Los pasillos de Veaux se encontraban silenciosos, Yalick apuraba el paso; tenía mucho que preparar. La penumbra cubría el lugar pero no era impedimento, conocía con certeza la dirección de su oficina, llevaba allí más que un par de años. Giró en la última esquina y al frente divisó el escritorio de Lía, su secretaria.
—Oh, Lía, por favor…
El escritorio bloqueaba la entrada. Con un ligero empujón logró moverlo y abrió la cerradura con la llave —que milagrosamente— logró quitarle antes de salir.
—No puedo creer que aun se empeñe en estas cosas —forzó la cerradura con fuerza—. ¡Maldita llave!
La cerradura dio pelea un par de segundos, hasta que al fin logró escuchar el ligero click, que indicó había alcanzado su objetivo.
Una gota de sudor nervioso le recorrió la frente.
—Bien… Hora de acabar con esto —abrió la puerta con ligereza.
Observó los estantes en la penumbra. Era momento de adivinar donde había escondido, Lía, los documentos que necesitaba.
Rodeó el gavetero; intentó abrir los compartimientos uno a uno, pero sus esfuerzos resultaron vanos, estaban cerrados. Caminó hasta la estantería a su derecha y empezó a requisar los libros de forma meticulosa.
—¿Qué haces aquí?
Se escuchó un portazo.
Yalick dio un respingo dejando caer los papeles y giró despacio con los ojos blancos de miedo.
Allí se encontraba, Calum, observándolo con mirada inquisidora.
—¡Santo padre celestial, hombre! ¡Casi me matas del susto! —dio un suave respiro de alivio.
Calum rió.
—No te conocía tan religioso —soltó una ligera carcajada—. Pero hablando en serio ¿Qué haces aquí a estas horas? Creí que Lía te lo había prohibido.
Yalick soltó un bufido.
—Esa mujer es demasiado joven para ser tan amargada.
Calum caminó hasta el escritorio del fondo y se sentó en él.
—¿Sabes por qué estoy aquí, no?
—No me digas, ¿Lía te pidió que me detuvieras?
Este asintió.
—Pero más que eso… me causa cierta curiosidad el saber que hace que el joven director de Veaux, se escabulla en medio de la noche desobedeciendo a su secretaria, la cual, ya debería saber, sigue órdenes de los Bejinov, y ésta, exclusivamente, le pidió que no ingresara esta noche a la oficina. Y es justo lo que haces ahora. ¿Acaso quieres morir? ¿O es un asunto tan importante como para desobedecer a Lía? —Calum buscaba observar sus uñas en la penumbra con total aburrimiento.
Yalick se detuvo. Caminó directo a él, y lanzó una enorme pila de carpetas en sus piernas.
—Cállate y ayúdame a buscar.
El joven rubio rió.
—¡Vaya, esto debe ser importante! ¿Exactamente que estamos buscando?
—El expediente del nuevo estudiante.
—¿Y qué tiene de especial este chico? —empezó a revolver las capetas sin ningún interés en especial.
—Chica. Es una joven.
—Oh, entonces me corrijo ¿Qué tiene de especial esta joven?
Yalick se detuvo, respiró y lo miró.
—Es como yo.
Calum levantó la mirada, lo observó procesando la información.
—¿Cómo acabas de decir?
Yalick no respondió.
—¡Yalick! —se bajó del escritorio y lo tomó de los hombros, su actitud despreocupada había desaparecido. En sus ojos había un destello de inseguridad—. ¿Han aceptado otro Alesio en Veaux? ¿Estás hablando en serio?
Este asintió, y con el ceño fruncido, volvió a su labor.
—No puedo creerlo —el rubio miraba a todas partes buscando alguna respuesta—. ¿Qué planean ahora? ¿Por qué han hecho esto? Esta chica… ¿Sabe a dónde viene?
Yalick asintió.
—Ella lo pidió.
—¡Qué demonios! —Calum estalló—. ¿Es una broma? ¿Tiene idea de lo que está haciendo? ¡Por amor a Dios, Yalick, este no es un lugar para un Alesio! ¡Solo recuerda todo lo que pasaste!
—¿Qué clase de idiotez estás diciendo? Hablas como si no hubiera intentado evitarlo.
—¡Debiste hacerlo mejor!
—Basta de gritos, me exasperas. Lo que estoy haciendo es mi última jugada, necesito encontrar su expediente así que será mejor que me ayudes.
—¿Qué es lo que harás? —Calum se puso a revisar la pila de papeles que había en el escritorio, esta vez con serio interés.
—Lo único que puedo hacer, modificar su expediente.
—¿La harás pasar por un Dalio? —cerró la carpeta con furia.
—¡Basta de mirarme con esos ojos! —Yalick estalló—. ¡Estoy tratando de que no muera! ¡Me haces perder el tiempo!
—¡Perdóname por sorprenderme por una atrocidad como está! ¡Si la descubren la matarán, si te descubren te matarán!
—NOS, matarán. —señaló la carpeta que tenía en mano.
Calum la soltó como si se ésta estuviera en llamas.
—Oh, no… No me involucrarás…
—Tu curiosidad lo ha hecho —sonrió pícaramente—. Será mejor que termines de ayudarme o lárgate. No puedo seguir perdiendo tiempo.
—¡Maldita sea! Yo y mis estúpidas ganas involucrarme en todo.
—Deja de maldecir y continua revisando, no pareces profesor de la institución.
. . . . . . . . . . . . . . . .
La sala principal de la mansión Bejinov pocas veces solía albergar invitados; pero esa tarde, un reducido grupo de personas se encontraban reunidas en la opulenta estancia.
—En estos momentos tenemos una situación poco convencional en manos. Los he reunido aquí a todos, porque es un mal común.
La opaca luminosidad provocada por la chimenea del salón, le daba un aire confortante y relativamente hogareño a la estancia.
—No somos tontos Kubrat, sabemos que se trata de nuestros hijos.
La mujer castaña del fondo le dio un sorbo a su copa de vino. Sus impresionante ojos azules tenían un aire retador, duro.
—Ciertamente y como dice, Nadezhda, se trata de nuestros hijos, así que no daré muchos rodeos. A estas alturas ya deberían saber que ha ingresado un Alesio en la institución.
Todos permanecieron en silencio. En la habitación se encontraban los 7 jefes de las casas Dalias formadoras de Veaux; Simeón Giraud (47 años), Jérome Augier (37), Ebisu Taichi (65), Alexander Kuznetsov (51), Nadezhda Bankov, (42) Margaret Jones (33) Y Kubrat Bejinov (55)
—No es como si no hubiera ocurrido antes —cortó Taichi el silencio
Alexander asintió.
—Tiene razón. No es común, pero tampoco una amenaza.
—Ahí lo tienes Kubrat —levantó Nadezhda su copa—. Podrás dormir en paz esta noche.
Ignorando a la mujer el hombre prosiguió calmado.
—Precisamente esa es mi preocupación, no es la primera vez que ocurre ¿Hasta cuándo deberemos seguir tolerando esto? Les dimos dinero y buenas vidas a las familias de estos jóvenes, todo con el fin de mantenerlos alejadas de los nuestros. ¿O es que olvidan que solo un Alesio puede matar a un Dalio? ¿Estarían tranquilos al saber que hay un Alesio en la institución? ¿Qué puede entrar en disputa con alguno de sus hijos y tras una pelea tonta, alguno puede terminar muerto?
Nadezhda reventó en carcajadas.
—¿Cuáles son las posibilidades de que eso ocurra, Kubrat? ¿Tanto te preocupa tu linaje? ¡Tienes muchos hijos! Aun si eso pasara puedes vivir sin alguno de ellos.
—¡Basta! —gritó el hombre—. ¡No estoy aquí para ser tomado como burla! ¡Si esto continua me veré forzado a pedirles que se larguen de aquí!
Margaret se puso de pie.
—Tomo tu palabra Kubrat, y es que no tengo ánimos de permanecer aquí, tengo demasiadas ocupaciones y tu información está siendo exagerada. Es solo un chico. Él corre más peligro de muerte allí que nuestros hijos, esto es absurdo.
El resto asintió al unísono.
—Jérome, ¿En tus tiempos hubo un Alesio en Veaux, no es así? —preguntó Simeón.
—Así es. El actual director, Yalick Asad, fue estudiante en mis tiempos.
—¿Representó alguna vez una amenaza? —continuó Alexander.
—No. Al menos, no que recuerde. Creo que siempre tuvo altas expectativas en cuanto a su vida y se fijó ser estudiante modelo, lo que sumado a ser un Alesio, lo llevó a una estancia bastante complicada en Veaux.
—Entonces, volvemos al comentario de Margaret, este chico corre un peligro mil veces superior al de nuestros hijos. Si a eso le sumamos los altos estándares de la institución, realmente es poco probable que sobreviva mucho tiempo.
—Dicho esto —concluyó Alexander—. Doy esta sesión por terminada —se levantó del asiento—. Si se presenta alguna situación con el joven. Que resuelvan los Bail junto con la familia del estudiante. No es más asunto nuestro.
Kubrat salió disparado de la habitación y el resto lo siguió.
. . . . . . . . . . . . . . .
—¡Lo tengo! —gritó Yalick.
Calum se acercó rápidamente y ojeó la carpeta.
—Realmente pudimos dar con ella... No me malentiendes pero… no lo creí posible.
Yalick se apresuró a abrir la carpeta y a revisar el expediente tan rápido como pudo.
—¿Qué hora es?
—3:27 am — revisó su reloj.
—¡Maldición! Deberé llevármelo e imprimir uno nuevo en casa. Necesito cerrar todo y dejar esto limpio. ¡No voy a tener tiempo! —miró a todas partes desesperado—. Si uso la computadora de la oficina Lía se dará cuenta ¿cierto? Esa mujer no es tonta.
Calum le arrancó la hoja de las manos.
—Yo te haré uno nuevo. Ni creas que me quedaré a limpiar.
Yalick lo miró esperanzado, le dio un fuerte beso en la mejilla.
—Sabes ser buen amigo cuando te lo propones.
—Qué asco —limpió su mejilla—. Soy tu mejor amigo, en algunas ocasiones me hace falta recordarlo.
—Eres un bicho raro. —Yalick sonrió.
—Soy tu bicho raro, papi. —se dirigió a la puerta.
—Ahora soy yo el que siente asco.
—¡Te lo mereces por ese beso!
—¡Ya lárgate, el tiempo corre! —le lanzó una carpeta.
—Claro muñeco, lo tendré listo a primera hora.
—¡Lía no debe verte!
—Lo sé, nene… Lo sé.
—Qué cojones… ¿Estaba hablando como Edna Modas? Este idiota no madurará nunca.
. . . . . . . . . . . . . .
—Necesito que hagas esto por mí.
La mujer asintió.
—Mantenlo vigilado. Si algo fuera de lo común ocurre, debes informarme. Necesito detalles sobre su vida, cómo es, a donde va, que hace, todo.
—Entiendo perfectamente, señor Kubrat.
—Si algo le pasa a mi hijo, te mato ¿Entiendes?
La mujer volvió a asentir.
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