Napoleón despertó flotando en medio de un espacio oscuro, atrapado en remolinos ondulantes que parecían trazos de una pintura abstracta. A su alrededor no existía tierra ni cielo, solo un vacío vibrante. Confuso, murmuró:
—¿Dónde estoy...?
De pronto, frente a él se abrió un inmenso portal etéreo. Del interior emergió una figura imponente: un ser cubierto con una túnica negra de monje, sin rostro visible. En su lugar, portaba una máscara blanca, con una expresión de tristeza perpetua, boca entreabierta y cuencas vacías como abismos. Era similar a las usadas en el teatro, pero impregnada de un aura lúgubre. Sus manos esqueléticas colgaban libres, marcadas por cadenas rotas en ambas muñecas.
La criatura comenzó a acercarse, lenta pero inexorable. Napoleón sintió de inmediato cómo su cuerpo se paralizaba; un frío estremecedor lo recorrió. En su vientre, justo a la altura del ombligo, sintió una fuerza que le succionaba la energía vital, como si se ahogara sin agua.
De pronto, una intensa luz cortó la oscuridad.
—¡Atrás, criatura del bajo astral! —gritó Lancelot, ataviado con su armadura mágica, resplandeciente.
Una esfera de luz brotó de sus manos, impactando al ser y desintegrándolo en fragmentos de sombra. Luego, con un gesto arcano, Lancelot cerró el portal.
Napoleón despertó agitado, empapado en sudor. El aire parecía denso.
—¿Un sueño...? —susurró.
Pero su cuerpo le decía lo contrario. Se sentía agotado. No era una pesadilla común.
—Ginebra —llamó—. Haz una videollamada a Lancelot, por favor.
La inteligencia artificial respondió de inmediato. Un holograma de Lancelot apareció en el aire.
—Hola, amigo. ¿Cómo te sientes? Antes de que me digas algo... ¿recuerdas haber tenido un sueño extraño?
—Sí... —respondió Napoleón, todavía impactado.
—No fue un sueño —interrumpió Lancelot con seriedad—. Te atacó un Old Hag, una criatura del plano astral que se alimenta de la energía vital durante el sueño. Pero ya he sellado ese portal con un hechizo que me enseñó Merlín. En tu vida pasada, también eras atacado... aunque entonces fuiste tú quien logró bloquear la entrada por tu cuenta.
—¿En serio?
—Sí. En esa época yo aún no dominaba bien el viaje astral. Me tomó treinta años después de tu partida comprenderlo... Tú, en cambio, lo aprendiste en solo cinco. Siempre fuiste excepcional.
Napoleón sonrió levemente, sin saber bien cómo reaccionar.
En la isla Turtle, dos jóvenes gemelos hablaban en voz baja, caminando con inquietud.
—Han pasado cinco meses desde que ese tipo se hizo llamar brujo y se adueñó de la isla —dijo el primero—. Secuestró al rey, a la reina y al joven príncipe Little. Ahora todo el pueblo vive con miedo.
—Y no sabemos qué le da tanto poder —añadió el otro—. Pero puedo sentirlo. Esa cosa que lleva en la mano... no es natural.
Ambos hermanos tenían el don de percibir la energía de los seres vivos. Y lo que ese hombre emanaba no era humano.
—¡Espera! —exclamó uno—. Siento algo... ¡Una energía poderosa que se acerca! Pero... no es hostil.
Se asomaron por la ventana. Un vehículo volador descendía desde el cielo.
—¿Un extraterrestre? —murmuró uno de ellos—. ¿O ayuda del Estado?
—No lo sé, pero es más fuerte incluso que el príncipe Little...
A unos kilómetros de allí, en lo alto del castillo usurpado, un hombre robusto y calvo, de barba tipo candado y ojos oscuros, sostenía en su mano un anillo con un diamante púrpura. Era uno de los anillos dispersados por la Bruja Lata.
—Este artefacto... no sé cómo llegó a mí —dijo, admirando su resplandor—. Pero me ha hecho el más poderoso del universo.
De pronto, una vibración en el aire. El hombre sintió una presencia que lo inquietó.
—¿Quién se aproxima...? Nunca había sentido esto. ¿Será un nuevo poder que he adquirido?
Con una sonrisa siniestra, su cuerpo comenzó a emanar energía violeta y flotó hacia el cielo.
En la nave, el anillo de Napoleón comenzó a vibrar intensamente.
—Estamos cerca de otro anillo —dijo la voz etérea del objeto.
La nave descendió suavemente. Los dos gemelos corrieron hacia él, emocionados y preocupados. Vieron a Napoleón salir del vehículo. Su apariencia juvenil los hizo dudar.
—¿Es solo un chico...? —dijo uno—. ¿Nos equivocamos?
Pero entonces, un estallido de energía púrpura iluminó el cielo. El extraño brujo descendía.
—¡Es él! ¡Corre, muchacho, corre! —gritó uno de los gemelos.
Napoleón, al ver la amenaza, alzó la mano y activó su anillo.
—¡Transformación!
Su cuerpo se envolvió en una luz dorada, tan intensa que cegaba. Su armadura apareció, brillante y majestuosa. El brujo aterrizó frente a él con una sonrisa retorcida.
—Al fin... un rival digno —dijo—. Cuando acabe contigo, ese traje será mío.
—Esa cosa que llevas es peligrosa —le advirtió Napoleón, con voz firme—. Te destruirá desde adentro. Te lo ruego... entrégala.
—No sé de qué hablas —respondió el hombre con arrogancia—. Solo llámame Widow.
Y sin más, disparó un rayo violeta contra Napoleón. Los gemelos, horrorizados, corrieron a esconderse.
Así comenzaba el primer enfrentamiento entre la luz y la sombra en la isla Turtle...

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