Lunes 9 de enero: primer día de clases después de las vacaciones de Navidad
—Adiós, mamá. Ten un bonito día —dije, dándole un beso en la frente antes de dirigirme a la puerta y salir.
—Adiós, Leo —respondió ella, devolviendo el gesto.
Mientras yo me ponía el abrigo por el tremendo frío que hacía, mi mamá se preparaba para ir al trabajo.
Ella trabaja como secretaria y, a la vez, como abogada de su jefe, en una empresa de pesca ubicada en el faro. Es una pequeña empresa que vende todo tipo de artículos de pesca: cañas, redes, carnadas para peces...
Trabaja allí desde que tengo memoria, y al parecer nos va bien, ya que gracias a eso pudimos comprar esta casa sin necesidad de alquilar, y sin ningún problema.
Ella decidió hacer el trabajo de dos personas en uno, ya que tenía que mantenerse de alguna manera. Y, aunque la vida en el pueblo no es tan cara como en la ciudad, sigue siendo bastante costosa.
Como el colegio…
Caminando por la acera de camino al colegio, llegué a una intersección por donde normalmente pasan autos por la mañana. Ahí me detuve a esperar a Jonathan, que ya venía en camino.
Giro la cabeza hacia la derecha y veo el mar.
Y es entonces cuando me acuerdo de la carta de la mañana anterior.
Aquella que me dejó intrigado y dándole vueltas en la cabeza todo el día.
Quise hablar con mi madre acerca de eso, pero ¿cómo le explicaba lo que me pasó?
“—Mamá, no me lo vas a creer, ¡me dejaron una carta misteriosa en la ventana con posible propósito de secuestrarme!”
Aunque ahora que lo pienso, era muy fácil decírselo. Pero bueno, qué más da. Supongo que ahora lo normal es que te envíen cartas con tu nombre de forma anónima.
Pero, en cierta parte, siento que lo mejor sería investigar. Porque, ¿quién sabe el propósito de ese “acosador” o “admirador” que ahora me conoce?
—¡Leo! —escucho que alguien grita a lo lejos.
Dirijo la cabeza hacia la voz y veo a Jonathan en su bicicleta.
—¡Hola, Jonathan!
—Perdón por no hablarte ayer. Estaba algo ocupado…
—Ni me digas a mí, no vas a creer lo que me pasó ayer en la mañana… —Estaba a punto de decir lo de la carta, pero algo en mi mente me dijo que aún no era el momento.
—Eeem… mi madre me pidió que la ayudara con unos papeles.
—Mmmh, ya veo. En mi caso fue todo lo contrario. No vas a creer con quién estaba.
—¿Con quién?
—¡Con Mike!
—¿Mike? —Mike es un fantasma, subdelegado del curso, y ha estado saliendo con Jonathan últimamente. Se conocieron hace dos años y desde entonces no se han separado. Se les suele ver hablando y dándose cariñitos. No soy muy fan del contacto físico, pero me gusta verlos juntos. Son muy tiernos.
—¿Y qué hacían?
—Pues… nada interesante —dijo, acercándose un poco con su bicicleta y comenzando a pedalear lentamente para poder seguir hablando conmigo.
—¿Mmmh, seguro?
—Sí… simplemente queremos dar el siguiente paso.
—¡Jonathan! ¡Son muy jóvenes para casarse! —le exclamé sorprendido, frunciendo el rostro.
—No, no, no. No es eso, es que… nos gustaría… —Se acercó un poco y bajó la voz, al punto que se escuchaba más el mar que su voz. Hablaba casi susurrando—. Nos gustaría tener relaciones más ínti…
En cuanto estaba a punto de decir eso, lo detuve y retrocedí unos pasos. Su cara verde se volvió roja en un instante, y ahora parecía un tomate.
—Oh, perdón.
—No, no, no te disculpes.
—Está bien…
Nos quedamos en silencio por un buen rato mientras íbamos de camino a la escuela.
Él solo miraba al frente, con las manos en el manubrio, y yo solo miraba el suelo, vigilando no pisar algo raro.
Nunca pensé que Jonathan llegaría a este punto en su relación.
Aunque bueno… en realidad sí. Solo que no esperaba que fuera tan pronto.
—Jonathan —le dije para captar su atención—. ¿Cómo se siente tener pareja?
—¿Pareja? Pues… se siente muy bien. Tener el afecto y cariño de alguien todo el tiempo.
—¿En serio?
—Sí, aunque muchas veces es más bien convivir y estar juntos en cosas que nos gustan del uno al otro.
—Mmmh, ya veo… —Me quedo pensando un rato y me doy cuenta de algo—. Nunca he tenido un amor…
—¿Eh? —Jonathan se detiene y esta vez me mira a la cara.
—Nunca me he enamorado de alguien, ni he sentido amor hacia una persona.
Jonathan hace otra pausa y esta vez mira hacia el frente.
—Bueno, no sabría qué decirte. Pero nunca es tarde para aprender a amar a alguien.
Bueno, vámonos al colegio, que ya está frente a nosotros.
—Sí, ya entremos.

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