Un fuerte y nauseabundo olor impregnaba la ya de por si lúgubre habitación. Las paredes, que en un principio estaban pintadas de blanco, se habían ennegrecido con el paso del tiempo y la acumulación de suciedad. Las baldosas, "adornadas" por sendas grietas, parecían llevar años sin ser limpiadas en condiciones. La iluminación era casi inexistente. No había ventanas por ninguna parte y tampoco había indicios de que en algún momento las hubiera habido, lo cual explicaba que el olor llegara a acumularse tanto. La sala apenas se encontraba iluminada más que por un par de fluorescentes, debido a que la mayoría de ellos se encontraban medio rotos o colgaban del techo a punto de caerse. No había adornos, ni mobiliario. Por haber ni siquiera había una triste mesita de noche...
Tan solo una cama.
Pero no os penséis que se trataba de una cama como la que tenemos en nuestras casas, para nada. Esta era metálica, fría y tremendamente incomoda. En definitiva y en palabras del director de la sección: era lo único que un preso merecía.
El silencio era sepulcral, prácticamente de ultratumba. ¿Acaso aquello estaba vacío?
Adam pasaba la mirada por cada recoveco de la estancia, impactado y atónito por lo que sus ojos estaban viendo. Ese agujero inmundo para ratas sin escrúpulos ni moral era en gran medida muy diferente del ambiente que frecuentaba habitualmente. Sin embargo la atención del hombre cambió de dirección al escuchar un crujido. Algo se había movido en esa cama. Tal vez se tratara de una rata... o tal vez no...
El jefe de la sección Omega se acercó con cautela al camastro, agarrando con firmeza la porra eléctrica en su mano, por si era necesario hacer uso de la fuerza bruta en caso de que las cosas llegaran a torcerse. Acto seguido y con un miedo que debería incluso avergonzarle, apartó aquella sabana roída de la cama, quedando así un cuerpo al descubierto.
Era un cuerpo masculino, se podía deducir que de unos veintitantos años aproximadamente. Estaba vestido con una especie de una bata o camisón blanco como los de los hospitales y tenía diversas cicatrices por todo el cuerpo. Su tez se mostraba un tanto pálida, enfermiza. Se veía algo desmejorado y probablemente incluso estuviera desnutrido.
Pero lo que realmente llamó la atención de Adam no fue ninguno de esos detalles...
Estaba atado, amarrado a la cama totalmente con fuertes correas al igual que lo estaría un loco en cualquier psiquiátrico. Sus manos estaban también esposadas a la cama para mayor seguridad.
Pero lo más sorprendente de todo no era eso...
Su cara estaba cubierta por una máscara, una fuerte máscara de cuero que estaba a su vez asegurada con correas al cuello del joven, como si de un enorme y molesto bozal se tratara. Aquellas eran sin lugar a dudas medidas extremas que solo se tomarían si el sujeto en cuestión fuera tan temible como una bestia salvaje, o puede que incluso peor.
Sin embargo el cuerpo del joven no ejecutaba ni el más mínimo movimiento, no había respuesta alguna. ¿Estaría muerto?
-Leithan, sabemos que estas vivo. Deja ya de fingir. -el hombre le dio un poco con la porra en el abdomen como para hacerle reaccionar pero este seguía sin moverse...
Hasta que de repente abrió los ojos de par en par.
Sus irisados y vibrantes ojos verdes refulgían con fuerza al ver aquellas caras tanto conocidas como desconocidas para él, como la de aquel hombre que lo miraba con atención. Lo escudriñó de arriba abajo, sin dejarse detalle alguno, analizándolo detenidamente. Ese tipo tenía toda la pinta de ser uno de esos perritos falderos del gobierno que tanto detestaba.
-¿Leithan Robster? -comenzó Adam, mirando al chico. -¿Ese es tu nombre, no es así? -pero Leithan se limitó a no contestar, por lo que el hombre prosiguió. -Mi nombre es Adam Iraide. He venido aquí por orden expresa del Consejo para hablar contigo.
Al oír eso las pupilas del joven se dilataron. El Consejo... como odiaba esas malditas palabras, sobretodo si iban juntas. Sin embargo habían confirmado sus sospechas acerca del hombre que tenía delante. Otro perro faldero del jodido Consejo...Solo de pensarlo hacía que las emociones afloraran por su torrente sanguíneo y le hirviera la sangre al recordar lo mucho que odiaba a todos sus integrantes. Lleno de rabia y de forma brusca y un tanto violenta, trató de lanzarse sobre aquel hombre de repente, pero las correas lo impidieron de inmediato, clavándosele en la piel debido a lo exageradamente tensas que estaban. Ese hecho le obligó a detenerse al ver que solo se estaba haciendo daño. No quedaba más remedio que limitarse a observar el panorama y esperar al momento idóneo para actuar.
-¿Lo ve? Le dije que era peligroso. -casi de inmediato el director de sección reprendió la acción imprudente de Adam, reafirmando la extrema peligrosidad del preso. -No sé qué demonios quiera el consejo pero será mejor dejarlo todo tal cual está y marcharse antes de que ocurra algo de lo que podamos arrepentirnos.
Adam contuvo una risita al escuchar eso, divertido. ¿Realmente ese hombre iba en serio con toda aquella seguridad extrema? Si no era más que un simple chico. No es que pudiera cargarse a todo aquel elenco que estaba presente en la habitación ni mucho menos.
-Teniente... ¿acaso tiene miedo de un preso que no puede ni moverse? -contestó con un claro deje de mofa.
-No es un preso cualquiera. -replicó el hombre con seriedad y un tono de voz varios decibelios más alto. -Ya ha hecho cosas que nadie creía que pudieran hacerse. Es demasiado perverso y además lo que tiene de inteligencia lo tiene de locura.
Adam volvió a mirar al joven con atención, clavando en este sus ojos negros. Sin embargo y a pesar de las palabras del director no vio en él nada que llamara especialmente su atención.
-A mí me parece un joven de lo más común y corriente.
-No se deje engañar. En estos mismos momentos ya debe de estar tramando algo en esa alocada cabecita suya...
Y efectivamente así era. Mientras aquel par de "energúmenos" hablaba, la mente de Leithan se alejaba de la realidad, que se mostraba ahora un tanto distorsionada para él. Ya estaba urdiendo un plan de escape seguramente lo suficientemente loco y arriesgado como para que pudiera funcionar. Se obligaba a centrarse golpeando las esposas ligeramente contra el revestimiento de la cama mientras aquellos sonidos metálicos se diseminaban por la estancia. Siempre necesitaba hacer eso para recordarse a sí mismo que no estaba loco, que tenía objetivos que cumplir, que debía mantenerse sereno pasara lo que pasase. Era como su pequeño ritual de cordura, su mantra personal por así decirlo, al igual que los presos que se dedican a apuntar en la pared cada día que pasa para mantenerse lo más lúcidos posible.
Era su momento, no habría otra oportunidad como esa. No podía permanecer en aquella prisión ni un solo día más, tenía que salir de allí... ¿Pero cómo?, ¿cómo hacerlo? No podía mover sus manos siquiera, puesto que estas se hallaban apresadas por las duras e incómodas esposas. Tampoco es que aquellas correas que mantenían su cuerpo quieto fueran muy cómodas que digamos...
Necesitaba un plan. Claro que un milagro tampoco estaría mal... si creyera en ellos, claro...
De pronto vio que aquel hombre se acercaba de nuevo, pero esta vez no parecía tener intenciones de seguir conversando. Simplemente se acercaba más y más, llevando las manos hacia su cuello... pero solo para empezar a quitarle la máscara. Leithan no daba crédito a lo que estaba ocurriendo.
-¡Pero qué hace! -el director saltó de inmediato, tratando de detenerlo. Sin embargo Adam simplemente hizo caso omiso, respondiendo con un severo manotazo para quitárselo de encima como el que se deshace de un moscardón que le está molestando incesantemente. -¡¿Es que quiere morir?!
-Oh vamos, solo es una máscara. -le restaba importancia al asunto pese a que el guardia estaba literalmente acojonado de miedo, casi a punto de mearse los pantalones, como suele decirse. Y el director por mucho que tratase de ocultarlo lo estaba de igual manera, notándosele de vez en cuando la temblequera. -Está completamente atado. No es como si fuera a hacer alg...
En ese mismo instante el brillo en los chispeantes irises verdes del pelirrojo se intensificó. Ahí de pie delante de sus ojos estaba su pase de salida.
Fueron apenas unos segundos en los que todo transcurrió a una velocidad pasmosa, apenas unos segundos en los que lo imposible tuvo lugar en aquella pequeña celda de número 434 de la Sección Omega de la Prisión de máxima seguridad. Unos segundos fueron lo único que hizo falta para que el pelirrojo ejecutara su plan maestro.
Sin que nadie se lo esperase se sacó un trozo de metal de la boca, ese fragmento que llevaba guardando desde la hora de comer, cuando se enteró de que iban a visitarlo de nuevo y aprovechó un descuido del guardia para esconderlo como pudo.
Con un rápido y hábil movimiento de su lengua movió el fragmento hasta sacarlo y sujetarlo con los dientes, para posteriormente y en un acto demencial que se consideraría totalmente inverosímil para cualquier mente pensante, sesgar el cuello de Adam con el corte perfecto, sin ningún tipo de miramiento, justo en la yugular de lado a lado, al igual que en aquella supuesta leyenda que tanto se contaba sobre él.
Claro, que en realidad poco tenía de leyenda.
El movimiento fue ejecutado con una precisión milimétrica, como en una inquietante sinfonía en la que la batuta fuera el metal y la música que había de sonar, el grito languidecedor que brotaría de la garganta de Adam poco antes de perecer. Esa tonada macabra y determinante que tan solo podría ser obra de un experto...
O de un loco.
La sangre brotó de manera súbita e incontrolable, tiñendo el rostro y la bata de Leithan de aquel tono escarlata, como si ese trozo blanco de tela que lo cubría fuese un lienzo en el que el pintor vuelca todas sus emociones de una sola vez para crear el arte definitivo. Aunque en este caso el arte fuera el terror mismo.
El cuerpo inerte del hombre cayó al suelo, mientras su caro atuendo se malograba y el piso se teñía también de aquel color carmesí paulatinamente, tal y como en el relato que todos conocían y tanto temor había llegado a infundirles.
El guardia salió huyendo despavorido de la escena del crimen como alma que lleva el diablo, sin hacer caso de las demandas de su superior, de solo pensar que ese podía ser el destino que le aguardaba también a él de quedarse allí por más tiempo. Los agentes quedaron perplejos frente a la cruel y retorcida escena, hecho que, aunque momentáneo, sirvió para que Leithan aprovechase los segundos de confusión para pasarse el fragmento de la boca a la mano con rapidez y cortar algunas de las correas poco antes de que comenzaran los disparos contra él.
Pero todo eso ya lo tenía más que previsto.
Antes de que la lluvia de balas se abalanzara sobre su persona y haciendo acopio de las fuerzas que tenía disponibles, logró levantarse y usar el blindaje metálico de la cama como escudo al ponerse de espaldas a los agentes, que disparaban sin cesar bajo las órdenes del jefe de la sección Omega. Al menos la idea le valdría hasta lograr liberarse de todas las correas...
Los hombres seguían disparando sin dar crédito a lo que estaban viendo. Ese chico... ¿cómo pudo lograr hacer eso? ¿De dónde demonios sacaría las fuerzas? ¿Acaso su locura le permitía hacer cosas imposibles ahora?
Mientras tanto Leithan hacia todo lo que podía para tratar de romper las correas poco a poco, a pesar de que sus manos estaban esposadas al duro y frío metal. Tiraba y tiraba sin cesar ignorando el acuciante dolor, puesto que solo lograba hacerse cada vez más daño en las muñecas. Su prioridad era liberarse, lo demás era secundario. Que sus muñecas pudieran terminar adoloridas y sangrantes carecía de importancia. Así perdiera la movilidad en las manos, no le importaba lo más mínimo. Su determinación era férrea, no pensaba pasar una sola hora más allí encerrado como un perro... o peor, como una rata de alcantarilla.
Sin embargo mientras se encontraba concentrado en acabar con sus ataduras uno de los agentes se le acercó con aparente sigilo, queriendo darle con la porra eléctrica...
Craso error.
Aquel detalle no escapó al agudo oído de Leithan. Apenas hizo falta más que el sonido de la respiración del hombre para que se percatara de sus intenciones. Rápidamente antes de que la acción fuera ejecutada y con un hábil movimiento, le quitó la porra de una patada, haciendo que esta acabara en sus manos. Entonces las tornas se cambiaron, siendo el agente quien recibió la descarga, mientras las alarmas comenzaban a emitir aquel continuo y estridente sonido característico para alertar a todo el complejo y de paso avisar a los refuerzos.
El hombre cayó al suelo inconsciente por la descarga y el pelirrojo, ya liberado de sus esposas gracias a las llaves que este le "había proporcionado amablemente", cogió el par de pistolas de sus cartucheras y comenzó a disparar a los agentes restantes desde detrás del blindaje de la cama.
El metal aguantaba bastante bien los balazos pero seguramente no lo haría por mucho más tiempo. Necesitaba un nuevo plan, algo que le ayudase a salir de allí, y rápido.
Escudriñó la habitación con sumo cuidado en busca de algún recoveco, saliente... lo que fuera que pudiera ayudarle a escapar... hasta que de pronto vio uno de los fluorescentes medio caídos colgando justo del sitio idóneo, en mitad de la habitación, a medio camino de su posición y la de sus atacantes. Ahí estaba su billete de salida, pero era arriesgado, e incluso podría decirse que temerario e imprudente.
Sin embargo era su única opción.
Tomó el chaleco antibalas del oficial y se lo puso para acto seguido fijarse bien en la distancia y la altura para calcular el salto aproximado que necesitaría si quería que su proeza tuviera éxito. Fijó la vista en su objetivo, respiró profundamente y en un movimiento que más parecía propio de un acróbata que de un preso, salió de detrás del blindaje para correr a toda velocidad hacia el fluorescente, saltando para colgarse de este y gracias al impulso conseguido, pasar por encima de los agentes como si todo fuera una peculiar y nada habitual función circense.
El aterrizaje fue casi perfecto salvo porque sus piernas se resintieron un poco. Todo había salido justo como lo planeó. La salida era suya. Solo restaba ser cauteloso y no hacer ni un movimiento en falso.
Antes de que los agentes reaccionaran y fueran por él, y pese a estar descalzo, corrió y corrió para salir de allí mientras el molesto sonido de la alarma retumbaba por todo el lugar. Pero para su desgracia los refuerzos se acercaban más y más a cada segundo que pasaba.
No había tiempo que perder.
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