Había pasado un tiempo desde el inicio del proyecto. Elizabeth y Chris trabajaron arduamente día y noche, mejorando cada detalle con precisión quirúrgica. Finalmente, el prototipo estaba listo para su presentación oficial.
—¡Excelente! —exclamó Isaac Melac, observando el diseño con ojos
brillantes—.
—Le he implementado armas láser capaces de romper rocas —respondió Elizabeth,
con la confianza de quien conoce su creación—. Puede volar, y la inteligencia
artificial que desarrollamos junto con Chris guiará al piloto con instrucciones
claras y en tiempo real.
—Alguien debe probarla —dijo Isaac, entusiasmado—. En cuanto tengas los resultados, presentaré este modelo a mi jefe. Si lo aprueba, lo fabricaremos en masa.
—Yo misma la probaré —afirmó Elizabeth.
Con decisión, presionó un botón en el panel de mando. La armadura emitió un leve zumbido y se desplegó frente a ella, abriéndose con elegancia para acoplarse a su cuerpo. En cuanto estuvo completamente dentro, una pantalla apareció frente a sus ojos. Una voz cálida y neutral le dio la bienvenida:
—Buenos días. Usted debe ser Elizabeth.
—Así es —respondió ella con una media sonrisa.
—¿Cómo desea que me llame? —preguntó la IA.
—Mmm... te llamaré Einstein.
—De acuerdo. Yo, su asistente, me llamaré Einstein. ¿Qué desea hacer?
—Vamos a volar —dijo con una sonrisa decidida—. Demostremos tu potencial
destruyendo algunas rocas.
—¿Desea que le dé un tutorial de uso? —preguntó la IA.
—¿Bromeas? Yo te inventé junto a Chris. Vamos.
Con un suave rugido metálico, dos alas se desplegaron desde la espalda de la armadura, y propulsores emergieron de los pies. Elizabeth giró la cabeza hacia Isaac.
—Sígame afuera. Vamos a probar esta belleza.
Ambos salieron al área de pruebas: un bosque despejado con enormes rocas dispuestas para el ensayo. Elizabeth alzó el brazo y apuntó hacia una de ellas. Un rayo láser salió disparado desde su palma, pulverizando la roca en cuestión de segundos. Luego, realizó maniobras aéreas con agilidad asombrosa. En una pirueta rápida, divisó una paloma volando cerca. Le lanzó una pequeña esfera que la envolvió en una cápsula de hielo suspendida en el aire.
—Esto inmoviliza objetivos. Útil si un enemigo huye —comentó, aterrizando suavemente.
—Excelente... —dijo Isaac, sonriendo con satisfacción—. Les acabo de transferir el doble del dinero acordado. Si mi jefe lo aprueba, la próxima semana comenzamos la producción en masa.
Ambos revisaron sus cuentas. Dos millones de dólares cada uno. Nada mal para un prototipo.
—¡Vamos a celebrar! —dijo Elizabeth—. Iremos a cenar, y luego quiero comprar algunos regalos para mis padres.
—¡Adelante! —respondió Chris con una sonrisa.
Cenaron juntos en un restaurante elegante. Luego, visitaron algunas tiendas. Elizabeth eligió obsequios con esmero, mientras Chris observaba en silencio.
—Perdona —le dijo ella de pronto—, olvidé que tú...
—No te preocupes —la interrumpió con una sonrisa serena—. No me afecta haber perdido a mis padres. Nunca me amaron. Si estuvieran vivos, jamás me habrían pagado la universidad. La beca que obtuve fue mi verdadera familia.
Pasaron los días. Pero Chris, inquieto, decidió investigar más a fondo. Había algo que no cuadraba.
—¿Quién es realmente el jefe de esta empresa? —se preguntó en voz baja frente a su computadora.
Buscó los registros de Isaac Melac. Nada. El nombre no aparecía en bases de datos oficiales. Revisó los datos que vio aquel día de la reunión. Eran falsos. Toda la información había sido implantada.
—Esto no es una empresa tecnológica —dijo con horror—. Se dedican a maquinaria pesada, nada que ver con armaduras ni IA.
Usó su sistema de escaneo facial y comparó el rostro de Isaac con bases globales. El resultado lo dejó helado. Isaac Melac no era un ingeniero. Era un terrorista del Medio Oriente, buscado internacionalmente.
—¡Elizabeth está en peligro!
No podía llamarla. Sabía que podían estar rastreando sus comunicaciones. Tomó su auto y condujo a toda velocidad hasta la casa de su amiga.
Tocó el timbre frenéticamente. Elizabeth abrió la puerta sorprendida.
—¿Chris? ¿Qué pasa?
Él sacó un trozo de papel aluminio del bolsillo y se lo entregó.
—Envuelve tu celular con esto. ¡Hazlo ya!
—¿Para qué? No entiendo...
—Ese tipo, Isaac... ¡es un terrorista! No podemos seguir trabajando con él.

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