojó un poco la presión. La herida en su pecho latía con intensidad, pero se obligó a ignorarla mientras Noé le esposaba las manos al ladrón.

La multitud empezó a acercarse otra vez, con los murmullos subiendo de intensidad.

Giovanni sintió cómo la sangre bajaba lentamente por su pecho, empapando la tela rota de su camisa.

Iba a necesitar atender esa herida. Y por todos los santos... haría lo que fuera para que esa persona no fuera Nil.

Porque si ese maldito boticario le ponía las manos encima otra vez...

No estaba seguro de cómo iba a terminar la noche.

—Maldita sea.

Más tarde. Giovanni apretó la mandíbula mientras pasaba un trapo viejo y tieso sobre su herida, limpiando la sangre seca con movimientos bruscos. La tela áspera raspó su piel, provocando un ardor molesto, pero no pensaba ir a buscar ayuda.

No.

Si iba al consultorio, María lo iba a regañar y el doctor Salvador lo haría quedarse más tiempo del necesario.

Y lo peor de todo...

Si Nil lo veía herido, iba a querer meter las manos.

Así que no.

Se las arreglaría solo.

Apoyado contra la reja de las celdas, vigilaba al ratero que capturó en la tarde. El muy desgraciado estaba echado en el suelo, con los brazos bajo la cabeza, como si estuviera de vacaciones.

—¿Siempre tratas así a tus invitados, alguacil? —preguntó con sorna.

Giovanni le dedicó una mirada seca y continuó limpiándose.

El cielo afuera ya se había teñido de azul profundo. La jefatura estaba más silenciosa que de costumbre, solo iluminada por un par de lámparas de aceite y el parpadeo lejano de las velas en su escritorio.

Y entonces, como si lo hubiera llamado con el pensamiento...

Apareció.

—Qué terco eres, alguacil.

El alguacil se tensó de inmediato.

Nil estaba en la entrada de las celdas, apoyado contra el marco de la puerta con su típica sonrisa socarrona. Llevaba consigo una pequeña maleta de cuero, el tipo de estuche que los boticarios usaban para guardar sus medicinas y remedios.

—¿Qué carajos haces aquí? —gruñó Giovanni.

Nil entró con total calma, cerrando la puerta tras de sí.

—Vengo de parte de María. Dice que no seas necio y dejes que te curen como es debido.

—¡¿María?! ¿Y ella cómo carajos se enteró?

Nil lo miró como si la respuesta fuera obvia.

—Noé.

Giovanni bufó con fastidio.

—No es necesario.

Nil chasqueó la lengua y apoyó la maleta sobre una mesa vieja arrumbada en la esquina, parecía ser un escritorio viejo, que cuando sustituyeron por uno nuevo, no quisieron tirarlo y lo arrumbaron en el primer lugar que vieron.

—Déjame adivinar... —Apuntó con la cabeza al trapo arrugado en su mano—. ¿Te estabas limpiando con eso?

—No tiene nada de malo.

Nil exhaló con fingida paciencia.

—No, claro. Seguro que un trapo sucio lleno de sudor, tierra y solo dios sabe que más, es justo lo que recomendaría un médico de la capital. Deberías patentar el método, Alguacil.

Giovanni lo fulminó con la mirada.

Nil sonrió con satisfacción y empezó a sacar gasas y desinfectante.

—Anda. Quítate la camisa.

Giovanni se quedó quieto.

Ya habían pasado por esto una vez.

Y no había salido bien.

Nil arqueó una ceja, inclinando la cabeza con esa maldita sonrisa.

—¿Qué pasa? ¿Te ayudo?

Giovanni resopló con irritación y empezó a desabrocharse la camisa.

El roce de la tela contra su piel herida lo hizo maldecir por lo bajo, pero se forzó a ignorarlo.

Nil se acercó más. Demasiado más.

Y entonces notó el camafeo, no recordaba haberlo visto la vez anterior.

Pendía del cuello de Giovanni, sujeto por una cadena oscurecida por el tiempo, descansando justo sobre su pecho. El metal, aunque desgastado, conservaba un brillo opaco. Nil entrecerró los ojos, intrigado, y sin pedir permiso, alargó la mano para tocarlo.

—¿Y esto? —murmuró, girando suavemente el medallón entre sus dedos. —No te hacía del tipo que lleva joyas.

Giovanni dio un paso atrás al instante, con los músculos tensos.

—No lo toques —dijo. Fue rápido. Serio. Casi agresivo.

Nil alzó las cejas, la sonrisa en su rostro se ladeó con burla.

—Si temes que quiera robarlo, no te preocupes, no tengo tan mal gusto.

Giovanni frunció el ceño —Es lo último que tengo de mi madre —replicó, con una dureza que lo dejó sin aire por un segundo.

El silencio que siguió fue seco y repentino. La burla en el rostro de Nil se borró al instante, como si alguien hubiera apagado la luz en su interior. Bajó la mirada al camafeo y luego al rostro del alguacil.

Su expresión cambió. Ya no era altiva ni descarada. Era otra cosa. Más contenida. Más... rota.

—Ah —dijo, simplemente, casi un suspiro.— Lo haré a un lado, o se manchará de sangre.

Con cuidado, con una delicadeza que pocas veces mostraba, deslizó los dedos por la cadena y la movió apenas hacia un lado, fuera del camino de la herida. No lo arrancó, no lo examinó más. Solo se aseguró de apartarlo con respeto, como si temiera dañarlo con solo rozarlo.

Después de eso, Nil se quedó un segundo inmóvil. Y aunque no dijo nada más, sus ojos ya no tenían esa chispa de burla que tanto lo caracterizaba.

Solo entonces volvió a lo suyo, abriendo el frasco de desinfectante con manos que ahora parecían más pesadas.

—Esto va a arder —murmuró, tratando de sonar como si nada hubiera pasado.

Los dedos del boticario fueron firmes y calculados, pero no había prisa en sus movimientos. Empapó una gasa en desinfectante y presionó con suavidad sobre la herida.

Giovanni se tensó de inmediato.

No porque doliera.

Si no porque Nil lo tocaba con demasiada calma, con la confianza de alguien que ya conocía su piel.

Y eso era peligroso.

Nil sonrió al notar la rigidez de su cuerpo.

—¿Duele?

Su voz sonó baja. Casi íntima.

Giovanni entrecerró los ojos.

—No.

Pero no sonó muy convincente.

Nil sonrió aún más y continuó limpiando con lentitud, asegurándose de que cada roce de sus dedos fuera deliberado.

—Sabes... —murmuró mientras recorría la herida con los dedos—. En San Bartolo me pidieron que me quedara.

Giovanni no respondió.

Nil inclinó levemente la cabeza, observándolo.

—Pero decidí volver aquí.

Los ojos de Giovanni se movieron con rapidez hacia los de Nil.

El boticario siguió trabajando en su herida como si no hubiera dicho nada importante.

—¿Y eso qué? —gruñó Giovanni.

Nil se encogió de hombros con fingida indiferencia.

—Nada. Solo pensé que te gustaría saberlo.

Su mano, todavía sobre el pecho de Giovanni, presionó un poco más.

Suficiente para que el alguacil sintiera cada centímetro de su tacto.

Giovanni apretó los dientes.

Nil deslizó la palma de su mano sobre el pecho hasta el ombligo del alguacil, apartó la mano lentamente y le dedicó una última mirada antes de darse la vuelta para guardar sus cosas.

—¿Ya terminaste? —espetó Giovanni con brusquedad, echándose la camisa encima como si quisiera borrar lo que acababa de pasar.

Nil sonrió de lado.

—Por ahora.

El alguacil le lanzó una mirada fulminante, pero Nil solo se acomodó la maleta con la misma calma exasperante de siempre.

Antes de salir, le dedicó una última mirada de soslayo.

—Duerme bien, Giovanni. No sueñes conmigo.

Y se fue.

Maldito.

Y maldita también su jodida actitud inapropiada.

Giovanni respiró hondo para calmar su irritación.

Pero entonces...

Desde la celda, el ratero soltó una carcajada baja.

—No es por meter el dedo en la llaga, pero...

Giovanni giró lentamente la cabeza, su mirada cargada de advertencia.

El reo sonrió con sorna, acomodándose contra los barrotes y enredando la punta de su bigote en el dedo índice, de forma pícara.

—Ese cabrón se lo quiere chingar, alguacil.

Silencio.

—¿...Si sabe de qué hablo, no?

Giovanni vio rojo.

Y sin decir nada, le soltó un puntapié a los barrotes.

El impacto retumbó en la jefatura, haciendo que el ratero saltara del susto.

—¡CIERRA LA MALDITA BOCA!

El ladrón alzó las manos en son de paz, pero su sonrisa seguía ahí.

Giovanni se giró con furia y salió de las celdas, murmurando maldiciones entre dientes mientras volvía a su oficina.

Si Nil seguía con ese jueguito, tarde o temprano iba a perder la paciencia.

Y eso era justo lo que más le preocupaba.

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#BL_mexicano #slow_burn #mexican_BL #bl #yaoi #drama #alguacil #mercenario #mexico_1920

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