Cuando la vida solía ser demasiado, Liluh vagaba por la ciudad, visitaba la librería local y se enrollaba en sus suéteres de colores que solían ser tan largos como un vestido y tan amplios como un abrigo y leía por horas frente a la ventana observando a los transeúntes hacer su vida normal.
A veces imaginaba lo que harían después de darles un vistazo ocasional o las cosas que iban pensando de vuelta a casa o a sus trabajos agobiantes.
La ciudad solía tener cuatro turnos y la vida costaba tanto que la mayoría hacia dos o tres y siempre parecían estar muy cansados o activos de un modo que no era para nada natural.
Luego hablaba con la vieja Aandra, mujer encantadora. Tenía las mejores historias que contar sobre los fundadores de la ciudad y le encantaba especialmente el tono de su voz, estaba siempre tan emocionada y alegre.
La gente solía reírse de ella cuando lo mencionaba, chica torpe y crédula. Los dueños de Okal & Gess programaban así a todos sus autómatas. No había nada de especial en la señora Aandra, salvo el nombre y probablemente su número de serie.
Era muy interesante que aunque todo iba tecnificándose con rapidez los libros permanecieran libros, incluso pasar las páginas resultaba fascinante.
Los había de todo tipo y los cuentos infantiles eran de sus favoritos, los dibujos, los colores y esos que venían con chanchullos tecnológicos que hacían explotar estrellas holográficas a su alrededor o reproducir un tipo especial de música directamente detrás de sus oídos eran toda una experiencia, según la persona que los leyera los acompañamientos sensoriales serían diferentes y era toda una delicia descubrir cuáles experimentaría ella.
Aandra le daba un marco de partida, porque podía escucharlos y verlos todos, pero cuando se trataba de los olores y los sabores su experiencia era más bien limitada. Liluh siempre intentaba describir a qué sabían las cosas, Aandra apreciaba el gesto pero más veces que no su expresión era de indulgente incomprensión.
Un trueno la hizo levantar la vista acompañada de un sobresalto, el cielo se iluminó por una secuencia atronadora de rayos y relámpagos y se abrazó a sí misma, hundiendo el rostro aún más contra el libro.
Especialmente en días como ese, leer era reconfortante. Una taza llena de té de filura se colocó a su lado y Liluh sonrió, aspirando el calmante olor floral que desprendía. De sabor agridulce usualmente se preparaba sólo con las flores, pero Aandra decía que el tallo era más nutritivo y al agregarlo siempre que lo bebías hacia al final había un regusto amargo que hacía que la dulzura previa fuera más satisfactoria.
Como los libros, y la pequeña tienda de Okal & Gess que había llegado hasta ese rincón incómodo de un planeta como Obom, donde la vida pasaba cuatro turnos por vez, dulcemente, suavemente, con el estruendo amargo de una tormenta para recordarle a todos que estaban ahí, que Liluh seguía ahí y que por esa tarde podría leer libros infantiles con té caliente hasta quedarse dormida y mientras durase podía ser feliz.

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