El príncipe Little fue el primero en acercarse a Napoleón. Aún algo desorientado, observaba con asombro aquella armadura brillante y extraña, pero lo que más le impactaba era la energía que irradiaba su portador.

—No puedo creer que hayas logrado lo que hiciste —dijo con la voz emocionada—. Cuéntame más de ti… ¿qué haces aquí?

Sus padres, el rey y la reina, se aproximaron lentamente, mientras Napoleón relataba la leyenda de los anillos, quién era en verdad y cuál era la misión que le había sido encomendada.

—¡¿La reencarnación de una leyenda?! —exclamó Little con los ojos muy abiertos—. ¡Increíble! Por lo que veo, no podrás cumplir esta misión solo. Faltan tres anillos más… Yo iré contigo.

El rey lo miró con gravedad.
—Hijo, ¿estás seguro de que deseas ayudar a este joven?

Little se irguió con decisión.
—Padre, tengo poderes como los tuyos. Déjame usarlos para el bien, tal como tú y mi madre me inculcaron.

Los monarcas se miraron en silencio, y con una sonrisa compartida, asintieron al unísono.

—Está bien —respondió el rey—. Puedes ir.

La reina, aún con cierta preocupación, preguntó:
—¿Cómo viajas?

—Tengo un vehículo autónomo que me entregó Lancelot para buscar los anillos —respondió Napoleón—. Él está siguiendo pistas sobre la espada Excalibur. Cree que aún permanece oculta después de tantos siglos, y para hallarla necesita la ayuda de una logia secreta.

Los reyes se quedaron pensativos. La reina, con una mirada serena, concluyó:
—Entonces, Little será tu compañero en esta búsqueda.

La Logia de Merlín

Mientras tanto, Lancelot llegaba a la antigua logia fundada por Merlín más de mil años atrás. Una serie de pistas, ocultas en un libro guardado en su hogar, lo habían conducido hasta allí. Entre las páginas había una frase que resonaba como un enigma: “El origen siempre se mantendrá en casa el resto de la eternidad”.

Los actuales miembros de la logia eran astrólogos, magos y eruditos. Al principio rechazaron a Lancelot, considerándolo solo otro hombre que pretendía ser parte de una leyenda. Pero todo cambió cuando él pronunció la clave secreta y citó la frase del libro perdido, uno que no existía ni siquiera en registros digitales.

—Soy Lancelot —dijo con solemnidad—, y regreso a casa.

De inmediato lo recibieron con respeto. Sabían, por los escritos secretos de Merlín, que Lancelot seguía con vida y que algún día retornaría.

—Busco la espada Excalibur —declaró con firmeza—. He hallado a la reencarnación del rey Arturo, pero también sé que las brujas buscan traer de vuelta a Morgana. Existen rituales capaces de devolver almas al mundo físico, y temo que lo intenten. Necesito también a los guerreros de la Mesa Redonda, pero sus anillos se han perdido.

Los discípulos quedaron petrificados. Uno de ellos, con voz temblorosa, respondió:

—Somos descendientes de aquellos guerreros. Se dice que desaparecieron de la noche a la mañana, pero guardamos escritos sobre ellos y sobre los secretos que Merlín dejó. La espada… está en un bosque de Inglaterra, en forma de piedra. Solo puede liberarse reuniendo cinco anillos.

Se detuvo, pensativo, y agregó:
—Pero si realmente hay descendientes de las brujas de Morgana que buscan revivirla, te aconsejo no liberarla. Esa espada posee poderes que ni siquiera tú has visto en toda tu vida.

El Entrenamiento de Little

En otro lugar, Napoleón y Little partían de la isla Turtle. Durante el vuelo, Napoleón cerró los ojos y se dejó guiar por la vibración de su anillo.

—Ya lo encontré —dijo abriendo los ojos—. El siguiente anillo está en Canadá.

Programó la ruta en el vehículo autónomo, mientras Little lo miraba curioso.

—¿Cómo sabes a dónde ir? —preguntó.

—El anillo me lo muestra —respondió Napoleón—. No es una ubicación exacta, pero sí una guía. Lo entrené durante meses antes de partir. Lo único que debes temer es a las criaturas del bajo astral. Si no las ves, significa que aún no estás preparado… aunque sospecho que la bruja Lata ya sabe que no viajo solo.

Decidió desviar la ruta hacia una isla cercana.
—Antes de llegar, entrenaremos. Quiero ver qué puedes hacer con tu energía.

Ya en tierra firme, Napoleón se cruzó de brazos.
—Bien, muéstrame.

Little sonrió.
—Puedo proyectar mi energía en distintas formas. Elegí flechas, porque mi puntería es perfecta.

El joven encendió su aura, un resplandor verde claro que envolvió sus manos. De inmediato empezó a lanzar flechas de energía contra una roca cercana, partiéndola en pedazos.

Napoleón lo observó con atención.
—Interesante… pero no suficiente para lo que enfrentaremos. Ahora será mi turno de entrenarte, tal como Lancelot me entrenó a mí.

Sombras en el Cosmos

Lejos de allí, en el vasto espacio, una nave surcaba la oscuridad. En su interior, un ser humanoide de complexión robusta, con cabeza similar a la de un zorro y un traje ajustado con una pechera metálica que llevaba un extraño emblema, recorría los pasillos en busca de algo.

—Foxing, ¿ya encontraste el diamante? —preguntó una voz a través de un comunicador.

—Tranquilo, jefe —respondió con arrogancia—. Somos héroes galácticos, pero estoy cansado de enfrentar solo a seres débiles. Quiero un rival digno.

Finalmente halló lo que buscaba: un cristal brillante que parecía contener fuego líquido en su interior.

—Lo tengo. Lo enviaré por la máquina transportadora en un instante.

Tras cumplir su misión, Foxing se dejó caer en un sillón dentro de su nave personal. Abrió su computadora y ordenó:

—Computadora, busca un ser con poder energético elevado, alguien digno de enfrentarme.

La pantalla se iluminó, y la respuesta llegó en un zumbido metálico:
—Objetivo encontrado. Ubicación: Tierra. Nivel de energía: activo.

Foxing sonrió, mostrando sus afilados colmillos.
—Perfecto. Prepárate, extraño… voy hacia ti.