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rescribiendo lazos de sangre

capitulo 15 la actuación que desencadeno miles de recuerdos

capitulo 15 la actuación que desencadeno miles de recuerdos

Nov 24, 2025


margaret se sentó en una mesa cerca de la ventana, ordenando algo del menú sin realmente mirarlo.

Él sabía que ella sería una gran aliada, así que se levantó de la barra y fue a su mesa presentándose.

—Disculpeme, mi nombre es Kaius Lindverg. ¿Me permitirá sentarme un momento con usted?

Margaret lo miró con sorpresa y algo de cautela. Miró alrededor como si buscara una razón para decir que no.

Ella parecía indecisa, pero accedió finalmente.

—Supongo que sí. —Su voz era suave, resignada—. Aunque no sé por qué un joven como usted querría hablar con alguien como yo.

—¿Por qué no? —Kaius se sentó con gracia—. Todos necesitamos compañía de vez en cuando.

Comenzaron a platicar de cosas triviales. El clima. El bar. Cómo estaba la comida. Margaret era cortés pero distante, como si estuviera acostumbrada a no confiar en nadie.

Kaius sabía que ella era la que tenía el verdadero poder en el pueblo. Solo quería comprobar una cosa: ella era agredida por su esposo al igual que su hijo. Si podía convencerla de ponerse en contra de su marido, podría evitar los efectos en cadena que pasarían por él. Así que sin el apoyo de su mujer jamás lograría siquiera jamás hacer algo bueno. Sabía que sería difícil porque precisamente esta pobre mujer ya no tenía autoestima, así que haría algo drástico. Ya no tenía tiempo.

—¿Tiene hijos, señora Margaret? —preguntó Kaius casualmente.

Algo cambió en su expresión. Un brillo de orgullo mezclado con tristeza.

—Sí, un hijo. Ethan. Es un buen chico.

—Seguro que sí. ¿Viene aquí seguido?

—A veces. Trabaja aquí de vez en cuando.

Así que con una ráfaga de viento discreto levantó su manga. Estaban platicando, así que no notó nada hasta que Kaius lo dijo.

—Oh, por Dios, señora Margaret. ¿Se encuentra bien? Eso se ve feo.

Margaret miró hacia abajo y sus ojos se agrandaron al ver el moretón oscuro que ahora estaba visible en su antebrazo. El pánico cruzó su rostro.

Ella se dio cuenta de lo que pasó e inventó una excusa muy obvia que usaría una víctima de abuso.

—Yo... me caí. En las escaleras. Ya sabe cómo es, a veces una es torpe...

Su voz se iba haciendo más pequeña con cada palabra.

Ahí Kaius, al ver que no pasaba nada, eligió otro camino. El camino del "te entiendo".

Se inclinó hacia adelante, bajando su voz.

—Señora, necesito sacar algo que ni siquiera mi hermano sabe. ¿Puedo confiar en usted?

Margaret parpadeó, sorprendida por el cambio.

—Yo... supongo.

Ahí se puso un hechizo que simulaba quemaduras de cigarro. Se alzó las mangas lentamente, revelando las marcas que ahora cubrían sus antebrazos.

No se dio cuenta que Nicolas estaba escuchando de cerca. Se había enfocado en la conversación de los dos adultos, usando su oído vampírico para captar cada palabra. Y alcanzó a ver las marcas. No se movió. Solo siguió escuchando, congelado en su asiento. Kaius no sabía que él se había enfocado en la conversación de los dos adultos.

Margaret vio las quemaduras con horror. Pero también vio algo más: cicatrices blancas, viejas, que no habían sido creadas por el hechizo. Esas eran reales. Esas se habían quedado cuando era humano. También las notó Nicolas. Su rostro se puso del color de la nieve.

Y fue cuando Kaius habló.

—Esto es lo que pasa cuando un padre no quiere a su hijo, señora. Le contaré una historia.

Margaret se inclinó hacia adelante, incapaz de apartar la mirada. Sus manos temblaban ligeramente sobre la mesa.

—Había una vez una familia con un padre que era de esas personas tradicionales. Eso no es malo, pero él torturaba con esa excusa a su familia. Eso no era lo peor. Lo peor era que solo lo hacía a un hijo, al mayor. Este siempre sufrió su odio y su rechazo solo porque no era lo que él esperaba.

La voz de Kaius se volvió distante, como si estuviera narrando algo que le había pasado a otra persona.

—El niño no entendía por qué su padre lo odiaba. Él se esforzaba por que el no se enojara. Hacía todo por complacerlo. Incluso cuando este gritaba y se enojaba arrojando todo lo que tuviera en su mano, haciendo que este niño tuviera ataques de ansiedad y pánico, no le importó.

Kaius no se dio cuenta de que más personas estaban escuchando ahora. Ethan se había acercado desde la barra, parado cerca de la mesa. Sus manos se cerraron en puños. Lágrimas ya se formaban en sus ojos.

—Quiso hacerlo feliz tanto que se ofreció a trabajar desde pequeño en su fábrica de madera y piedra, pensando que le quitaría estrés y que quizás su relación mejoraría.

Hizo una pausa, tocando una de las cicatrices en su brazo.

—Pero no pasó. Solo era más cruel y vil con el pobre chico, tanto que este era culpado por todas las cosas que pasaban en la casa. Si la cena estaba quemada, lo golpeaba o a veces lo quemaba. —Su voz se quebró ligeramente—. Y si respiraba mal, era encerrado en un sótano polvoriento y oscuro.

Margaret tenía lágrimas corriendo por sus mejillas ahora. Nicolas estaba pálido como un fantasma desde su mesa, sus manos temblando sobre su vaso. Ethan lloraba abiertamente, su cuerpo sacudiéndose con sollozos silenciosos.

—Al final, ese joven con algo de ayuda entendió algo... que ese hombre no lo amaba y que si una persona se excusa en golpes, gritos o en chantaje emocional, no era alguien a quien quisiera en su vida. Incluso si todos le decían que era el malo y egoísta por querer algo diferente, pues sería el mejor en eso, pero sería libre.

El silencio que siguió fue absoluto. Todo el bar parecía haberse quedado callado, aunque probablemente solo era la percepción de Kaius.

Kaius empezó a crear un hechizo para que su hipnosis vampírica funcionara con más potencia. Nadie se dio cuenta, ni siquiera Nicolas. Este estaba demasiado shockeado. Hace mucho que no escuchaba ese tono de la boca de Kaius. Ahí sabía que era real. Él siempre le contaba historias de ese tipo de sus días de trabajo y de tutorías cuando él estaba enfermo.

Ethan también escuchó. Estaba demasiado cerca de esa mesa. Lloraba sabiendo que ese hombre había pasado por algo parecido. Por su forma de hablar se escuchaba tan roto mientras lo contaba que no era posible que fuera mentira.

Margaret finalmente encontró su voz, quebrada y llena de lágrimas:

—¿Por qué me cuentas esto?

Kaius la miró directamente a los ojos. Y ahí lanzó el hechizo completo. Su hipnosis vampírica mejorada, entrelazada con magia que se enroscaba alrededor de la mente de Margaret como seda invisible.

—Porque quiero que entienda que usted es una mujer increíble y que tiene un hijo maravilloso y que ningún imbécil tiene derecho a decirles lo contrario, mucho menos una persona que dice y jura amarlos con locura.

Se inclinó más cerca, su voz tomando ese tono bajo y resonante de la hipnosis.

—Usted tiene una autoestima enorme. Úsela. Está ahí dentro. Solo tiene que sacarla. No sea un cobarde como aquel niño. Por favor, gracias por escuchar su historia.

Margaret parpadeó. Y en ese momento, algo cambió en sus ojos. Una chispa que había estado muerta durante años comenzó a encenderse. Su espalda se enderezó ligeramente. Sus hombros se echaron hacia atrás.

—Yo... —Su voz era más fuerte ahora—. Gracias. Gracias por compartir eso conmigo.

Kaius asintió y se levantó de la mesa.

Kaius se acercó de nuevo a la barra y pagó su trago y el de Margaret. Dejó dinero suficiente para cubrir ambos con generosidad. Y se fue del bar sin mirar atrás.

Se metió a su auto y se fue conduciendo directo a la casa Lindverg.

El camino pasó en un borrón. Árboles, casas, calles vacías. Todo se mezclaba mientras su mente giraba y giraba.

No se dio cuenta que él mismo estaba llorando hasta que sentía las lágrimas silenciosas bajando por sus mejillas. Eran tantas que incluso ensuciaban su pantalón. Caían y caían, imparables.

Se paró en la entrada de la casa. Se golpeó la cabeza contra el volante aún llorando.

Una vez. Dos veces. Tres veces.

Como si el dolor físico pudiera borrar el dolor emocional que lo estaba desgarrando desde adentro.
Kaius se acercó de nuevo a la barra y pagó su trago y el de Margaret. Y se fue del bar sin mirar atrás.

Se metió a su auto y se fue conduciendo directo a la casa Lindverg. No se dio cuenta que él mismo estaba llorando hasta que sentía las lágrimas silenciosas bajando por sus mejillas. Eran tantas que incluso ensuciaban su pantalón. Se paró en la entrada de la casa. Se golpeó la cabeza contra el volante aún llorando.

Una vez. Dos veces. Tres veces.

—Mierda —susurró para sí mismo.

Sabía que era su propia historia. Era él. Era Kaius. Los recuerdos del cuerpo que habían estado escondidos, enterrados. Y suponía que Margaret también lo sabía. Pero él no lo admitiría nunca. Y menos en frente de Nicolas. Nicolas no tenía la culpa de nada. No tenía la culpa de que sus padres siempre lo favorecieran, tanto ella como ese hombre a quienes llamaba padres.

No era su culpa. Pero dolía de todos modos.

Ahí descubrió que necesitaba sangre, pero quería probar algo para desahogarse. Salió del auto y usó su supervelocidad. Fue a buscar a un hombre o mujer. Se topó con un hombre caminando solo. Con la hipnosis lo llevó a la casa.

Y ahí lo mordió. No fue elegante. No fue controlado. Fue desesperado. Fue catártico.

Se alimentó mientras él solo se quedó ahí, mientras Kaius al alimentarse lograba pensar en otra cosa que no fuera ese horrible pasado que lo destruía por dentro. Los recuerdos de golpes. De gritos. De un padre que veía a su hijo mayor como un error.

Cuando terminó, el hombre todavía estaba vivo. Kaius lo hipnotizó para que olvidara. Le dio dinero para un taxi. Lo envió lejos.

Y entonces se quedó solo en la mansión vacía, con sangre en sus labios y lágrimas secas en sus mejillas.

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