—Sr. Candem, está embarazado. Deberíamos realizar una ecografía para verificar que el feto se encuentre bien. ¿Lleva registro de sus ciclos Sr. Candem?
Leo se movió inquieto en la silla del consultorio.
—Disculpe, ¿está seguro de que esos son mis resultados? Creo que hay una confusión, vine porque todavía está pendiente la definición de mi subgénero.
El doctor de unos 40 años de edad, se acomodó el cabello con expresión interrogante.
—Bueno viendo los niveles de hormonas en su análisis de sangre que indican un embarazo, y teniendo en consideración que usted es un hombre, es fácilmente deducible que el subgénero es omega.
Leo le devolvió la mirada con evidente antipatía. ¿De verdad le estaba hablando con un tono condescendiente? ¿un profesional de la salud de un hospital tan grande?
Leo se estaba poniendo nervioso, el doctor lo miraba esperando algún tipo de reacción.
Respiró hondamente antes de hablar.
—O sea que en el último tiempo se formó un útero....de la nada y empecé a tener ciclos fantasma.
El doctor lo miró con soslayo y una carcajada resonó en el consultorio. Por la expresión del médico, este había pensado que el comentario de Leo era una broma. Al notar la mirada amenazante de Leo, carraspeó de forma nerviosa, y tuvo la decencia de sonrojarse levemente.
—Disculpe, no sabía que estaba hablando en serio. —apartó levemente la mirada— No, por supuesto que no. Eso es imposible. El caso más tardío registrado hasta el momento pertenece a un joven beta que tuvo un cambio de subgénero a los 15 años, despertando como omega recesivo. Un caso que aparece en los textos de estudio.
Leo sintió una desagradable sensación en todo su cuerpo. Sin responder buscó su celular, tipeó unas pocas palabras hasta localizar el archivo que buscaba. Era una imagen. Giró el celular para mostrárselo al médico.
Al hablar, su voz sonó rocosa
—Entonces, ¿soy un milagro para la ciencia, doctor?
El doctor miró la imagen que el joven le mostraba en el celular, y que provenía de una resonancia.
—Este estudio me lo hicieron hace un año.
El doctor inspeccionó la imagen de cerca. Le preguntó:
—¿Usted cuánto mide?
—1,82 —respondió Leo un tanto sorprendido.
El doctor se alejó del celular con el ceño fruncido
—Ese estudio no es suyo. La imagen pertenece a un varón joven pero se nota en el largo de los huesos y las caderas que no es suyo. Hay mucha diferencia de altura.
Leo tenía que admitir que no estaba preparado para recibir esa respuesta. Con un tono frio, agregó:
—Esa imagen es de un estudio que me hicieron en este mismo hospital cuando estaba la antigua especialista endocrina, la doctora Gharam.
El doctor que se notaba le gustaba presumir de lo bien que le quedaba el delicado bronceado de su piel perdió todo el color en el rostro al escuchar dichas palabras.
Leo que no iba a desperdiciar la oportunidad, agregó rápidamente:
—Sin contar el tratamiento experimental del cual formé parte con el fin de definir mi subgénero, para ahora enterarme de que nunca hizo falta y de que encima, estoy embarazado.
El doctor asintió con actitud solemne y tipeó un texto muy largo en la computadora.
—He dejado todo asentado en el informe médico. Sepa entender que no me puedo responsabilizar por las acciones de otro profesional de la salud. Alguien de la administración se pondrá en contacto con usted para que se pueda esclarecer su caso, y se pueda indagar sobre lo que realmente pasó.
Se incorporó, y mientras le daba indicaciones de dónde sacar el turno para la ecografía y le explicaba algo de la cartilla maternal, lo acompañó hasta la puerta y se despidió de él con sorprendente rapidez.
Leo iba a decir algo pero el médico llamó al siguiente paciente, y al moreno no le quedó otra opción que alejarse de la puerta. Caminó por el pasillo con la mente en blanco, ni siquiera le había entendido lo de hacer la ecografía, no recordaba casi nada. En algún momento llegó a la puerta principal, y miró a los alrededores sintiéndose perdido. Sacó el celular, solo había logrado grabar la última parte de la conversación pero no le servía como prueba de nada, tan solo para asegurarse de que el médico debería dejar por sentado en su historial clínico el diagnóstico inexistente y el error de la médica. Sabía que tenía copia de todos los archivos porque se había tomado el trabajo de sacarle capturas de pantallas al comprobar, frustrado, que la app no le permitía descargarlos.
Debería hacer algo pero no podía deshacerse de la sensación de agotamiento y al mismo tiempo de agobio que sentía.
Caminó despacio rumbo hacia una cafetería, debería comprarse algo con azúcar, o en cualquier momento se caería al piso. En ese instante sintió una mano en su brazo. Se giró interrogante, una joven con el uniforme de enfermera del hospital, lo miró evidentemente apenada.
—Lo siento mucho, esto es todo lo que podemos hacer por usted ahora mismo. —le sonrió—espero sepa entender. Y no vuelva a este lugar, es lo mejor.
Leo le sonrió y apretó fuerte lo que le había dado en la mano. La joven se marchó rápidamente. Leo siguió caminando, en la esquina se metió en la cafetería a pedirse un jugo de manzana. Mientras esperaba abrió la mano. Era la tarjeta de un abogado, al revés de la misma se encontraba escrito a mano, el nombre del caso, y el número de resolución. O sea, que él no era el único. Aunque aquello tampoco le resultaba de mucho consuelo, estaba tan desolado en aquel momento que ni siquiera se sentía con las fuerzas suficientes para empezar una batalla legal.
Le entregaron la bebida y salió rumbo a la calle de nuevo, al salir una ráfaga de viento helado le golpeó el rostro. Le ardían los ojos. El sonido del celular lo arrancó nuevamente de la nada donde se había sumergido por un momento. Miró la pantalla y el nombre que salía lo hizo gritar como un loco en medio de la calle.
—¿ Y AHORA ME LLAMAS? TE ODIO!!
Naturalmente no atendió, sino que bloqueó el número de teléfono. Y si pudiese, bloquearía su recuerdo de su mente.
Necesitaba pensar.
Miró el celular, dejo escapar un quejido, abrió la lista de contactos, y le dio a "llamar" cuando encontró el nombre.
El recipiente no se hizo esperar y su voz sonó reconfortantemente clara.
—Soy yo — dijo Leo —¿nos podemos ver en casa? Llego en diez minutos.
El receptor le respondió de forma afirmativa para luego colgar.
El trayecto se le hizo larguísimo sin embargo había decidido no pensar en nada de lo que había pasado para evitar un posible quiebre. Se bajó del autobús, caminó 5 minutos hasta el complejo de los imponentes edificios nuevos. Llegó, y subió hasta el departamento. Tocó el timbre, una mujer de unos 50 años de edad, con cabellos negros y ojos azules abrió la puerta. Leila, su madre, estaba radiante como siempre. Lo saludó brevemente y se dirigió a la cocina a esperarlo mientras su hijo se preparaba para entrar.
Mientras se dirigía a la cocina le decía:
—Me sorprendiste, dijiste de venir la semana que viene a comer...espera que te hago algo calentito de tomar, está un poco fresco...
Leo dejó la chaqueta y los zapatos en la entrada antes de dirigirse a la cocina, hizo una breve pausa en el pasillo, tomó aire, el aroma familiar era reconfortante. Y de repente se sintió pequeño, como un niño de nuevo. Jared tenía razón en algo, tenía tantos premios qué posiblemente le hubiesen dado para empapelar una habitación. El primero colgaba orgulloso cerca del recibidor con una foto que le habían tomado en ese momento en el pueblo a la edad de seis años. En la foto estaba con sus padres. Ellos siempre celebraban cada premio como si fuese el primero que recibía, y nunca entendía como podían emocionarse tanto por algo que ya no era novedad, pero muy dentro suyo, lejos de toda lógica, aquel festejo y aquella emoción siempre lo llenaban de una sensación cálida durante días.
Caminó hacia la cocina, entró despacio. Su madre estaba preparando algunos dulces. Sobre la mesa de madera había una taza de café negro humeante, esperándolo. Se acercó, miró la taza, y luego a su madre. Su tono de voz sonó indiferente.
—¿Es buena la cafeína para el bebé? Estoy esperando uno.
Había pocas cosas que podían sorprender a su madre, y esta había sido una de ellas, lo podía observar en la pupilas de sus ojos cuándo se giró hacia él. La observó en silencio y se dejó caer en la silla.
Leila le quito la taza, tiró el café y le trajo un vaso de agua. Respiró hondo y se sentó enfrente de su hijo.
Leo era escueto con las explicaciones y poco comunicativo. A excepción de esta ocasión, donde sintió la necesidad de ser lo más detallado posible. Al final de su relato, el cual terminó con la visita al médico, y la enfermera alcanzándole la tarjeta. Lo único que había omitido había sido lo del desdoblamiento, ya que era una suposición y no estaba confirmado.
Le entregó la tarjeta con el pulso tembloroso.
-cont parte 2-

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