Los días siguientes transcurren en lo que ya parece casi una rutina.
Por las mañanas, termino de comprar lo que necesito y voy dándole algo de personalidad al piso. Pequeños cambios aquí y allá: unas plantas, un par de alfombras, una lámpara nueva en el salón. Nada especial, pero ya empieza a sentirse mío.
También salgo a explorar la ciudad. Donghae tiene muchos rincones tranquilos, calles que bajan hacia el mar, cafeterías llevadas con cariño. Sitios que invitan a quedarse, a hacer planes.
… si tuviera con quién.
Con el paso de los días, lo voy notando más. No conozco a nadie aquí. Excepto a Seol-hwa, que aparece de vez en cuando en su terraza. A veces intercambiamos algún mensaje —recomendaciones sobre tiendas o lugares donde comer— pero nada más.
Al menos he estado hablando bastante con antiguos amigos de Seúl. Muchos se han enterado de mi regreso y preguntan por Donghae como si hablara desde otro planeta. Las charlas con ellos son agradables, pero al colgar, me dejan una sensación… vacía. Eran amistades muy ligadas a un entorno, a una versión de mí que ya no existe y que no echo de menos.
Bueno… no todas.
Hubo alguien diferente. Alguien que me hizo cuestionarme muchas cosas.
Y justo cuando más intentaba ayudarme, fui yo quien se apartó de él.
Traté de arreglar las cosas antes de irme, pero nunca respondió. Y, aunque a veces me acuerdo de él, no me siento con derecho de volver a intentarlo.
En fin…
Estos días estoy teniendo demasiado tiempo para pensar, entre cafés a medio terminar y paseos sin rumbo. Y cada tarde, el peso de la venda en mi mano se hace más presente. No por el dolor, sino porque me recuerda todo lo que aún no puedo hacer.
La miro y siento una punzada de frustración.
Solo un día más y me quitarán los puntos.
Y entonces podré moverme de verdad. Entrenar como antes.
Echo de menos sudar. Respirar fuerte. Esa claridad que llega cuando el cuerpo se agota.
Supongo que necesito eso. Volver a conectar conmigo mismo.
Y mañana, por fin, podré hacerlo.

Comments (0)
See all