La madre agarró la tarjeta y leyó el nombre del abogado en voz alta y frunció el ceño.
—Leo, creo que este es el abogado famoso que se hizo viral hace años por un caso de fraude con respecto a un tratamiento de células madres— sacó el teléfono y buscó el nombre del caso.— ¡Sí, es él! Este tipo es una bestia. Su campo es la mala praxis.
Siguió tipeando en el teléfono e inmediatamente una sonrisa triunfante apareció en su rostro..
—Leo, en la causa que figura en la tarjeta llevan 15 casos reportados, de los cuales tres formaron parte del tratamiento experimental. Hablan de compensaciones millonarias.—apartó la vista del teléfono antes de continuar— Deberías llamarlo hoy mismo, creo que en tu caso, el resarcimiento económico será elevado.
Leo la miró y se dejó caer en la mesa.
—Mamá, ¿entiendes que no se trata del dinero? Soy omega. ¿Puedes entender que mi subgénero sea omega?
Su tono de voz denotaba la pesadumbre.
—Posiblemente, dominante.—agregó su madre, suavizando tu tono de voz.
Leo cerró los ojos por un momento. Su madre era omega dominante, incluso ahora hasta le parecía casi que lógico haber heredado su subgénero. Aunque su padre era alfa, así que podría haber sido cualquiera de los dos.
Por primera vez en muchos años, la mirada de Leo era triste y oscura y sus profundos ojos azules se llenaban de lágrimas.
—Mamá, no es lo que tenía planeado para mi. Nada de lo que había planeado para mi futuro funciona. ¿Qué voy a hacer? Estoy en Leyes, ya me puedo olvidar de aspirar a una posición como juez en la corte judicial. Llevo juntando méritos desde pequeño. En los últimos años sume tantas actividades extracurriculares... ¿para qué? No me sirven de nada.
Se cubrió el rostro con las manos, su mundo había desaparecido de un momento para el otro.
Leila lo observó en silencio, no podía juzgarlo. Ella había sabido su naturaleza desde los 15 años y en base a eso había orientado sus posibilidades. No podía intentar pasarle sus creencias porque solo habían funcionado con ella. Tenía que ser justa con su hijo, incluso si las opciones que le podía dar no iban en la línea de lo que ella profesaba.
—Leo—respiró hondo—estás registrado como beta sino no te hubiesen admitido en la facultad de leyes así sin más. A lo que voy es, si renuncias a la denuncia y a la compensación, dudo que alguien modifique tu registro. Puedes seguir viviendo cómo beta, hay medicamentos que te lo permitirían. Eso sí, el coste para la salud es altísimo, pero la posibilidad existe.
Leo le sonrió, sabía que iba en contra de todos los principios en los cuales creía su madre y sobre los cuales lo había criado.
—Ma, gracias. Pero no soy así, no podría y odiaría mentir sobre quién soy.
Su madre le sonrió, y cuando volvió a hablarle su voz sonó calma y llena de dulzura mientras le secaba las mejillas.
—Estás becado en una de las universidades más prestigiosas a nivel mundial. Tienes la capacidad para terminar la carrera antes de tiempo. También puedes pedir un intercambio y cursar un semestre o dos en el extranjero, te ayudaría a poner distancia y acostumbrarte a tu nueva realidad.
Leo asintió, un poco más tranquilo. No había pensado en tal opción, pero una sonrisa amarga se dibujó un rostro al murmurar:
—¿Para qué? Al final, ¿de qué sirve lo que estoy haciendo? ¿Cómo voy a seguir con un bebé?
Su madre lo miró sin poder disimular la sorpresa de su rostro.
—¿Vas a tenerlo?
Nunca se había imaginado a su propio hijo siendo padre aunque la situación había cambiado radicalmente.
Leo no dijo nada, tan solo bajó la mirada, sonrojado.
—¿Vas a tenerlo porque es de Jared?
La voz se suavizó y sus ojos se pusieron brillosos. El amor unilateral venia cargado de dolor, sin embargo, un hijo en el caso de Leo, y dada toda la situación parecía un milagro. Pese a todo, no podía evitar sentirse triste. Había tanto amor en los ojos de Leo que le dolía en el corazón lo que sufriría llevando adelante un embarazo sin su alfa.
Se incorporó y fue a abrazarlo, no pudo evitar que unas pocas lágrimas se escapasen al escuchar la voz quebrada de su hijo:
—¿Cómo voy a abortarlo, mamá?—preguntó entre sollozos apenas audibles.
La voz de su madre le trajo un comentario desagradable
—¿Sabes que tiene derecho a saberlo, ¿no? El bebé no es solo tuyo.
El cambio de humor en Leo fue palpable, se zafó del abrazo de su madre y se incorporó rápidamente.
—¡¿Cómo se lo voy a decir?! ¡Ni siquiera se acuerda de que pasamos el rut juntos...y tampoco quiere hijos!
Estaba enojado, triste, decepcionado, y lastimado. El sollozo ya se había convertido en un llanto quebrado.
—¿Se lo vas a ocultar?
Leo le clavó la mirada, y sus ojos emitieron un extraño brillo.
—No, simplemente voy a dejar de hablarle.
Leila abrió la boca para decir algo, aunque prefirió callarse. No quería darle falsas ilusiones, sin embargo, los alfa ultra dominantes eran muy obsesivos con los pocos vínculos que formaban a lo largo de su vida. Estaba convencida de que pese a querer creer lo contrario, Jared no estaba enamorado de su hijo, sin embargo, este había llegado a ser una persona de gran importancia en su vida, y no aceptaría el hecho de que desapareciese de un día para el otro.
Aunque todo eso no era importante ahora mismo, había aspectos más relevantes a futuro por discutir.
—Hijo, vamos por partes. Dejemos el tema de Jared: lo primero es buscar un nuevo hospital, hay que hacer una ecografía y un examen exhaustivo de las feromonas. Aparte, por lo que te han dicho podrías ser recesivo, de ser así, necesitarías un tratamiento de feromonas, caso contrario podrías perder al bebé.
Leo cerró los ojos por un instante, sintió que era demasiada información de repente.
La voz de su madre sonó cautelosa:
—Y luego de dar a luz, yo me puedo hacer cargo hasta que termines la universidad.
Leo levantó la mirada, sorprendido.
—No me mires así, nunca pensé que tendrías hijos. Sé lo mucho que trabajaste para lograr todo lo que has alcanzado hasta ahora. Los semestres que quedan puedes contar conmigo 100%. —le sonrió con confianza, sabía que era lo que Leo más necesitaba en ese momento— Tu departamento es muy pequeño para quedarte ahí con el bebé. —ante la mirada furiosa de Leo, se apresuró a aclarar—No te digo que te mudes conmigo, pero yo puedo estar aquí con el bebe y tu vienes aquí, luego nos organizamos. Al principio necesitaras quedarte conmigo pero luego podemos dividirnos. Una vez que termines la universidad, vemos cómo nos manejamos. Luego te puedes buscar algo más grande y mudarte.
Leo asintió, pensativo. No era mala idea. Respecto al hospital, Leo le contó a su madre que ya había hecho una cita en una clínica que le había recomendado un amigo. Cuando la madre escuchó el nombre, dejó escapar una exclamación:
—¿Te han dado cita? Es una clínica super exclusiva, no te dan cita a menos que tengas recomendación. Dios mío Leo, ¡¿a quién conoces?!

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