Elizabeth surcaba el cielo envuelta en su traje de combate. El viento golpeaba los costados de la armadura mientras la pantalla interna se iluminaba con datos.

—Einstein —ordenó con voz firme—. Ubica el teléfono de Chris. Debemos encontrarlo antes que esos terroristas.

—Lo intento, pero... no lo localizo —respondió la IA.

Elizabeth frunció el ceño. De pronto, recordó.

—¡Claro! Ambos protegimos nuestros teléfonos contra rastreos externos...

—Un momento —interrumpió Einstein—. Estoy detectando una señal. Su teléfono está encendido, aunque protegido. Aun así, logré rastrearlo. Podemos llegar a él.

Sin perder tiempo, la armadura aceleró su curso.

Mientras tanto, Chris conducía su auto a gran velocidad, tratando de seguir el rastro del traje volador. Sin embargo, la armadura había acelerado de forma inesperada y lo había dejado atrás.

Fue entonces cuando notó algo extraño: una camioneta de lunas polarizadas lo seguía desde hace varias cuadras. Observó por el retrovisor. No importaba qué ruta tomara, el vehículo lo seguía de cerca. Al girar por una calle lateral, otra camioneta apareció de improviso, bloqueándole el paso.

Chris reaccionó rápido, giró el volante bruscamente y tomó una vía alterna, pero no fue suficiente. La segunda camioneta lo embistió con fuerza. No era un vehículo común. Su carro quedó abollado como papel frente al blindaje enemigo.

De inmediato, hombres armados descendieron de las camionetas, rodeándolo con precisión militar. Chris sintió el miedo subir por su columna... pero entonces, un rayo láser cayó desde el cielo y explotó una de las camionetas.

Elizabeth aterrizó con fuerza frente a él, resguardada por la armadura. En su brazo activó una de las últimas tecnologías que había desarrollado junto a Chris: un escudo esférico de contención, diseñado originalmente para rescatar o inmovilizar personas en zonas de desastre.

—¡Chris! —gritó—. ¡No te muevas!

Disparó el dispositivo y en un instante, Chris quedó encerrado dentro de una esfera traslúcida e impenetrable.

—¡Camina hacia mí! —ordenó Elizabeth—. Las balas no podrán atravesar ese escudo.

Chris obedeció. Los terroristas abrieron fuego, pero sus balas rebotaban inútilmente contra la esfera y la armadura. Elizabeth entonces activó el protocolo de emergencia:

—Einstein, modo transporte. Eleva la esfera y sígueme.

El escudo se elevó del suelo como un globo flotante. Elizabeth despegó y ambos se alejaron del peligro.

Mientras tanto, en otro punto del mapa, uno de los terroristas informaba por radio:

—Señor, la chica escapó. Está usando el traje. No sabemos cómo lo logró.

Desde la base oculta, Sahir Al-Malekh estalló de furia:

—¡Inútiles! ¡Vayan a capturar a su familia! ¡Quiero ver si así vuelve a obedecer!

Elizabeth volaba con determinación, llevando consigo a Chris flotando en la esfera protectora. Tras varios minutos, aterrizó en un claro alejado, rodeado de árboles. Desactivó el escudo.

—Debo ir a proteger a mis padres —le dijo con urgencia—. Tú te quedarás aquí. Estos hombres no tienen límites, Chris. Si no obedecía, te matarían... o a mi familia.

—Está bien —dijo Chris con calma—. Si llegas a tiempo, diles la verdad. Fue un error confiar en las personas equivocadas... pero tus intenciones fueron nobles.

Elizabeth asintió. Volvió a encerrarlo en la esfera y despegó a toda velocidad rumbo a la casa de sus padres.

Cuando llegó, aterrizó en el jardín, se quitó el casco y tocó el timbre con manos temblorosas. Su madre, Rose Diamont, abrió la puerta con expresión confundida.

—Hija... ¿qué sucede?

—Mamá, lo siento. Cometí un error. Necesito que tú y papá vengan conmigo ahora mismo.

Su padre, Oskar Diamont, escuchó la conversación y se asomó. Al ver el traje detrás de su hija, exclamó:

—¿Qué es eso? ¿Un robot?

—No hay tiempo para explicaciones. Los llevaré a un lugar seguro.

Elizabeth activó un nuevo escudo, esta vez más grande, que envolvió a sus padres.

—No se asusten. Estarán a salvo.

Ella voló por los cielos guiando la esfera que contenía a sus padres, mientras a lo lejos, varias camionetas se detenían frente a su casa e irrumpían con violencia.

Voló hasta un bosque lejano. Allí, en un claro oculto, presionó un botón en su muñeca. Una compuerta se abrió desde el suelo. Elizabeth descendió junto a sus padres hacia un laboratorio subterráneo secreto.

Era una bóveda inmensa, equipada con tecnología de punta, herramientas y planos por todas partes.

—¿Qué es este lugar? —preguntó su padre, impresionado.

—Mi pequeño taller secreto. Lo construí hace dos semanas. Aquí desarrollaba proyectos para el bien... pensaba que con Chris podríamos crear cosas que ayudarían al mundo.

—¿Pero esa gente...? —preguntó su madre.

—Son terroristas —interrumpió Elizabeth—. Creí que trabajaba para una organización legítima... pero estaban usando mis habilidades para sus propios fines.

—¿Fabricaste más trajes para ellos? —preguntó su padre con tono preocupado.

—No. Este es el único prototipo.

Elizabeth los miró con firmeza.

—Quédense aquí. Este búnker está hecho con materiales indetectables. Estarán seguros. Iré a buscar a Chris. Necesito terminar con esta amenaza.

—¿Cómo lo harás sola? —preguntó su madre.

Ella se colocó el casco y sonrió apenas.

—No estaré sola.

—Salúdalos, Einstein —dijo.

—Hola, padres de Elizabeth. Ustedes deben ser Rose y Oskar Diamont. Mucho gusto. Soy Einstein, una inteligencia artificial diseñada para proteger a su hija. Están a salvo.

Sin más palabras, Elizabeth ascendió por el túnel y despegó hacia el cielo.

Debía terminar lo que comenzó... y proteger lo que amaba.