Jonathan y yo entramos a nuestro curso, alborotado como siempre, con un montón de gente gritando y actuando como niños de primaria, a pesar de estar en el último año de secundaria. Unos monos, como Jonathan y yo solemos llamarlos.
Él y yo nos sentamos en nuestros lugares, uno detrás del otro, y nos pusimos a usar nuestros celulares como buenos “adictos a la tecnología”, según los adultos. Ya que, según ellos, es nuestra obligación hacer del mundo un lugar mejor, cuando claramente nunca lo fue ni lo será. Siempre va a haber gente mala en el mundo, sin importar cuánto se eduque, y de esa misma manera,
todos somos de cierta forma malos sin darnos cuenta.
Por lo tanto, no le veo sentido a sus discursos. Si querían hacer del mundo un lugar mejor, ¿por qué no lo hicieron ellos en su juventud?
Me asomo por delante de Jonathan y husmeo un poco para ver qué hacía. Veo que está en Instagram viendo videos, para después salir y ver WhatsApp, y charlar con Mike, ya que están en cursos diferentes, él en el C y nosotros en el B.
—Oye, ¿con quién hablas?
—Nada, solo le decía a Mike que ya llegué, y que lo veré este recreo en la cafetería.
—Mmmh, ya veo. Bueno, creo que será un recreo solitario.
—Oye, si quieres, puedes pasar el recreo con nosotros.
—¿En serio?
—Sí, así no estás solo.
—Oh, bueno, ¡muchas gracias! —Sonreí tras haber aceptado su propuesta. Mis mejillas empezaron a picar y él lo notó, por lo que se le dibujó una sonrisa en la cara también.
Entra el profesor de matemáticas, ya que le toca la primera hora, y por arte de magia el curso se organiza solito. Se posa en el escritorio y luego se sienta. Saca de su mochila su libro y unas hojas, supongo que con las notas del ciclo anterior antes de vacaciones. Y después de eso, se quita sus gafas y nos ve a todos.
—Estudiantes, quisiera su atención.
Al decir eso, todo el curso se volteó a verlo y se mantuvo en silencio para escuchar lo que el profe iba a decir. Lo más probable es que hablara de las notas pésimas y bajas del ciclo anterior, y que no quería ver lo mismo en este.
—Bueno, como ya saben, después de estas vacaciones, recibimos muchas charlas e información nueva que nos proporcionaron los profesores por parte de la dirección, información con respecto al caso de un estudiante de este curso.
El curso se quedó en un silencio profundo y paralizante, porque todos teníamos la curiosidad de saber qué estaba pasando. ¿Alguien hizo una broma? ¿Hicieron una cuenta de confesiones estúpida? ¿Comenzaron a robar cosas del colegio?
Nadie sabía qué estaba pasando y mucho menos a qué estudiante se refería, ya que, por más increíble que parezca, mi curso es el más tranquilo de todos.
El profesor empezó a ver a toda la clase, alumno por alumno, como en busca de algún rastro o patrón para poder identificarlo y acusarlo.
Yo miraba a todas partes, tratando de no hacer contacto visual. Pero sin darme cuenta, el profesor y yo nos miramos, y él se quedó un buen rato observándome de arriba hacia abajo. Y después de un rato infernal de contacto visual, se separó.
—Bueno, alumnos, como ya muchos saben, Leo ha sido siempre un estudiante muy trabajador que ha estado en esta institución desde muy pequeño.
Se me paralizaron los huesos al escuchar eso. Y después continuó:
—Pero, como se imaginarán, siempre fue diferente. Es por eso que durante estas vacaciones se sometió a diversas consultas, y al parecer, padece de autismo.
Giré mi cabeza hacia Jonathan, y su expresión feliz de hace unos segundos se cambió por una seria. Con unos ojos fríos miraba al profesor, y luego se volteó hacia mí.
Nunca he visto provenir de él una cara así. Solía tomarse los problemas con un toque sarcástico y con humor.
Pero por primera vez en años, lo vi serio.
—No quiero que esto sea motivo de burlas o molestias para ustedes, así que por favor, sean amables —dijo, acomodando sus lentes y sentándose en el escritorio.
Después de ello, agarró su libro y empezó a dictar unas preguntas para repasar lo del ciclo pasado.
Mientras lo hacía, yo solo me limité a copiar lo que decía. Bajé mi cabeza lo más que pude, apretando la mano con la que sostenía el lápiz.
Los trazos eran gruesos por la furia que desprendía, pero que guardaba en mi melena.
Podía escuchar murmuros, murmuros que no distinguía entre tantos que eran. Lograba reconocer con suerte las voces, pero no su significado.
Giré discretamente mi cabeza para “ver” el reloj, ya que el tiempo aquí se hacía interminable. Solo habían pasado 17 minutos.
Mientras lo miraba, mis ojos se desviaron para ver el curso. Muchos parecían no darle mucha importancia y seguían en su mundo con las clases.
Pero otro grupo, en la esquina del salón, parecía estar hablando y viéndome fijamente, sin ni siquiera disimularlo.
Algunas risas se escapaban de sus bocas, al igual que murmuros por parte de ellos.
Era el grupo de Sasha, una chica muy problemática e insoportable, que desde que era muy pequeño, me molestaba.
Estreché mi cuerpo, apretando mis dientes y mis dedos.
Esto ya estaba siendo muy incómodo, y no podía parar de pensar en ese maldito profesor, que seguía dando clases amargado como buen frustrado que es.
Ahora me irritaba todo de él: su cara, sus lentes, su bolso de laptop que usaba para todo menos para una laptop, su vestimenta de camisa a rayas y pantalones anchos, su mirada hilarante. Todo me fastidiaba de él.
¡No saben cuánto lo odio!

Comments (0)
See all