Ya habían pasado 2 horas y media desde la primera hora de clases, las 2 peores horas de mi vida en este instituto. Y ya era hora del recreo. Jonathan y yo salimos del curso y nos quedamos esperando a que Mike saliera del suyo. Luego nos reencontramos con él en la puerta y nos dirigimos a la cafetería.
Caminamos por el pasillo de murales y ladrillos que no cambiaban desde los 70, solo con la excepción de algunos carteles de bienvenida y otros de clubes escolares.
Llegamos a la cafetería y nos sentamos en una mesa.
—Oye Mike, me iré a comprar algo de comer, ¿quieres algo?
—Bueno… solo quisiera unas Oreo y nada más.
—Está bien. ¿Y tú, Leo, qué quieres?
—No te preocupes por mí, ya yo tengo merienda.
—Está bien, regreso en un rato —dijo alejándose de la mesa, dejándonos a Mike y a mí solos.
Saqué mi merienda y empecé a comerla. Mike no lleva mucho que comer, ya que al ser un fantasma se da el lujo de no tener hambre, pero aun así le gustan las Oreo bastante, por lo que cada vez que tiene la oportunidad, se come unas.
Levanto la vista y veo que Jonathan aún sigue en la fila. Parece que durará un buen rato ahí…
—¿Cómo te fue en las vacaciones?
—¿A mí?
—Sí —me respondió con una leve burla y bajó su cabeza.
—Pues no hice nada, me la pasé encerrado en casa.
—¿Y tú y Jonathan? ¿No salieron a ninguna parte?
—Bueno, fuimos a la plaza y compramos una que otra cosa, además de comer algo.
—Ya veo, parece que no salieron tanto, igual que yo. No salimos mucho a sitios.
—Ya veo…
Seguí comiendo mi merienda y paré para revisar mi celular. Miraba las notificaciones de mi Tumblr, respondiendo comentarios y viendo quién le dio like. Conforme pasaba el tiempo, la fila de la cafetería se iba extendiendo y parecía volverse interminable. Dejé de ver mi celular y levanté un poco la vista para ver a mi alrededor.
Todo parecía estar en orden: la gente, los ruidos, el sonido del mar y las olas, el sonido del juego de fútbol, el frío normal de enero, el olor a comida recalentándose. Mike estaba en su vida, escuchando música en un iPod que pareció encontrar en su casa («qué cool, sinceramente»). Jonathan ya parecía estar por detrás de dos personas, así que lo más probable es que ya esté por salir.
Pero, a pesar de todo eso, algo andaba mal, y mi corazón latía por ansiedad. No sabía el porqué de ello, simplemente algo andaba mal. Terriblemente mal.
—Hola, Leo —dijo una voz a mi lado. Parecía relajada y, en cierto modo, burlona.
Me giro para ver a la persona y distinguirla. Me paralizo al verla. Era Sasha, que parecía estar acompañada de su grupo de amigos (seguidores).
—¿Hola? —le digo con confusión.
—Oye, hemos escuchado que tenías autismo. ¿Es cierto eso?
—Eeem, sí.
—Oh, lo lamentamos mucho por eso.
—¿Por qué?
—Por tu condición, debe ser horrible tener eso —dijo acercándose un poco y agachándose para ponerse “a mi nivel”.
Esto ya es ridículo. Primero me hacen la vida un infierno, ¿y ahora quieren acercarse a mí como si nada hubiese pasado? ¿Quizás para demostrar qué tan inclusivos son con esto del autismo?
Qué imbéciles son todos ustedes.
Fruncí las cejas y el corazón empezó a latirme fuerte.
—Ok, ¿y ahora qué quieres? ¿Un aplauso? ¿Un abrazo? ¿Quieres que te perdone después de todo lo que me has hecho solo por tu ignorancia?
Su cara de despreocupación se transformó en una de confusión al instante y se le cayó la sonrisa.
—¿Me atormentabas desde primaria y simplemente quieres disculparte? ¿Para qué? ¿Cuáles son tus intenciones reales? ¿Demostrar que eres “autista friendly” en tus redes sociales? ¿Sí o no?
—Leo, eso no es lo importante.
—Mira, Sasha, a mí no me importa tu disculpa, eso no me interesa. Pero sí me gustaría que me dejes en paz de una vez por todas, ¿está bien?
Traté de terminar esa frase sin dejar de gesticular por el tartamudeo de mis labios.
Todo se había detenido. Mike me miraba sin saber qué hacer o decir, con su celular en las manos pero su mirada puesta en mí.
Uno de los amigos de Sasha parecía estar confundido por la situación, como si hubiese presenciado una gran revelación.
Mientras que Sasha, su mirada estaba clavada en mis ojos de una manera tan penetrante que se me hacía difícil mantenerle la mirada. Trataba de verla, pero mis ojos solo se desviaban a otra parte y miraban hacia abajo.
Jonathan ya estaba saliendo de la gran fila con su merienda y las galletas de Mike, y no parecía muy entusiasmado al ver a Sasha y su grupo desde lejos…
—Mira, Leo, no sé quién te crees que eres o a quién pretendes impresionar, pero escucha algo, trastornado: y que te quede esto bien claro, porque te juro que haré de tu último año aquí un infierno, ¿oíste? —Puso sus manos en el cuello de mi camisa. Podía sentir sus uñas de acrílico sujetándome la tela, su respiración densa no paraba de golpearme la cara y no dejaba de temblar.
—¿¡Qué carajo crees que haces!? —Me volteo a ver hacia el otro lado, y era Jonathan. Tenía el rostro fruncido y su mirada puesta en Sasha. Ya estaba a mi lado y me agarró del hombro con firmeza con una mano, y con la otra, retiró la mano de Sasha—. No vengas a meterte con mi León, ¿ok?
—¿Y ahora qué pasa? No le estoy haciendo nada a Leo. Es más, él es el que me empezó a atacar sin razón.
—Sí, Sasha, ya lo sabemos. Siempre queriendo que todo se trate de ti. Ahora, ya vete.
—Sí, mejor me voy. Que no vale la pena seguir hablando con un grupo de inadaptados —se dio la vuelta y se fue caminando, seguida por su grupo, hacia afuera de la cafetería.
Jonathan se sentó al lado en la banca, al lado de Mike, y este lo vio con confusión.
—¿Alguien me podría explicar el contexto? —dijo Mike.

Comments (0)
See all