Los días a su lado fueron pasando tan a prisa, que comencé a asustarme de que en algún momento acabaran, sin que siquiera me hubiera podido dar cuenta de ello. Habíamos pasado demasiado tiempo juntos, y todavía no lograba comprender como no nos habíamos cansado del otro, dado que dormíamos juntos, a veces desayunábamos viendo televisión, hacíamos las compras en el supermercado apenas recibíamos la paga del día, trabajamos en el mismo lugar, donde tenía que lidiar con las chicas lanzadas que acosaban a Kilian, y este último con los hombres que a veces intentaban ligarme en todas sus narices, en especial Cory, quien aún no se rendía con la idea de estar a mi lado.
Parecíamos una pareja de recién casados, o algo por el estilo. Y aunque en un principio la idea de tildarnos como “novios” me había molestado un tanto, ya que nunca había estado con alguien oficialmente, gracias a que la soledad había sido mi mejor aliada durante prácticamente toda la vida, tuve que aceptar debido a los berrinches de Kilian. Este con su personalidad tan brillante, y animada, empezó a mostrarme lados de él aún más arrolladores que los que ya conocía. No podía verme tranquilo en algún lugar con mi pijama, porque le daban arranques de ser la persona más pervertida sobre la faz de la tierra, y era poco probable que ganara una batalla contra él, al oponerme a sus caricias. Pero eso no era suficiente para él, se había apoderado no solo de mi cuerpo, mi apartamento, y mi ropa, también de mi alma y todo lo que encontraba, como mi débil corazón, aunque eso no lo admitiera en voz alta, dado que debía saberlo con solo mirarme durante un instante. En ocasiones, era demasiado cariñoso, tanto que me dejaba sin aliento, no tenía que besarme, para poner de cabeza mi mundo, con una imple palabra amorosa o un abrazo era más que suficiente para que esas mariposas aparecieran a revolotear dentro de mi estómago. Y de vez en cuando, justo en los días en que estaba más amargado, o de malas pulgas; hacia pataletas para que yo le prestara atención, pedía a gritos que lo consintiera, algo que a regañadientes hacia ganándome como premio, una bella sonrisa.
Me había adaptado sin más remedio, a su comportamiento en los instantes en que se sentía amenazado, o celoso de la “competencia” como el los llamaba con cierto odio en su tono de voz, en esas ocasiones se volvía demasiado meloso, sin preocuparse en lo que pensaran las personas a nuestro alrededor, no se dignaba a soltarme por nada del mundo, quizás porque me veía como un peluche, no estaba del todo seguro. Y aquello era insufrible, las horripilantes noches en que Cory iba al bar solo para mantener una breve platica conmigo, antes de que Kilian lo ahuyentara, con sus métodos poco ortodoxos.
— ¡Él es mi bebé! — canturreo una noches con una voz demasiado tierna como para ponerme la piel de gallina con solo escucharla, me estrecho entre sus brazos haciendo suspirar a más de una chica allí presente, las cuales por alguna extraña razón se atontaban demasiado al vernos. Nos tenían como una especia de bromance barato, que en definitiva no estaba muy alejado de sus cavilaciones fantásticas.
— Suéltame. — Refunfuñe molesto.
— No quiero. — musito haciendo un dulce puchero, mientras dirigía una mirada asesina en dirección a Cory, quien se reía un tanto incómodo con tanta cercanía de su parte, una que el también esperaba obtener algún día. — Luke, bebé.
— ¡Kilian! — gruñí con un semblante muy severo, el susodicho de inmediato al verme bastante enfadado, me soltó marchándose con cara de pocos amigos, a atender las mesas que pedían a gritos un montón de cerveza.
Habían sido días difíciles, y solo porque tenía que soportar a un chiquillo a mi lado como lo era Kilian últimamente, a pesar de ser mayor que yo en edad, no se comportaba como era debido, era algo que tenía que soportar, a veces no era tan malo, no obstante, Kilian no conocía los limites, por lo tanto había momentos en los que sinceramente me sentía junto a un niño al que tenía que educar como si yo fuera su madre.
Sin embargo, nada era lo suficientemente trágico, o desagradable, excepto el hecho de vivir en un pueblo demasiado chico, como para poder hacer cosas distintas cuando se nos antojara, como era ir a cine, o comer un helado sin que las pueblerinas nos acorralaran rompiendo nuestra cita, sin que pudiéramos hacer algo para evitarlo. O como mínimo, caminar por algún bonito parque para charlar sobre cosas triviales, lo cual traía como resultado a montones de chicas que intentaban arrebatarme a Kilian. Era más que obvio que no podríamos hacer mucho allí, y menos siendo una pareja tan peculiar como lo éramos nosotros dos. En ocasiones, preferíamos simplemente arrucharnos en el sofá a ver lo que sea que dieran en la tv, habíamos comprado juegos de mesa, y cuando estos se volvían aburridos, inventábamos los nuestros, con nuestras propias reglas, los cuales por alguna razón terminaban llevándonos a la cama.
— Quítate la camisa. — me ordeno Kilian mordiéndose los labios deseoso de que le hiciera ese espectáculo con tanta sensualidad como solo yo lo podía hacer alucinar.
— ¡No quiero! — bufe cruzándome de brazos frente al pecho, había perdido en el UNO, así que tenía que obedecer toda petición absurda que me hiciera.
— Pero te he ganado, Luke. — dijo con una sonrisa socarrona. — No hagas trampa.
— ¡Oblígame! — grite poniéndome en pie de un salto del sofá, corriendo aterrorizado por toda la casa, con Kilian pisándome los talones, dado que era una espacio muy reducido para dos personas, terminó por atrapándome en cuestión de segundos, me puso sobre su hombro con facilidad, como si fuera algún costal de papas, y me llevo a la habitación para tirarme a la cama a devorarme ansioso por hacerme miles de cosas que se quedarían grabadas en cada centímetro de mi cuerpo.
A veces tras una larga jornada de trabajo, nos subíamos a la azotea del edificio a tomar de cualquier trago que a Kilian se le antojaba comprar en el supermercado, durábamos horas charlando de tantas cosas distintas, que aun cuando lo recuerdo, me sorprendo a mí mismo por llegar a ser tan transparente con ese estúpido chico, el único que se había molestado en descubrir cosas de mí que ni yo mismo sabia, la primera y única persona del mundo que me quería por todo lo bonito y feo que tenía escondido en mi interior. Había aprendido de el a no quedarme con las dudas que me asaltaban sobre su vida, no obstante, Kilian rara vez hablaba de su familia, si los mencionaba era todo un milagro, no le gustaba demasiado hablar de su pasado, ni menos del futuro, ya que él vivía del día a día y las aventuras que este le traía, pero si yo quería saber algo acerca de él, este me lo decía sin el más mínimo problema, sin embargo, prefería no hacerlo muy seguido; dado que no era demasiado curioso, o quizás porque no quería encontrarme con alguna respuesta grotesca, que me rompiera el corazón en miles de pedazos.
Aprendimos con el tiempo, a conocer casi todo del otro, los gustos y los disgustos, sus debilidades y fortalezas, pero aquellos secretos que ni siquiera se podían mencionar permanecían enterrados en lo más hondo de la tierra, y estaba seguro de que no saldrían de allí en un buen tiempo. No porque no confiara en Kilian, solo que no sabía por dónde empezar con aquella historia tan oscura, por lo tanto la mantenía oculta en lo más profundo de mis recuerdos, ignorando su existencia.
El invierno invadió salvaje todo Salamdeul, sin que siquiera nos percatáramos de ello. A penas diciembre llego, la nieve arrasó sin piedad congelando todo el pueblo a su paso, aun así la gente se había esforzado en decorar las afueras de sus residencias, con coloridas luces o muñecos de plástico, todo lo contrario a nosotros quienes a duras penas habíamos puesto un diminuto arbolito en medio del comedor; solo porque Kilian lo había comprado en el supermercado, ignorando por completo mis quejidos sobre el tema, sabía que detestaba la navidad, y no solo porque fuera precisamente el 24 mi cumpleaños, sencillamente porque no era una festividad que me animara tanto como a los demás. Y para mi desgracia estaba bastante seguro que por mucho que le suplicara a Kilian, este no se contendría de hacerme algún detalle extravagante y alocado, ante semejante ocasión especial, quizás tendría una torta, una cena con mi platillo favorito, un regalo, y lo más probable, una noche de pasión inolvidable como todas aquella que me había regalado durante ese largo mes en el que habíamos convivido.
Tras pensarlo durante semanas, termine tomando la sabia decisión de pedir como día libre el sábado 23 de diciembre, no porque quisiera descansar ni nada parecido, pero deseaba visitar el orfanato que me había acogido hasta mi mayoría de edad, como hacia todos los benditos años, el único problema es que no llevaría a Kilian conmigo. Ya que no tenía pensado quedarme más de una noche, y si tenía surte con el clima, el mismo días estaría allí echado junto a Kilian en la cama, quien entre pucheros sacaba de mi diminuta mochila todo lo que metía.
— ¿De verdad no puedo ir contigo? — pregunto por encima esa mañana del día anterior a mi viaje.
— No lo sé, déjame pensármelo un poco más. — conteste volviendo a empacar la ropa interior y la camisa que ese idiota había tirado sobre la cama en su rabieta.
— Dame una razón para no acompañarte.
— Eres insoportable. — murmure poniendo mis ojos en blanco ante lo obvio de mis motivos, pero eso no era suficiente para él. — Además no podremos tener sexo, ni besarnos, ni siquiera tomarnos de las manos. Te aburrirás apenas pongas un pie en ese lugar.
— ¡Oh, vamos! — rugió cruzándose de brazos enfurruñado con mis palabras. — Es el siglo 21, los niños tienen que aprender a tolerar las relaciones homosexuales.
— ¡Ni hablar, Kilian! — sentencie esperanzado que se rindiera de buena vez con la idea, pero como era de esperarse de él, se hecho en la cama a sacudirse y patalear mientras soltaba berridos fingidos.
— ¡Luke!
— No me vas a convencer. — le asegure sin siquiera dedicarle una mirada, era hasta vergonzoso ver a un hombre de su edad girando de un lado a otro, gritando cosas sin sentido solo para sacarme de mis casillas. — Si decido llevarte, tendrá que ser con ciertas restricciones.
— ¡Te odio!
— Vete. — farfulle guardando en el bolso lo último que faltaba para que todo estuviera preparado, unos pequeños regalos y las galletas de fresa que tanto les gustaban a los niños. — Entorpeces mi espacio.
— ¡Llévame contigo! ¡Por favor! ¡Prometo portarme bien!
— No te creo. — suspiré agotado de que siguiera con lo mismo sin cansancio. Kilian debería también tener un botón de apagado, o un método para calmarlo en sus momentos de locura, pero desafortunadamente nada de eso existía aun. Me di la vuelta para buscar un suéter en el armario y cuando regrese a la cama todo estaba regado sobre esta última. — ¡Deja de sacar las cosas, Kilian!
— ¡Luke! — chillo colgándose de mi cintura. — Bebé, llévame contigo…
— No sigas con eso. — le pedí con una mirada suplicante, en el momento en que comenzaba a hablar como si fuera un niño de tres años, me crispaba sobre manera. — ¡Basta!
— Bebé…
— ¡Kilian, he dicho que no! — dije levantando demasiado la voz, y al ver sus pucheros me lamente de haberlo hecho, respire profundamente evitando vislumbrar su expresión compungida por mi negativa, pero no podía hacerme cambiar de idea, no importaba que hiciera, se quedaría en la casa hasta que yo volviera.
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