Carmen estaba despierta, con una caja de madera sobre sus piernas. Aitana entró con una taza de té y se detuvo al ver el objeto.
—¿Qué es eso?
—Memorias. Algunas que duelen. Otras que aún me hacen sonreír.
Carmen abrió la caja y sacó un retrato antiguo. Un hombre joven, de mirada intensa, junto a una mujer que no era ella.
—¿Es Julián?
—Sí. Y ella… fue su gran amor. No yo.
Aitana se quedó en silencio. Carmen acariciaba el borde del retrato como si fuera una herida que ya no sangraba.
—¿Y no te dolió?
—Mucho. Pero el amor no siempre es correspondido. A veces, es simplemente verdadero.
Aitana se sentó a su lado.
—¿Y tú lo amaste igual?
—Con todo lo que tenía. Aunque él nunca me eligiera del todo.
El silencio se volvió espeso. Aitana tomó el retrato y lo observó. No había odio en los ojos de Carmen. Solo una paz que venía de haber amado sin condiciones.
Esa noche, Aitana escribió en su cuaderno:
> “Quiero amar sin esperar. Solo amar. Como Carmen. Como el mar. Como quien sabe que el amor no siempre vuelve, pero siempre transforma.”
Y por primera vez, no sintió miedo. Sintió fuerza.
“A veces el amor llega cuando menos lo esperas. A veces, justo cuando el mundo parece derrumbarse.”
Aitana vive en un pequeño pueblo costero, cuidando a su abuela enferma, la única familia que le queda. Su vida gira en torno a turnos en la cafetería local, recetas caseras y noches en vela junto a la cama de su abuela.
Todo cambia cuando llega Elías, un joven arquitecto que busca restaurar una casa abandonada frente al mar. Lo que comienza como una amistad incómoda se transforma en un vínculo profundo, marcado por secretos, decisiones difíciles y una promesa que podría cambiarlo todo.
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