Parpadeó.
En la oscuridad de su mente el sonido de su respiración lo despertó.
Unos trozos de luz tenue interrumpían débilmente la intimidad de aquel espacio protegido por las cortinas automáticas. Tenía los labios resecos.
Su mente estaba en alerta, otra vez se despertaba en la cueva de la fiera. Sentía como al abrir los ojos todos sus sentidos se habían puesto en guardia absoluta.
No iba a mentir; por un breve instante jugueteó con la idea de quedarse allí acostado, esperar a que Jared se despertase a su lado y ver, lisa y llanamente, el mundo arder ante sus ojos.
Sonrió, y una angustia repentina se la borró inmediatamente. Su mente creó rápidamente un escenario imaginario con una posible discusión, la consecuente explicación, el irremediable final de la amistad, e incluso la posibilidad de tener que cambiar la universidad si la familia de Jared se ensañaba con él.
No, no podía. No podía perder todo por “esto”.
Despacio y con cuidado intento mover sus extremidades, se sentían pesadas y varios latigazos de dolor le hicieron ahogar un gemido. Giró la cabeza lentamente para constatar que allí seguía, aunque ya lo sabía. A diferencia de la primera vez, esta vez no estaba nervioso, estaba increíblemente cansado. Volvió la mirada hacía su propio cuerpo, lo observó con preocupación, era un asco. Se incorporó lentamente, le hubiese encantado poder moverse con mayor agilidad pero le era imposible, por suerte Jared estaba sumido en un profundo sueño.
Recordó el anudamiento y quiso patearle la cabeza. Con temor inspeccionó el interior de sus piernas, pero no había sangrado ni nada similar, al menos, algo bueno. Sin embargo era demasiado pronto para festejar, no sabía si tenía alguna herida interna, y era imposible ignorar la advertencia de la doctora. Tomó una bocanada de aire antes de volver a moverse, con horror tuvo que constatar que le dolía prácticamente cada centímetro de su cuerpo, no sabía cómo haría para volver a su casa. Necesitaba algún analgésico fuerte. Intentó ordenar sus pensamientos, ni siquiera sabía cuánto tiempo había pasado desde que había llegado a la casa de Jared. Recordó el celular del alfa, y de la llamada que le había hecho la noche anterior, tenía que resolver eso. Buscó el teléfono con la mirada pero no parecía estar en la habitación. Con un esfuerzo sobrehumano se incorporó, y lentamente fue hasta el living cerrando la puerta del dormitorio tras de si. Con los ojos húmedos por las punzadas de dolor que le daban a cada paso, aprovechó para recoger su ropa e ir vistiéndose sobre la marcha.
Algo llamó su atención; sobre el mueble de la entrada, al lado de un paquete de pastillas, estaba el celular. Con curiosidad miró el blíster y vio que faltaban 4. Reconoció el nombre, era la medicina para las migrañas, ¿cuándo se las había tomado? Saco su celular del interior de su pantalón para mirar la hora. Habían pasado más de 12 horas, lo cuál era poco para el rut de un alfa, sin embargo la droga para las migrañas podía llegar a actuar como un inhibidor en ciertos casos. Se aferró a esa creencia, y su mente lo tentó con la idea de ducharse antes de irse, todavía sentía los diferentes tipos de fluidos secos en su piel y le daba asco pero darse una ducha le llevaría demasiado tiempo, y ahora mismo “ver el mundo arder” se le antojaba una labor extremadamente pesada. Quería salir de allí cuánto antes.
Agarró el celular de Jared, lo desbloqueó y borró el historial de llamadas. Acto seguido apagó el teléfono directamente. Ya vestido, agarró los zapatos, y los llevó en la mano. Sonrió divertido ante sus propias ocurrencias, estaba refinando sus estrategias de prófugo.
Salió del departamento aunque esta vez, parte de su nuevo plan, dejó la puerta entreabierta, y con la cabeza baja salió rumbo a la salida qué daba a las escaleras de emergencia. Apuró el paso lo más que pudo principalmente porque no quería qué nadie lo viese en ese estado. Necesitaba un calmante de forma inmediata. A medio camino de las escaleras, recordó que todavía no se había puesto los zapatos así que los puso. Uso la misma salida que la vez anterior y fue hacía la estación de metro. Iba con el cabeza baja y la chaqueta cerrada, algunas personas lo miraron de reojo, pero no le importaba, seguro parecía un borracho que amanecía en las calles. Mientras cruzaba la estación de metro para salir por el lado opuesto, abrió la aplicación de taxis y pidió uno. Sabía que estaba la parada del otro lado pero aprovechó para usar la app ya que evitaría esperas innecesarias, aparte de que ya podía poner el destino lo cuál le ahorraría interacciones molestas. Cuando salió buscó con la mirada el coche, lo localizó y se apresuró a subir. El chofer realizó todo el trayecto mirándolo por el espejo retrovisor. El hombre de unos 60 años le preguntó en dos ocasiones si se encontraba bien o si necesitaba llevarlo a un hospital. ¿Tan mal se veía? Intento responderle pero apenas podía. Le pagó y el hombre se despidió con evidente preocupación.
Llegó a su casa, abrió la puerta rápidamente y al cerrar la puerta se dejó caer en el piso aliviado, sentía que no podía mover más las piernas. Se quedó allí tirado un buen rato, su intención era tomar un leve respiro, aunque cuando abrió los ojos ya estaba oscuro. Sacó el teléfono y lo arrojó lejos para no mirarlo. Se giró para mirar el reloj del pequeño comedor, había dormido unas cinco horas. Estaba tiritando de frio. Se incorporó como pudo y no pudo evitar reírse por lo bajo, le había salido caro el tratamiento para el dolor en los genitales, ya que era la única zona que realmente no le dolía.
Arrastrando los pies fue hasta el baño, se quito la ropa como pudo y se metió debajo de la ducha caliente. Sin saber porque empezó a llorar como un niño pequeño; de repente se sentía tan vacío.
Se prometió a sí mismo que era la última vez que acudiría al rut de Jared. Se sentía como una mierda, ahora qua la euforia y el placer habían quedado atrás, y eran solo parte de un recuerdo. Tenía la piel cubierta de chupones, de marcas, su cuerpo entero pegajoso por los líquidos seminales, el cabello sucio por el sudor y con un dolor que le dificultaba moverse. Todo aquello era un precio muy alto a pagar por una noche de sexo. Se enjuagó las lágrimas, buscó el jabón a tientas y se lo pasó por todo el cuerpo hasta que se vio cubierto en la reconfortante espuma con aroma a melocotón. Se enjuagó, y con un poco más de fuerzas salió de la ducha. Estaba muerto de frio. Se envolvió en el toallón y fue a buscar un pijama calentito. No podía andar mucho rato, así que volvió a sentarse, descansó un rato antes de ir al botiquín a buscar algo para los dolores. Horrorizado constató que no tenía nada. Pensó que lo mejor sería dormir y olvidar el dolor, sin embargo sabía que no podría hacerlo. Fue a recoger el teléfono de dónde lo había arrojado antes, le quedaba poca batería. Con temor miró la pantalla, no vio nada alarmante, lo desbloqueó y vio que por suerte no tenia ningún mensaje de Jared. Su silencio era algo positivo.
Un nombre sin embargo captó su atención.
Lenny le había escrito para saber sí todo había ido bien. Antes de pudiese pensarlo, apretó el botón para llamar.
Lenny atendió inmediatamente. Agradeció que no le hiciera ningún saludo extraño, es como si hubiese estado esperando su llamada.
—Lenny, sé qué…—comenzó Leo, intentado disculparse de antemano
—Dime qué necesitas, tu dirección ya la tengo.
—Algo para el dolor corporal, algo fuerte.
—Ok, ¿te llevo algo de comida?
—Por favor.
—De acuerdo, ahora nos vemos.
Lenny ya había colgado, Leo suspiró aliviado, y sin darse cuenta se quedó dormido. Lo despertó el timbre, por unos segundos abrió los ojos asustado pero recordó que tenía que ser Lenny. Se incorporó con un quejido y fue hasta la puerta para abrirle. Lenny lo escaneó como solía hacerlo, esta vez parece que quería ver si estaba entero.
—Vete a la cama.
Sintió la mirada fija de Lenny en su espalda.
—Deja el orgullo ¿necesitas ayuda?
Leo negó furiosamente con la cabeza mientras retomaba el paso aunque más despacio. Cuando llegó a la habitación se metió en la cama sintiéndose un poco culpable. Era llamarlo a él o llamar a su mamá y no podía enfrentarse a un cuestionario intensivo de su madre en ese momento.
Volvió a dormitar y abrió los ojos cuando sintió una caricia en el cabello. Abrió los ojos y se encontró con la mirada preocupada de Lenny. Era un chico que expresaba poco, muy poco pero en ese preciso momento, se lo notaba preocupado. Le había traído un poco de sopa, le dio unas cucharadas y luego lo ayudó a tomar el analgésico.
—Es fuerte, te va a quitar el dolor pero también te va a dar mucho sueño.—Leo asintió—¿Te puedo revisar?
Leo lo miró confundido.
—No voy a hacer preguntas, pero pasar el rut con un alfa siendo alfa o beta puede ser extremadamente peligroso. ¿Te puedo revisar? Voy a tener qué tocar algunas zonas de tu cuerpo pero no tus genitales, ¿está bien?
Leo asintió.
Lenny le sonrió dulcemente y Leo se sintió por un momento protegido. El joven le fue aplicando presión en toda la parte central del torso, la parte alta del estómago, el costado del abdomen, en el centro y en la baja zona del abdomen, que todavía estaba muy sensible. Suspiró aliviado.
—Igual no soy médico así que si no te encuentras mejor mañana, es mejor que vayas a urgencias.
—¿Cómo sabes tanto?
—Es una historia muy larga, un día con mucho alcohol de por medio, te cuento.
Leo lo miró un poco divertido y asustado al mismo tiempo.
—Todo eso ya es parte del pasado—Lenny miró su reloj— Me voy a ir pero antes te voy a dar un antifebril, estás ardiendo. No te preocupes, posiblemente sea por lo mismo.
Leo lo miró sorprendido
—¿No quieres ser mi nuevo especialista?
Lenny se rió por lo bajo, por un segundo su mirada parecía cargada de tristeza.
—Me fascina la medicina aunque no podría practicarla. —Lenny desvió la mirada hacía el armario—Por cierto, ¿qué hago con la ropa qué dejaste tirada en el baño?¿La quemo?
Leo comenzó reírse, aunque se arrepintió al segundo al sentir los pinchazos de dolor en su abdomen.
Leo lo miró extrañado y sin pensarlo le dijo
—Si, tírala por favor. —Quería borrar la noche de su mente aunque le iba a resultar bastante difícil.
Leo tuvo que reconocer que el analgésico que le había dado Lenny era mágico, eso sí lo había hecho dormir por unas 18 horas, y había valido la pena cada una de las horas que había dormido. Se había despertado renovado. El dolor había desaparecido casi que en su mayoría lo cual, al contarle a Lenny, este le dijo que era una buena señal. Volvió a recordarle que tenía que buscar un especialista sí o sí.
Lo único que persistía era el dolor de cabeza y cuando se midió la fiebre, notó que no se había ido del todo. Buscó su celular y vio que estaba enchufado, supuso qué Lenny lo había puesto a cargar el día anterior. Encendió el teléfono para chequear los grupos de estudio; tendría que haber ido a la universidad ese día pero debido al malestar que había tenido no había podido asistir. Cuando encendió el aparato vio varios mensajes en uno de los grupos de estudio. Pensó que algo había sucedido, lo abrió un poco preocupado y para su grata sorpresa Lenny había hablado con dos de sus compañeros de estudio para qué le enviasen el material de los dos primeros días. Luego vio los mensajes del joven en privado dónde le recomendaba quedarse un día más así cómo asearse particularmente bien, podría tener feromonas del alfa que podrían dejarlo al descubierto fácilmente. Leo se dio cuenta de que ni siquiera había pensado en ello, principalmente porque había quedado en un estado deplorable. Recordó que la última vez había utilizado un neutralizante. Realizó una breve búsqueda para informarse de que era lo mejor en su caso ya que había pasado por el anudamiento.
Los resultados lo horrorizaron, las feromonas del anudamiento podían resistir hasta 4 días en la piel del receptor. No estaba dispuesto a faltar cuatros días. Tal cómo recomendaban se fue a una farmacia para asesorarse, y terminó llevándose un kit de un jabón neutralizante, un spray neutralizante y un perfume como tercer paso ya qué las feromonas eran de un alfa ultra dominante.
El neutralizante estaba bien pero el perfume le resultó asqueroso, aunque era eso o los conocidos cigarrillos que enmascaraban las feromonas pero nunca había agarrado el vicio de fumar así que debería soportar el perfume.
-cont parte dos-

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