Muchas estaciones han pasado, el sol se alzaba con timidez sobre el pequeño pueblo. A lo lejos, los campos de trigo se mecían con el viento matutino, y el aroma del pan recién horneado se esparcía por las calles.
Para cualquier desconocido, aquel lugar parecía un remanso de paz, lo suficientemente alejado de la influencia directa del Imperio y del temor que el Templo infundía en la gente común. Aunque el Templo siempre se justificaba con la protección de la humanidad, la verdad es que muchos estaban descontentos con el Templo y sus métodos, pues no tenían reparos en destruir a las personas que se osaban desafiarlos.
Las casas de madera estaban alineadas a lo largo del camino principal que conducía hacia la plaza del pueblo, donde estaba también el mercado del pueblo, al cual acudían algunos mercaderes para abastecer al pueblo.
El herrero trabajaba en su taller con su martillo, golpeando el metal al rojo vivo, mientras los niños corrían con risas por las calles polvorientas. El panadero, un hombre robusto con un eterno delantal blanco, sacaba con cuidado el pan del horno, y lo ordenaba para poder comenzar a venderlo.
A lo lejos, en las orillas del pueblo, la anciana curandera recolectaba algunas hierbas del bosque, ya que las necesitaba para su clínica. Mientras intentaba alcanzar un hongo en la base de un árbol, un fuerte viento frío la golpea, provocándole un escalofrío.
"...Eso fue extraño"
Pero sin darle mayor importancia, continuó con su tarea.
Elara, con el cabello recogido en una trenza desordenada, caminaba en la cabaña, preparando sus cosas para salir. Levantó la mirada y sonrió mientras observaba a su hija correr por el pequeño jardín del frente. Lyria, ahora con diez años, su cabello cenizo oscuro era alborotado por la brisa, mientras su piel clara era acariciada por esta misma, lanzaba risas llenas de inocencia mientras perseguía a una pequeña mariposa.
"No te alejes demasiado mi amor, tenemos que ir al mercado antes del mediodía"
Exclamó Elara mientras salía de la cabaña.
"¡Está bien mamá!"
Lyria al ver a su madre cargar muchas cosas, rápidamente se levantó y corrió hacia ella para poder ayudarla. Tomó algunas cosas pequeñas, y comenzó a caminar a su lado.
Elara suspiró y levantó la mirada con ternura, mientras observaba a su pequeña a su lado. Se habían establecido vendiendo velas y pequeños bordados que hacían juntas. Aunque no eran los mejores artículos, ni tampoco era algo que les generará mucho, era suficiente para poder poner pan sobre la mesa. Todas las semanas, acudían al mercado de la plaza para vender sus artículos a los mercaderes que visitaban el pueblo, también se abastecían de provisiones y regresaban a casa al final del día.
Aunque se habían adaptado bien, Ella nunca perdió el miedo de su pasado. Desde que llegaron al pueblo, había sido cautelosa. Evitaba responder preguntas sobre su pasado, también mantenía a Lyria alejada de los ojos curiosos y sobre todo, nunca permitía que nadie viera la muñeca izquierda de su hija. Volteo la mirada con preocupación, centrándose en el brazo izquierdo de su pequeña. Para disimular mejor la marca de Lyria, había envuelto por completo su brazo con una venda, ya que sería sospechoso que solo su muñeca estuviera cubierta. A cualquiera que preguntaba, indicaba que se debía a una quemadura que se hizo de pequeña. Ella sabía que, si alguien descubre la maldición de Lyria, todo terminaría.
Mientras continuaba inmersa, una voz la sacó de sus pensamientos.
"Buenos días Elara, ¿llevaras algo de pan? hoy está especialmente delicioso"
El panadero de manera muy alegre ofrecía un poco de pan recién horneado. Elara al verlo, mostró una sonrisa, mientras se acercaba.
"Siempre dices lo mismo, Thomas, pero gracias, sólo tomaré un poco esta vez"
Bajo las cosas que llevaba, y sacó de su ropa un pequeño saco de monedas.
Mientras tanto, Lyria se acercó a hablar con una niña, Marie, la hija del leñador. Se reían mientras recogían piedrecitas y las arrojaban hacia algunos charcos que todavía quedaban en las calles debido a las lluvias recientes. De repente Marie se quedó viendo por un momento a Elara.
"Tu mamá siempre... es algo... rara"
"¿Enserio...? yo no creo que sea rara... a mi me gusta mi mama"
Lyria sonrió alegre, intentando cambiar el tema, pero cuando Marie se volteo, bajó la mirada y se quedó reflexionando por un momento.
Desde que tenía memoria, su madre siempre le ha dicho que no debe confiar demasiado en los demás, que a pesar que se vean como buenas personas, muchas veces esconden secretos oscuros dentro de ellos. Siempre era muy cuidadosa cuando salían, veía a su alrededor todo el tiempo, y sobre todo, ella nunca dejaba que se quitara el vendaje que tenía en su brazo. Lyria sabía sobre su marca, aunque no conocía su significado, solo debía esconderla a como dé lugar, como le había indicado su madre.
Mientras Lyria continuaba sumida en sus pensamientos, Elara regresó su mirada hacia ella y con un suspiro de alivio, la llamó.
"Lyria, ya tenemos que irnos"
Al escucharla, se levantó, recogió las cosas que llevaba y se despidió de Marie con la mano antes de seguir a su madre. Mientras caminaban, Elara sintió una mirada y se cruzó con el alcalde, que las observaba. Un hombre robusto de cabello canoso, con el ceño fruncido. No había hostilidad en sus ojos, pero sí curiosidad y quizás sospecha. Desde esa noche que les permitió quedarse en el pueblo, él nunca hizo preguntas, pero al parecer siempre tuvo un ojo sobre ellas ya que no deseaba que hubiera problemas en su pueblo.
Ella dio un suspiro y continuó caminando. Normalmente siempre se mantenía alerta, pero aquella mañana en particular, una sensación extraña la inquietaba particularmente. Mientras caminaban por la plaza, los aldeanos saludaban con sonrisas amables, el ambiente no parecía haber cambiado en el pueblo, pero por alguna razón, no podía ignorar el escalofrío que recorría su espalda. Miraba a su alrededor, intentando encontrar la fuente de esa ansiedad.
Y entonces, el mundo hizo presente todos aquellos temores. Un enorme estruendo, un sonido que rasgó el cielo.
¡¡CRACK!!
Un crujido profundo, como si la realidad misma estuviera fracturándose. El sol titubeó en su resplandor y un destello oscuro emergió en el horizonte.
Elara sintió su corazón detenerse, dejó caer todo lo que llevaba, y en su rostro se reflejaba el terror que sentía ante aquella situación. Sabía lo que aquello significaba, aunque nunca antes lo había visto en persona, era exactamente como lo describen.
Las grietas del Vacío habían llegado.
Rápidamente volviendo en sí, se volteo hacia Lyria.
"M-mama..."
"¡Lyria, ven aquí!"
Corrió hacia ella, pero antes de que su hija pudiera reaccionar, el suelo tembló de manera violenta.
A lo lejos, en el borde del bosque, una fisura oscura comenzó a expandirse en el aire, como una herida en la realidad misma. Del interior emergieron sombras retorcidas, figuras monstruosas cuyos ojos rojos brillaban como los de un depredador, y detrás de ellos, en medio de una turbulenta energía oscura, comenzó a surgir lo que parecía ser un árbol de aspecto siniestro. Una vez se terminó de formar, en la cima se manifestó un cristal morado.
Una grieta se había establecido a las afueras del pueblo.

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