Carmen despertó con más lucidez que en días anteriores. Pidió que la llevaran al acantilado, a ver el mar. Aitana dudó, pero Lucía ayudó con la silla de ruedas y juntas subieron el sendero.
Elías estaba allí, midiendo distancias, tomando notas. Cuando vio a Carmen, se acercó con respeto.
—¿Usted vivió aquí? —preguntó.
—No. Pero mi amor sí. Esta casa fue su refugio. Y su tumba.
Aitana se tensó. Nunca había escuchado esa parte de la historia.
—¿Tumba? —susurró.
—Murió esperando que yo volviera. Yo… no lo hice a tiempo.
El silencio se volvió pesado. Elías bajó la mirada. Carmen acarició la madera de la puerta.
—Esta casa tiene memoria. Y si vas a restaurarla, hazlo con amor. No con planos.
Esa noche, Aitana escribió otra carta. Esta vez, no la guardó. La dejó sobre la mesa, sin nombre, sin destinatario. Pero con una frase que dolía y sanaba al mismo tiempo:
> “Tal vez el amor no se trata de llegar a tiempo. Sino de quedarse cuando todo parece perdido.”
Cuando ve la primera página de su libro 📖 la historia de sus padres que escribió sin pensar un día , el cuaderno que relata su historia.
💔 La historia de mis padres
Soy Aitana nunca conoci a mi padre , mi madre, Clara, hablaba de él como se habla del viento: algo que estuvo, que movió cosas, pero que nunca se dejó atrapar.
Clara era joven cuando se enamoró de Julián, un músico que pasaba por el pueblo con una guitarra y una promesa. Tocaba en bares pequeños, escribía canciones en servilletas, y decía que el mar le ayudaba a componer. Se conocieron una noche de lluvia, cuando Clara se refugió en la cafetería donde él tocaba. Él le cantó una canción sin nombre, y ella sintió que algo dentro de ella se abría como una flor en invierno.
Estuvieron juntos tres meses. Luego él se fue. No hubo pelea. No hubo despedida. Solo una carta que llegó tarde, con una frase que Clara guardó en su diario:
> “No sé quedarme, pero nunca dejo de volver en mis canciones.”
Clara crió a Aitana sola, con ayuda de Carmen, su madre. Trabajaba en la biblioteca del pueblo, y por las noches escribía cuentos que nunca publicó. Murió joven, cuando Aitana tenía doce años, de una enfermedad que llegó sin aviso. Desde entonces, Carmen se convirtió en el faro de Aitana. Y la casa del acantilado, en el lugar donde Clara decía que el amor se escondía cuando tenía miedo.
Guardo el diario de mi madre en una caja de madera, junto con una servilleta con acordes dibujados. Nunca ha escuchado la canción. Pero a veces, cuando el viento sopla fuerte, creo que Julián la sigue cantando en algún lugar.
“A veces el amor llega cuando menos lo esperas. A veces, justo cuando el mundo parece derrumbarse.”
Aitana vive en un pequeño pueblo costero, cuidando a su abuela enferma, la única familia que le queda. Su vida gira en torno a turnos en la cafetería local, recetas caseras y noches en vela junto a la cama de su abuela.
Todo cambia cuando llega Elías, un joven arquitecto que busca restaurar una casa abandonada frente al mar. Lo que comienza como una amistad incómoda se transforma en un vínculo profundo, marcado por secretos, decisiones difíciles y una promesa que podría cambiarlo todo.
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