Ya ha pasado una semana desde que me junté en casa de Nicol. Desde un principio pensé que no nos volveríamos a ver hasta que tocara entregar el trabajo de Sociales. Y así fue los primeros días de la semana, hasta que, de repente, ella empezó a acercarse a mí a hablar, junto con Jonathan.
Se paraba de su lugar para venir a nuestro lado a conversar. Y es, sin exagerar, la versión femenina de Jonathan.
Hablan un montón… y casi de los mismos temas de interés. ¡Les juro por Dios que son hermanos no reconocidos!
—¡Leo, Leo! ¡Despierta!
—¿Qué pasa?... —le digo a Jonathan, desconcertado y con la garganta tan seca como un desierto.
—Ya va a ser hora de Sociales, ¿trajiste tu trabajo?
—Sí, sí, lo tiene Nicol.
En ese instante que dije su nombre, ella apareció como siempre, como si la hubiese invocado con solo decirla.
—¡Hola, Leo!
—Hola, Nicol —le digo sorprendido—. ¿Trajiste el trabajo?
—¿Qué trabajo?
—¡EL DE SOCIALES!
—¿¡Qué?! ¿Era para hoy?
—¡NICOL! —Me alteré como no se imaginan al escuchar palabra por palabra. Dios, esto no puede estar pasando. Rebobino mi mente para asegurarme de que no estaba bromeando. ¿¡Ahora qué haré!? —P-pero ¿qué pensará el profe?
—Leo, no te alarmes, solo estaba jugando. Aquí está.
—¿Por qué hiciste eso? Casi me matas.
—Perdóname, no pensé que te lo tomarías tan en serio.
—Está bien, no te preocupes. Simplemente… no lo vuelvas a hacer.
El profe entró al salón con la misma cara de pocos amigos de hace unas semanas y empezó la clase. Inició dando la lista de los grupos para que se acercaran y le entregaran el trabajo. Algunos lo entregaban tal cual como él indicó, mientras que a otros no parecían importarles mucho sus notas, y no lo entregaban.
Analizaba trabajo por trabajo, viendo cada detalle minucioso de los mapas como una máquina de algoritmos, pero sin darme cuenta, ya era nuestro turno.
Me acerqué a donde estaba Nicol, despreocupada como siempre en su silla. Sacó el trabajo de una funda de supermercado y me lo entregó.
—Bueno, vamos a entregar esto. —me dijo, levantándose para ir conmigo al escritorio del profesor.
—Aquí tiene su trabajo, profe.
El profe lo agarró y lo extendió sobre el escritorio. Al verlo, levantó las cejas y pareció sorprendido por lo que veía.
—Chicos, todo está muy bien. Tienen elementos claves del mapa como la rosa de los vientos, la leyenda y los nombres. Pero, ¿me pueden explicar por qué el mar es rosa?
Al instante de escuchar esa pregunta, me volví MUDO y no deseaba nada más que desaparecer del planeta Tierra, del sistema solar, de la Vía Láctea y del universo en general. “Jaja, adiós mundo cruel”, se repetía en mi mente mientras me encogía de hombros en el lugar donde estaba. Pero, de repente, escucho la voz de Nicol responder.
—Es que queríamos representar un atardecer. Como Australia es una isla, tiene mucha costa. ¿Ha ido a la playa antes, profesor? —¡Literalmente vivimos en una costa!
El profe se volvió a sorprender por la pregunta de Nicol y se quitó sus lentes.
—Bueno, la verdad… hace mucho que no voy a la playa. Y eso que vivimos en la costa. Mi pasatiempo hace muchos años era pescar, pero siento que la escuela me lo ha quitado.
Nicol y yo nos sorprendimos al escuchar las palabras del profe, al verlo abrirse ante nosotros.
—¿Sabe algo? Me dieron ganas de ir a pescar este fin de semana.
—¿¡En serio!? —exclamó Nicol con los ojos iluminados.
—Sí, me gustaría retomar ese viejo pasatiempo.
—Pues me alegra mucho, profesor.
—Gracias a ustedes dos, creo que tendrán un 100 en esta nota.
—¡GRACIAS! —le exclamé al profe. Él solo me miró con una sonrisa, se volvió a poner los lentes, agarró un bolígrafo y colocó un notable 100 en nuestras notas.
—Bueno, ahora siéntense, que hay más trabajos por corregir.
—Está bien, profe. ¡Gracias! —Nunca esperé que una simple cartulina rosa hiciera tan feliz a un profesor… El mundo es tan raro. Pero me gusta a la vez. Giro a ver a Nicol y le sonrío de mejilla a mejilla. Me siento donde estaba, y ella se acomoda a mi lado, infiltrándose hacia donde nos sentamos Jonathan y yo.
—¿Y al final qué pasó? —preguntó Jonathan.
—¡Nos pusieron 100!
—¿¡Un 100!?
—Sí, y adivina por qué. —le digo insinuando que lo adivine, aunque sé que no lo hará.
—¿Por qué?
—Por pintar el mar rosa. —Jonathan pone una cara de confusión y se queda un rato frunciendo el ceño. —Sí, al principio yo también me quedé así, pero Nicol hizo su magia y no solo convenció al profesor, sino que ahora él irá a pescar este fin de semana.
—Wow, ¡eso suena genial! Ojalá tener esa suerte. José se la pasó posponiendo, al punto que fui yo quien lo hizo. Y encima, mi madre maltrató la bendita cartulina trapeando la casa. ¡Y eso no es todo! Se suponía que Fernando la iba a presentar, ya que yo hice todo, pero el desgraciado viene y me dice que hoy no vendrá a clases. Literalmente, yo lo hice y lo presenté solo.
—¿Y por qué no le dices al profesor? —preguntó Nicol, apoyándose en el escritorio de Jonathan.
—Porque si le digo, él habla con su mami, y me meto en problemas con su familia. Y después no puedo ir a la fiesta de febrero.
—¿Y qué tiene eso que ver? —digo, viendo la hora.
—Son ellos quienes la organizan. —soltó Nicol. —Su familia es muy… ¿qué te digo? Insoportable. Pero por lo menos hacen buenos eventos.
—Eso veo…
En ese instante, comienza a sonar la campana del recreo y contemplo cómo todos se levantan y salen corriendo a los pasillos, dejando el curso solo.
Jonathan, Nicol y yo nos paramos y nos dirigimos hacia los pasillos.
—Oye, iré al baño. Regreso en un momento. —les digo a Jonathan y Nicol, a lo que ellos asienten, y nos separamos.
Yo emprendo mi viaje al PSE o Punto Social Escolar, ya que ahí todos vienen a socializar, fumar, contar secretos o simplemente obtener la clave del Wi-Fi, que está escrita en una de las puertas de los inodoros. Pero, en mi caso, como soy especial, iré para orinar.
Una vez allí, hago lo que tengo que hacer. Y cuando termino, me lavo las manos con la inexistente agua del baño, por lo que tengo que buscar uno de los dispensadores de gel antibacterial que están en los pasillos.
Ya fuera del PSE, caminé por el laberinto escolar buscando un dispensador de gel para manos. Caminé por un buen rato hasta que, después de medio siglo, encontré uno.
—Dios, por fin lo encontré. —dije para mí mismo, frotándome las manos con el gel. Se sentía raro, ya que era viejo, muy viejo, al punto que era más sólido que líquido. Me molestaba en las manos. Pero es el precio que tengo que pagar por ir al baño de hombres.
Siento algo a mi alrededor. Algo no está bien. Como si algo fuera a pasar. Algo fatal. Pero solo lo ignoro, ya que… es la escuela, todo es malo de por sí.
Me giro para irme de allí, con ese mismo sabor amargo de que algo va a pasar… y es cuando los veo.
—¿Pero ese no es el trastornado? —dice Sasha, dando un paso a la distancia.
—¿Qué quieres?
—Ay, pero siempre a la defensiva.
—Ni modo, con ese apodo que me acabas de poner es imposible no hacerlo.
—Pero es que es verdad, eso es lo que eres: un trastornado mental. Y encima, daltónico.
—¿Y eso de dónde te lo sacaste?
—Se te nota desde lejos, con ese trabajo feo que hiciste. ¿Quién en su sano juicio pinta el mar de rosa?
—¿Y eso qué te importa, payasa? —le digo tratando de no perder los nervios, aunque en cierta parte quería decirle eso desde hace mucho.
Su rostro, que antes era una sonrisa extraña para intimidarme, se transformó en uno de indignación, si es que así se le puede llamar.
—¿Cómo me dijiste, ridículo?
—Que eres una payasa, y te lo repetiría mil veces más. Eres la única que no para de burlarse de alguien solo por ser diferente. Y sí, puede que para ti todo esto dé risa, pero en verdad no la das. Solo das pena, como siempre lo has hecho.
Da un paso hacia mí y yo doy uno hacia atrás. Trato de contener la respiración como si eso fuera a evitar mi tartamudeo inminente, pero al momento de retroceder, siento algo en mi espalda. O mejor dicho, alguien. Giro la cabeza y contemplo a Chester.
Chester es el novio de Sasha: alto, fuerte, ruso. Es parte de un “club de fotografía” que ellos mismos crearon, y que en secreto usan para saltarse las clases optativas.
Yo solo me limito a verlo, firme, como un soldado británico… pero en el fondo, agonizaba de temor.
Este es mi fin.
—¡Hey, trastorno! —dice apretando los puños. —¿Qué se supone que haces aquí? ¿No deberías estar en un hospital psiquiátrico?
—¿Ahora qué quieres…?
Ninguna palabra sale de su boca, como si se la hubiese comido el gato. Pero en vez de una respuesta, recibo un empujón. Extiende sus manos y empieza a empujarme.
—¿¡Qué te pasa!? —le exclamé. Pero los empujones continuaron, y cada vez más fuertes. Me movía hacia un lado, y él seguía empujándome.
Empecé a lagrimear como el patético que soy, ese que llora por todo. Empecé a sentir que me hervía la sangre cuando de la nada, me sujetó del hombro con fuerza. Y es cuando me doy cuenta de que ya fue suficiente.
—¡Imbécil, te dije que me dejaras en paz! —apreté el puño, di un paso hacia atrás y le azoté un puñetazo en la cara.
Él se desestabiliza, pero no cae al piso.
Mi mano temblaba y, de cierta manera, me dolía un poco por el fuerte golpe que le di.
Pero, en este momento, solo quiero una cosa: regresar con mis amigos y disfrutar el recreo junto a ellos.
Sin que nadie me moleste.

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